A modo de introducción
En las últimas décadas se ha posicionado en los diversos campos del saber la idea de una sociedad moderna en crisis y que los antiguos paradigmas se han agotado a tal punto que nos movemos entre la incertidumbre de los fracasos de la modernidad y la novedad de las nuevas miradas que emergen desde diversas realidades políticas, culturales, científicas, académicas, religiosas y sociales, entre otras. Ante este consenso de crisis del modelo societal surgen algunas interrogantes que vale la pena destacar: ¿Qué significa que la sociedad está en crisis? ¿Qué fue lo que se agotó? ¿Qué es la modernidad? ¿Desde dónde decimos que el modelo entró en crisis? ¿Qué nuevos paradigmas de lectura han emergido? ¿Qué papel ha jugado el elemento religioso, en especial el cristianismo en el proyecto de la modernidad?
Uno de los nuevos, pero no único, posicionamiento de lectura de la realidad contemporánea tiene que ver con lo que se ha llamado inflexión decolonial, red modernidad/colonialidad o pensamiento decolonial, entre otros nombres, cuyo locus de enunciación pretender ser América Latina y que se asume como una postura de carácter crítica ante la modernidad como proyecto en estado de crisis, pero no desde la interioridad del Norte Global, sino desde la exterioridad del eurocentrismo hegemónico. En este trabajo exploratorio, se quiere indagar acerca de la modernidad y su articulación con el cristianismo desde los aportes de Ramón Grosfoguel, quienes es miembro de la red modernidad/colonialidad, a fin de trazar pistas de recomprensión del factor religioso dentro de este modelo de sociedad en decadencia.
La modernidad como proyecto y matriz de poder
Empecemos por decir que para Grosfoguel, la modernidad es un proyecto eurocéntrico que tiene su genealogía en el siglo XV con la toma de Al Andaluz en Europa y luego con la conquista de lo que hoy se conoce como América en 1492. En este sentido la conquista de los territorios y el sometimiento de sus habitantes no representa un fenómeno derivativo de la modernidad como proyecto, como muchos creen, sino que la colonialidad es un elemento constitutivo de la misma, en otras palabras, no hay modernidad sin colonialidad. Este proyecto moderno y desarrollista esta constituido por unas narrativas que lo configuran y que, al entrar en crisis, han hecho que el paradigma de la modernidad lo haga también, entre estas narrativas se encuentra la del cristianismo, cuya atención es la que más interesa en este acercamiento exploratorio.
Grosfoguel sostiene que lo que hoy está en crisis es lo que él se ha atrevido a denominar como «sistema mundo moderno/colonial/capitalista/patriarcal/cristiano» el cual se ha presentado como un punto de vista universalista, neutral y objetivo. Cuando este autor emplea esta enunciación tan poco común, lo que quiere es visibilizar aquellos elementos constitutivos del sistema mundo colocándole “rostro” a la dominación histórica que ha padecido América Latina, lo que a la final va a resultar en una matriz colonial de poder. Dentro de esta matriz colonial de poder el cristianismo representa un elemento constitutivo, de tal manera que cuando hacemos referencia a la modernidad y a los mecanismos de violencia que durante 500 años se han ejercido en Abya Yala, y sobre los cuales se ha construido lo que es hoy la Civilización Occidental, el cristianismo, como narrativa inherente de esta matriz, no puede quedar absuelto de lo que el pensamiento decolonial ha calificado de genocidio, ecocidio, epistemicidio, memoricidio y feminicidio.
Cuando Grosfoguel plantea la presencia del cristianismo dentro de la matriz colonial de poder, no sólo está pensando en el proyecto de cristiandad de la iglesia, sino en la presencia de la mirada cristiana del mundo que subyace en la civilización occidental de manera consciente o inconsciente, en otras palabras el cristianismo está presente en la genética cultural de América Latina, incluyendo a quienes pueden considerarse como no religiosos o no militantes, ya que no se requiere ser un devoto cristiano para que dicha narrativa haya permeado toda la experiencia cultural y la práctica política.
El cristianismo como parte de la matriz de poder colonial
Una expresión de cómo la narrativa del cristianismo acontece dentro de la modernidad tiene que ver con la irrupción del paradigma del pensamiento moderno en la persona de Descartes, quien reemplaza a Dios, como base del conocimiento en la Teo-política del conocimiento de la Edad Media europea, con el Hombre (occidental) como la base del conocimiento en los tiempos modernos europeos. Todos los atributos de Dios se extrapolan ahora al Hombre (occidental). El «ego-cogito» cartesiano («pienso, luego soy») es la base de las ciencias modernas occidentales. Todos los atributos de Dios se extrapolan ahora al Hombre (occidental). Verdad universal más allá del tiempo y el espacio, acceso privilegiado a las leyes del Universo y la capacidad de producir el conocimiento y la teoría científicos se colocan ahora en la mente del Hombre Occidental. El «ego-cogito» cartesiano («pienso, luego soy») es la base de las ciencias modernas occidentales. Al producir un dualismo entre mente y cuerpo y entre mente y naturaleza, Descartes logró reclamar un conocimiento no situado, universal y de visión omnipresente.
Por otro lado, el fenómeno de la racialización que opera en la matriz colonial de poder también está directamente ligada a la narrativa cristiana quien desde su llegada a Abya Yala inicia la discusión acerca de la humanidad o no de los pueblos originarios, las cuales se han recogido en las controversias de Sepúlveda y De Las Casas. Los habitantes de Abya Yala habían sido catalogados como “gente sin religió” y en el imaginario cristiano de finales del siglo XV, no era gente atea, la expresión «gente sin religión» tenía una connotación distinta. En el imaginario cristiano, todos los humanos tienen religión. Podían tener el «Dios equivocado» o los «dioses equivocados», podía haber guerras y podían matarse entre sí en la batalla contra el «dios equivocado», pero la humanidad del otro, como tendencia y como forma de dominación, aún no se había puesto en duda. Lo que se estaba cuestionando era la teología del «otro». Esto último se modificó radicalmente desde 1492 con la conquista del continente americano y la caracterización de los pueblos indígenas por Cristóbal Colón como «gente sin religión». En consecuencia, se impone una jerarquía espiritual que da primacía a los cristianos sobre las espiritualidades no cristianas/no occidentales institucionalizada en la globalización de la iglesia cristiana (católica y más tarde protestante). Contrario al sentido común contemporáneo, el «racismo de color» no fue el primer discurso racista. El «racismo religioso» («gente con religión» frente a «gente sin religión» o «gente con alma» contra «gente sin alma») fue el primer indicador de racismo en el «sistema-mundo moderno/colonial capitalista/patriarcal occidental/cristiano-céntrico».
Cristianismo y modernidad
Vale la pena subrayar en esta exploración lo que Grosfoguel caracteriza acerca de la modernidad como proyecto y además cómo el cristianismo está por ende imbricado en el mismo, es decir, que cuando el pensamiento decolonial cuestiona el proyecto modernidad también lo hace a toda la matriz de poder que lo configura, entre ellos al cristianismo, aunque esto no se exprese de manera explícita, porque insistimos y es necesario tener presente, la inherencia del cristianismo a la matriz colonial de poder y por ende a todo lo que ello representa.
Con estas ideas en mente, Grosfoguel plantea algunos elementos que contribuyen a caracterizar lo que para él significa la modernidad como proyecto y cuya génesis se remonta al siglo XV y no al XVIII con el colonialismo europeo y que no se agotó con la independencia jurídico-política de las colonias como otros posicionamientos sostienen, sino que la hegemonía se mantiene hasta la fecha por medio de lo que él denomina «sistema-mundo moderno/colonial capitalista/patriarcal/occidental/cristiano-céntrico». La independencia de las colonias no transformó las epistemologías, las formas de autoridad políticas del estado nación, no se descolonizó la división del trabajo, las pedagogías hegemónicas, etc. Hubo independencias sin descolonización porque los paradigmas de racialización eurocéntricos se mantuvieron.
Uno de los elementos a resaltar es que la modernidad debe concebirse como un proyecto civilizatorio y no como un proyecto emancipatorio, aunque la retórica soteriológica de la modernidad es un hecho, ella esconde una lógica de opresión de carácter sacrificial. Por esta razón, no se requiere promover más modernidad o de perfeccionar el proyecto que para algunos aún está inconcluso, sino trascender dicho proyecto cuya naturaleza desarrollista es lo que está en crisis. Además, la modernidad es un proyecto que ha racializado la sociedad. El proyecto no es sólo de expropiación de riquezas y territorios, también está implícito la aniquilación de las identidades propias de dichos pueblos y la destrucción de sus culturas y cosmovisiones, las cuales ahora son cuestionadas a partir del criterio de validación europeo, en el cual los conquistadores representan el bien, la verdad, lo deseable, lo divino, lo humano, mientras que quienes no formen parte de esa marco cultural representan el mal, lo subhumano, lo servil, la falsedad, lo diabólico, lo animal. En consecuencia, la modernidad se presenta como un proyecto monocultural-eurocentrado, donde Europa o el Norte Global se asumen como el “ojo de Dios” que ve y cuestiona todo, pero no puede ser visto y menos cuestionado. La única cultura que tiene validez y desde la cual se valora al resto es la occidental que busca la salvación del resto por medio de su proyecto de occidentalización, que como ya apuntamos, ha asumido las características teologales del Dios de la Edad Media para sí, y mientras habla de una sociedad secularizada, se atribuye a si misma el poder de determinar quién es “humano y quien no”.
Las naciones que históricamente se autonombran como “embajadoras de Dios”, se colocan así mismas como criterio de validación humana. Es decir, entre más te parezcas a ellas más humano se es, pero entre menos te parezcas, más humanización ameritas. Esta realidad se hace evidente en la futura estructura social que se conformaría en el “Nuevo Mundo”. Los nacidos en España ocupan la cúspide de la pirámide, y por tanto la mayor concentración de poder, mientras que los españoles nacidos en América ocupaban el segundo lugar. Los mestizos son los “samaritanos” de la colonia, excluidos de las cuotas de poder, pero por encima de los indígenas y los negros quienes ocupaban los sótanos de la estructura social.
Cuando se toma conciencia del matrimonio entre modernidad y cristianismo como fenómenos constitutivos uno del otro, es necesario tomarse en serio algunos planteamientos del pensamiento decolonial a fin de repensar la fe cristiana y sus manifestaciones teológicas. ¿Cómo asumirnos como cristianos al percatarnos de la complicidad del mismo con la crisis civilizatoria contemporánea? ¿Vamos a desechar el cristianismo y volver a nuestras espiritualidades originarias? ¿Qué hacer cuando el cristianismo forma parte de la cultura de nuestros pueblos desde hace más de 500 años?
A modo de conclusión
A manera de ir cerrando esta exploración sobre el pensamiento decolonial y el cristianismo, consideramos la necesidad de valorar a la luz del pensamiento crítico decolonial el papel del cristianismo dentro de la sociedad contemporánea, lo cual pasa por entender que las experiencias espirituales o las comprensiones culturales de lo sagrado es mucho más amplia que la comprensión que hemos heredado del cristianismo europeo y que esta no agota la diversidad de espiritualidades existentes, por lo cual no se puede asumir como única y mucho menos como baremo para las otras, asumiéndose como una espiritualidad de carácter universal que incluso racializa a otros seres humanos por no compartir la espiritualidad cristiana.
Grosfoguel también reconoce, que el cristianismo interpretado desde otras miradas no tradicionales como la Teología de la Liberación ha hecho una gran contribución en la crítica y producción de pensamiento contra-hegemónico en América Latina. Una de las cosas que la Teología de la Liberación logró entender, mucho antes que los marxistas, apunta Grosfoguel, es el hecho de que la cultura popular tiene su estructura mítica e imaginaria y es fundamental en la producción de pensamiento crítico. Si quieres producir un proyecto político contra-hegemónico tienes que abordar la cultura popular. En el caso de América Latina la cultura popular es cristiana, en Medio Oriente es musulmana o en el Sudeste Asiático es budista o taoísta.
En este sentido, al abordar el ámbito teológico, se está rompiendo también con la idea de que el aspecto religioso siempre es domesticante y legitimador de los sistemas de dominación, y la muestra es la experiencia de reflexión teológica concreta surgida en América Latina que quiebra estas aproximaciones. Y es que la Teología de la Liberación, como producto se posiciona en unos lugares de enunciación totalmente contrarios a la teología tradicional, distanciándose no sólo en su contenido, sino de su metodología, privilegiando a ortopraxis por encima de la ortodoxia, y haciendo opciones deliberadamente por los grupos periféricos en condiciones de exclusión.
Esta teología va a replantear el tema de la idolatría tradicional y va a cuestionar el carácter idolátrico de la modernidad y del capitalismo, trascendiendo así, a las críticas del ámbito exclusivamente religioso. La teología de la Liberación viene a cuestionar la "espiritualidad" de la modernidad que opera como un ídolo que exige víctimas humanas para ser sacrificadas en el altar del mercado que se presenta como el “dios mamon”, es decir el dios del capital. Esta teología no está interesada tanto en si Dios existe o no, sino en dónde lo podemos encontrar, cómo se revela y como actúa, colocándose como un discurso liberador contrario a los discursos religiosos institucionalizados que sacralizan la opresión en nombre de un dios construido a imagen y semejanza del proyecto de modernidad. Es decir, hay Teología de la Liberación, porque también el proyecto de la modernidad elabora su narrativa teológica de sacralización de la dominación que se impone como única y universal, en las cuales el proyecto de Dios es equivalente al proyecto de la modernidad.
La Teología de la Liberación va a cuestionar la idolatría del mercado y la espiritualidad de consumo que de ella se desprende, afirmando que la vida tanto humana como natural deberían colocarse como criterio de validación de la humanidad y no subordinarla a las relaciones de mercado, transformando la vida y la naturaleza en mera mercancía lo cual imposibilita la producción y reproducción de la vida de la humanidad.
REFERENCIAS BIBLIOGRAFICAS
- Grosfoguel, Ramón (2006) La descolonización de la economía política y los estudios postcoloniales: Transmodernidad, pensamiento fronterizo y colonialidad global. Tabula Rasa. Bogotá - Colombia, No.4: 17-48, enero-junio de 2006
- Grosfoguel, Ramón (2013). Hay que tomarse en serio el pensamiento crítico de los colonizados en toda su complejidad. Metapolítica Año 17, núm. 83, octubre - diciembre de 2013. Pp 38
- Grosfoguel, Ramón (2013). Racismo/sexismoepistémico, universidades occidentalizadas y los cuatro genocidios/epistemicidios del largo siglo XVI. TABULA RASA No.19, julio-diciembre de 2013.
- Grosfoguel, Ramón (2013). La colonialidad del poder y del saber. https://www.youtube.com/watch?v=qtQbXkGF6bE
- Grosfoguel, Ramón (2014). De la crítica poscolonial a la crítica descolonial. https://www.youtube.com/watch?v=IpIfyoLE_ek