LA MISIÓN DE LA IGLESIA Y LA  EDUCACIÓN TEOLÓGICA EN UN CAMBIO DE ÉPOCA: UNA TAREA PENDIENTE Y URGENTE
                                                                                    05/12/2016


Introducción

     La evidencia más  clara que de que estamos en un proceso de cambios socio cultural viene dado, entre otras, por las palabras que han comenzado a posicionarse en el lenguaje contemporáneo y que danzan con toda libertad a través de los diálogos de pasillo, narrativas, historias, los discursos en las diversas ramas del saber, e incluso en las iglesias. 

     Palabras, como paradigma, modelo, crisis, cosmovisiones, hitos, época, cambio, revolución, proceso, quiebres, agotamiento, modernidad, posmodernidad, transmodernidad, transformación, rupturas, arquetipos, representaciones, desgaste, agotamiento, utopía, ciclos, ideologías, transitoriedad, son unas muestras inequívocas de que el mundo en el cual vivimos está pasando de un modo de interpretar y comprender la realidad a otro modo; la sensación que dejan estas palabras es de movilidad, desplazamientos y cambios. 

     Y entonces  el lenguaje sigue su dinámica de crear mundos y universos y devela realidades que no eran del todo evidentes y con las cuales ahora se tienen que lidiar  a pesar de las incomprensiones que ellas puedan despertar, el temor, o el antagonismo ante su inevitable presencia: tolerancia, convivencia, inteculturalidad, multiculturalidad, diversidad, saberes, dialogo, pluriculturalidad, cuántico, tecnología, internet, ecología, bioética, subjetividades, pluriversos, complejidad, incertidumbre, identidades, globalización. Interreligioso, plural, transdisciplinario, deconstruir, decolonial, cósmico, holístico. Ellas son indicadores lingüísticos  incuestionables de que ahora estamos ante un mundo con nuevas característica, con una nueva configuración conceptual y fáctica, muy distinto al que dejamos atrás.

     Por otro lado esa nueva realidad produce un profundo  impacto socio cultural  y obliga al lenguaje también a privilegiar el uso de un prefijo (re) que viene a mostrar  los desafíos de dicho fenómeno en los seres humanos y además busca facilitar la respuesta de la sociedad ante el cambio de época que genera temores, ansiedad y sobre todo el descubrimiento de que la vida ya no es igual.: replantear, releer, reescribir, reflexionar, redescubrir, reeducar, reestructurar, rehacer, revisar, resignificar, reaprender, recomenzar, reconsiderar, reconstruir, refundar, reencantar, reimaginar, reemplazar, redefinir, reestructurar, revaluar, repensar, rehacer. Se plantea la urgencia de colocar la vida toda en sintonía con las nuevas realidades que hoy nos ha proporcionado el cambio de época; hay una profunda urgencia y una gran angustia por aprender a vivir en una época que muchas veces se nos presenta extraña y desconcertante.

     Esta realidad que hemos descrito someramente a través del lenguaje, sirve de marco conceptual a la hora de abordar al educación teológica en nuestras iglesias y organizaciones como un ámbito que no queda fuera de estas dinámicas, de las nuevas preguntas y las resistencias que lo teológico y lo educativo representan en la actualidad en el cristianismo. Porque vale la pena recordar que también la teología, como manera de hablar acerca de Dios y de la vida en general, como la educación y sus postulados están experimentando profundos cambios de fondo (Bosch, 2000), lo cual hace que la tarea de pensar acerca de la educación teológica hoy sea un ejercicio necesario para orientar la caminata, pero a la vez transitorio y efímero en sus planteamientos, porque lo que hoy es, mañana ya no será.

I. Modelos de educación teológica surgidos en el  s. XX 

No se puede hablar de educación teológica sin hacer referencia a la misión de la iglesia, es decir, la comprensión de ésta determina la orientación que se le dará al aspecto formativo, y ello ocurre tanto de manera consciente como inconsciente, pero es una relación indisoluble que se puede verificar a lo largo de toda la historia del cristianismo (Sung, 2011). La comprensión de la misión de la iglesia, va a determinar la manera  cómo se constituye la educación teológica, a sabiendas que la misión de la iglesia no es estática, sino que se va transformando de acuerdo a las exigencias del contexto y va acogiendo en su configuración énfasis y propósitos diversos.

Por razones de tiempo y propósitos nos interesa referirnos a los modelos  surgidos en el siglo XX,  enmarcados dentro del cristianismo protestante-evangélico, especialmente en América Latina, tomando como referencia fundamental, lo acontecido en Venezuela en materia educativa y teológica, pero también mi propia experiencia formativa, la cual ha sido influenciada directamente por dichos modelos. En este sentido, identificamos, por lo menos tres énfasis en la misión de la iglesia, lo que a su vez  desembocó en tres modelos de educación teológica en el continente: la misión como “conversión del mundo” a la fe, la misión como “defensa” de la fe ante  el mundo; y la misión como  “transformación del mundo”, desde la fe. Estas manera de entender la misión de la iglesia produjo sus respectivos modelos de educación teológica: 1) expansionista-misionero 2) apologético-confesional; 3) profético liberador.

Expansionista – misionero (Panamá 1916)

Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;  enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.  Mateo 28.19,20

En 1910 tuvo lugar la Conferencia de Edimburgo, la cual convocó a representantes de diversas regiones del mundo protestante y evangélico de la época, con la idea de discutir acerca el tema de la evangelización y decidir las regiones que deberían privilegiar las iglesias y agencias misioneras. La mayoría de los líderes que participaron era europeos y, quienes decidieron enfocar el trabajo misionero hacia África y Asia,  excluyendo a Latinoamérica por considerarla un continente cristianizado, reconociendo con este gesto la presencia de la iglesia católica en dicha región (Deiros, 1992). El descontento y rechazo por este acuerdo por parte de los líderes latinoamericanos se va a expresar  en una nueva  una conferencia  6 años después en la ciudad de Panamá, cuyos representantes en su mayoría misioneros del continente, en  la cual decidieron reconocer a América Latina como tierra de misión, por considerar que la presencia  de la iglesia católica en la región no representaba un cristianismo verdadero apegado al evangelio de Jesucristo. 

Este hito histórico va a desencadenar un gran esfuerzo de carácter misionero protagonizado por diversas organizaciones misioneras norteamericanas, cuyo objetivo será el de hacer todo lo que sea posible para que los habitantes del continente reconozcan Jesucristo como señor y salvador, haciendo del arrepentimiento y de la salvación individual uno de los énfasis teológicos de sus predicaciones. En la medida que los latinoamericanos se hagan evangélicos, en esa misma medida la sociedad será transformada, es decir, que realidad social será mejor en la medida que más personas acepten e evangelio que se les está predicando. Esta era la idea que subyace en el espíritu expansionista misionero de principios de siglo. Las ideas de expansionismo, legitimadas en lo que se ha conocido como le Destino Manifiesto, promulgadas desde los EE.UU como pueblo elegido para civilizar el resto del mundo, marcó también la teología y los conceptos de misión de las iglesias de la época.

     Este énfasis en “salvar a las personas del mundo”, tenía la idea subyacente de interpretar el mundo como lugar de hostilidad,  donde opera el mal y las fuerzas opuestas  a Dios, de ahí que la iglesia tiene como misión rescatar, es decir, “sacar” de dicho mundo a la mayor cantidad de personas que pueda y trasladarlos  al interior  de la iglesia, como un lugar transitorio, pero a salvo de la influencia del maligno, además que entiende salvación como hecho individual, espiritualista y ultramundano; Dios salva el alma del individuo para poderle ofrecer una vida mejor en el más allá, en la escatología soteriológica en la que todos queremos participar al final de la historia.

     Los institutos bíblicos se convirtieron en los centros de formación del liderazgo nacional latinoamericano, bajo la dirección y docencia de los misioneros norteamericanos, fundamentalmente, cuyas experiencias formativas trasplantadas en el continente, no solo en lo geográfico, sino también en lo teológico. Los currículos de dichas instituciones estaban permeados por el dispensacionalismo norteamericano en lo teológico, y cuyo mayor propósito era rescatar a las personas del ateísmo producido por el comunismo, especialmente en las universidades, sino también de la idolatría propagada por el catolicismo romano. La crítica del teólogo ecuatoriano Rene Padilla (1986), hacia esta manera de entender la misión y la educación teológica implícita es por demás reveladora, ya que, para él la iglesia no debe convertirse en un espacio ultramundano, desde donde se planifican excursiones al mundo para rescatar personas pecadoras bajo la consiga estadística sobre cuántas personas mueren sin Cristo cada minuto, para colocarlas bajo una “ética” de prohibiciones, reglas y tabúes que garantizarán su santidad ante el mundo: no bailar, no fumar, no ir al cine o al teatro, no asistir a carreras de caballos, no participar en juegos de azar (Deiros, 1992)

     Esta marea de entender la misión producía una sentida indiferencia ante los problemas sociales del continente, ya que se entendía que la misión era exclusivamente espiritual, lo cual implicaba arrancar almas del camino del infierno y la perdición (Escobar 1987). Es cierto que muchos colegios, hospitales y albergues fueron establecidos con el apoyo de las iglesias. Hasta 1916 se contabilizaban más de 700 escuelas primarias con aproximadamente 100 mil alumnos, según lo relata Deiros (1992)  pero detrás de estas actividades sociales estaba un espíritu proselitista, la idea de poder convertir a quienes se servía a la fe verdadera, por eso  el “éxito” de estas actividades eran medidos de acuerdo a la cantidad de personas que hacían profesión de fe. Los centros formativos, tenía la responsabilidad de preparar al liderazgo para “ganar al continente para Cristo…y esperar que eso produzca un cambio radical en el mundo. Esto es claramente explicable por la idea de misión que ya hemos señalado 

Apologético – confesional (Montevideo 1925)

Por tanto, no os amedrentéis por temor de ellos, ni os conturbéis, sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande razón de la esperanza que hay en vosotros…  1 Pedro 3.15

     La agenda planteada en Panamá es retomada una década más tarde, pero dando por sentado la necesidad de desarrollar la obra misionera en América Latina. Las discusiones giraban en torno a los territorios y estrategias de “misión”, con especial énfasis hacia los pueblos indígenas, educación, evangelización, educación religiosa, literatura, cooperación y unidad,  entre otros. (Deiros)

     Para la fecha se estima que América  Latina  contaba con unos 700 mil protestantes y en consecuencia plantean  su misión motivada por dos amenazas, a su juicio,  fuertemente posicionadas en el continente como lo eran el catolicismo  con sus distorsiones teológicas, supersticiones, idolatría, paganismo; y el liberalismo teológico expresado concretamente por medio del racionalismo imperante, el ecumenismo, la desmitologización de los relatos bíblicos, y su discurso para la transformación de la sociedad, entre otros aspectos. 

     Estas dos realidades hace que la misión se traduzca como defensa de la fe cristiana, entendida esta como la fe que se profesaba desde las iglesias y el movimiento protestante, para quienes la iglesia católica se presentaba como un adversario a combatir ya que impedía la propagación del verdadero evangelio,  y por otro lado,  como defensa contra el pensamiento liberal que alejaba con su racionalismo  humanista a las personas de la verdad contenida en las Sagradas Escrituras y de la persona de Cristo. En consecuencia la educación teológica se estructuraba en función de esta realidad, cuya finalidad era la de contrarrestar la influencia de ambos factores, por lo que la teología que se impartía estaba también marcada por un fuerte carácter confesional y doctrinal, de tal forma que  se pudiera preservar la ortodoxia ante la heterodoxia del pensamiento liberal, y ante las distorsiones de fe del catolicismo. 

     La teología sistemática de Berkhof y de Shaffer, contenidas en su manuales de estudio, así como la de otros teólogos que seguían la misma estructura de pensamiento en cuanto a lo doctrinal eran los textos obligados a estudiar, no solo en los centros teológicos como institutos bíblicos o seminarios, sino también en las iglesias y sus escuelas dominicales. La teología que se impartía, no era producto del mundo latinoamericano, sino que respondía a las necesidades e inquietudes del mundo anglosajón que nos trajo el evangelio, por tanto reproducía casi al calco las mismas formulaciones doctrinales que se mantuvieron como parte de los currículos durante muchos años: bibliología, hamartiología, soteriología, angeleologia, eclesiología, cristología pneumatologia, escatología.

     Por otra parte, la hermenéutica Bíblica que se privilegio fue  de carácter literalista en algunos casos, mientras que otros optaron por métodos un poco más avanzados, pero no menos conservadores como el gramático-histórico. Las diversas denominaciones que se instalaron en América Latina establecieron centros de formación teológica para su liderazgo, en algunos casos de manera asociado entre tres o más iglesias de distintas denominación afines doctrinalmente, cuya prioridad radicaba en capacitar a los pastores y ministros con herramientas que le ayudaran a preservar la identidad eclesial que marcara la diferencia no solo con el mundo católico, sino también con otras iglesias protestantes. Era de suma importancia marcar las fronteras denominacionales, lo cual se lograba por medio de una educación que visibilizara las especificidades de cada grupo eclesial, las cuales podría ir desde la estructura organizacional hasta la frecuencia para tomar la Cena del Señor, pasando por la doctrina de la segunda venida de Cristo, ya que no había acuerdos en qué momento se daría. Las experiencias son muy similares en las diversas regiones del continente donde cada denominación estableció institutos o seminarios creados para la defensa de la fe y la preservación de su identidad confesional, los bautistas tenían sus espacios formativos, así como las iglesias de Asambleas de Dios, los metodistas, los presbiterianos, los luteranos, entre otros.

     Dentro de este modelo de misión la oposición entre las realidades era bien marcada y parte inherente de los contenidos teóricos que orientaban la vida profano-sagrado, divino-mundano; santo-pecaminoso; sana doctrina-herejía; cuerpo-alma, salvación-perdición; pueblo de Dios- mundo, entre otros. El imaginario que subyace en este modelo pueblo de Dios hace referencia a todos los grupos cristianos protestantes evangélicos, dejando por fuera a grupos cristianos católicos, quienes eran considerados “herejes” e “idolatras”, por tanto parte de una sociedad alejada de Dios. De la misma manera el pensamiento racional en sus diversas manifestaciones, especialmente, el marxismo se constituyó en el otro fuerte enemigo a vencer, cuya principal bandera lo representaba el ateísmo y su clara oposición a las iglesias, a quienes consideraba instrumentos del capitalismo imperante. Así el mundo del siglo XX se presentaba como una  seria amenaza y peligro evidente a la fe del pueblo de Dios, el cual tenía tanto rostro religioso, la iglesia católica, pero también secular,  la ilustración, cuya influencia y consecuencias era imperativo neutralizar y la formación teológica estaba obligada a dar razón de esta exigencias.

Profético – liberador (Huampani- 1961)

El Espíritu del Señor está sobre mí,                                                                                                Por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres;                                                Me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón;                                                                  A pregonar libertad a los cautivos,                                                                                                    Y vista a los ciegos;                                                                                                                              A poner en libertad a los oprimidos;                                                                                                  A predicar el año agradable del Señor.

Lucas 4.18

    El fracaso de los proyectos desarrollistas en América Latina propuestos y llevados a cabo por los países del Norte Global, especialmente los EE.UU, las injusticias sociales encarnadas en profundas desigualdades entre minúsculos grupos que concentraban las grandes riquezas ante una mayoría que vivía en condiciones de pobreza y el desgaste evidente de las propuestas misionológicas tradicionales, propicio el caldo de cultivo para una ruptura epistémica en la manera de hacer misión y entender la teología y la fe en algunos sectores del cristianismo de América Latina.

     Un evento importante que marca este nuevo modelo lo representa el movimiento ecuménico surgido en Huampani, Perú, en 1961, conocido como Iglesia y Sociedad en América Latina (ISAL), cuyo encuentro giró en torno a los diversos problemas sociales del continente y de los desafíos y la responsabilidad que los mismos presentaban a las iglesias. (Núñez, 1986). A partir de allí comienza a generarse un giro significativo en los modelos de misión y se comienzan a trabajar en diversas conferencias, congresos y consultas que se multiplican bifurcan con diversos matices, pero confrontados con los problemas que la sociedad del momento planteaban. La interrogante que orientaba la reflexiones teológicas ya no eran ¿cómo vivir en el mundo sin contaminarnos? O ¿Cómo hacemos para alcanzar a la mayor cantidad de almas para Cristo?, sino, ¿qué podemos hacer para transformar el mundo desde nuestra fe?

     Este nuevo posicionamiento teológico sobre la misión trastoca muchos aspectos que desde los modelos anteriores se habían visto como amenazas y se habían combatido abiertamente. El mundo ya no se ve como una amenaza donde reina el maligno, sino como espacio donde Dios se hace historia para transformarlo; la salvación se plantea no sólo como un evento escatológico y espiritualista, sino que como una realidad histórica que debe afectar al ser humano de manera integral; la interpretación bíblica se hace a partir de nuevos acercamientos con ayuda de ciencias auxiliares, temas como pecado estructural, misión integral, Reino de Dios, la opción por los pobres, el Jesús histórico, entre muchos otros comienzan a hacerse presente en dinámica teológica de la década de los 60, 70 y 80.

     La educación teológica asumió los desafíos planteados y muchas instituciones experimentaron cambios significativos en sus pensum de estudios, mientras que otros dejaron de ser institutos bíblicos para transformarse en Seminarios, y algunos seminarios recibieron reconocimiento universitario. Hubo una fuerte crisis institucional en diversas organizaciones protestantes y evangélicas debido a las confrontaciones surgidas a raíz del nuevo modelo de misión, avalados por un liderazgo nacional y los os defensores de los modelos anteriores, representado en los hermanos misioneros.

     Algunas agencias misionera o iglesias foráneas decidieron a raíz de los conflictos dejar en manos de los  líderes nacionales la administración de las instituciones teológicas, en muchos casos, pero también retiraron su apoyo económico lo cual dejó a dichos espacios en situaciones de alta vulnerabilidad. 

     La educación teológica comenzó a dialogar con la sociedad de entonces, lo cual se podía notar en la incorporación de materias de corte humanista y de las ciencias sociales en sus pensum, así como la vinculación con las luchas de los movimientos sociales, y la búsqueda de mayor incidencia política en el continente. Eran tiempo de polarizaciones políticas a nivel global entre el bloque comunista, liderado por la antigua Unión Soviética y sus aliados y el modelo capitalista liderado por los EE.UU y aliados. La reflexión teológica y por tanto la educación teológica no estuve ausente del debate, sino que asumió con sus propias especificidades la naturaleza del conflicto, donde para entonces los modelos de misión consciente o incesantemente se posicionaban de un lado o del otro. O lo hacía desde el Destino Manifiesto o desde la lucha de clases promulgado por el marxismo, donde ambos marcos teóricos orientaban en mayor o menor grado la misión y la educación teológica de entonces. 

II. ¿Dónde está la educación teológica hoy? (Buenos Aires 2016)

Jesús les dijo:… Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura.  Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente.  Mateo 9.16, 17

     Cuando el mundo está en crisis y además en rápidos y profundos cambios, entonces toda la vida está en crisis de una u otra forma, de tal manera que la educación teológica no puede ser considerada un ente extra mundano que no ha sido afectada por las convulsiones socioculturales que se experimentan en la sociedad contemporánea. La educación teológica está en crisis sencillamente porque la misión de la iglesia está en crisis, porque las preguntas cambiaron y las respuestas desde la fe no resultan tan sencillas de dar, a menos que se asuman postura reaccionaria, que ofrecen ciertas seguridades conceptuales, pero no pertinencia histórica. (Preiswerk, 2011)

     Voy a tomar como referencia lo acontecido este año con el Instituto Superior Evangélico de Estudios Teológicos (ISEDET), de Buenos Aires, Argentina como una clave de aproximación a la situación de la Educación Teológica  contemporánea en el continente, cuya histórica repercusión es por demás reconocida en toda América latina en la capacitación de un reconocido porcentaje del liderazgo del siglo XX, y por lo representativo que podría ser el hecho de que una institución de este calibre haya decidió cerrar sus puertas en el 23 de mayo de 2016, dejando atrás más de cien años de historia educativa en la región.

     En carta hecha pública las iglesias que hacían parte del proyecto resumieron las causas del cierre de la institución de la siguiente manera:

1. La falta de alumnos que se inscriban en esta propuesta de capacitación teológica para el ministerio pastoral.

2. Las crisis de modelos de misión de las mismas iglesias involucradas en el ISEDET.

3. La pérdida de la oficialización del título por no reunir los requisitos exigidos por el Ministerio de Educación, lo que tiene por consecuencia el que no se pueda utilizar el nombre de ISEDET para un futuro reconocimiento del Estado.

4. Un presupuesto sostenido básicamente con recursos del exterior. Los aportes locales no tenían la capacidad de mantener la estructura vigente.

5. No haber avanzado en la búsqueda de un modelo sustentable y en correlación con otras carreras universitarias.

     Las razones que condujeron a las nueve iglesias asociadas al ISEDET a dar por concluido el proyecto expresan una realidad que transciende a dicha institución y que representa una situación y circunstancias por la que ya otros proyectos similares han pasado o están atravesando en América Latina. Permítanme hacer algunos comentarios sobre cada una de estas razones.

Crisis vocacional

     La modernidad con sus desafíos y transformaciones culturales obligó a las iglesias a crear espacios formativos cónsonos con el espíritu de dicho contexto, por lo que estudiar en una institución teológica dejó de ser opcional para convertirse en una necesidad y requisito indispensable, en muchos casos, para poder ordenar a sus ministros en las iglesias. Muchos jóvenes deseosos de servir en la obra de Dios, a muy temprana edad, se incorporaban a realizar estudio de teología en los institutos bíblicos y seminarios porque sentían el llamado de Dios al ministerio y de obtener las herramientas necesarias para poder desarrollar con eficacia.. 

     Pero al concluir el siglo XX la situación ya no era la misma,  las iglesias del continente han estado experimentando en mayor o menor grado una falta considerable de vocaciones ministeriales, de un el liderazgo pastoral dispuesto y capaz  de llevar adelante la misión de la iglesia. El número de iglesias que carecen de una persona oficialmente encargada o los pastores que deben atender además de su congregación natural, otras, es sólo un reflejo de este panorama que se ha profundizado en las últimas décadas. Los jóvenes de nuestras iglesias ya no quieren estudiar  teología, por lo menos, eso es lo que demuestra la cantidad de aulas vacías en los centros de formación teológica, la falta de un liderazgo de relevo y el colapso de no pocas instituciones teológicas.

Crisis en la misión de la iglesia

Si la iglesia Latinoamérica tiene una crisis en cómo debería comprender su misión, es porque los modelos que hasta ahora han convivido en la dinámica eclesial durante el s. XX,  y que de alguna manera mostraron cierta pertinencia en el pasado, ya no lo tienen y  se han agotado en sus propuestas concretas. ¿Cómo entender la misión de la iglesia en el s. XXI? Esta pareciera ser una de las interrogantes que con mayor urgencia exige respuestas, pero  en la práctica no resulta  un ejercicio simple. De lo contrario  la Diócesis Anglicana, Iglesia Metodista, la  Iglesia. Evangélica del Rio de la Plata, la Iglesia Luterana,  Iglesia Valdense, la  Iglesia Presbiteriana, la Iglesia Discípulos  de Cristo, la Iglesia Luterana e  Iglesias Reformadas, organizaciones que sostenían el proyecto ISEDET, no lo hubiesen cerrado. 

     Esta crisis de la misión también puede ser percibida en la baja asistencia que hoy tienen las iglesias herederas del espíritu de la Reforma Protestante, e incluso en el cierre de sus puertas en casos más extremos, contrapuesto con los crecimientos vertiginosos de otros grupos religiosos que han adaptado sus discursos e imaginarios a la lógica de la sociedad de consumo, haciendo de la fe una mercancía y a sus pastores gerentes de ventas, donde el crecimiento es criterio de éxito religioso ( Lauri, 2011). Esto ha generado una migración religiosa de miembros que van de una iglesia a otra buscando “sentido”, u “orientación”, y “respuestas” que les den seguridades ante una sociedad llena de incertidumbres y de unas iglesias que ya no satisfacen sus expectativas de fe.

Crisis de reconocimiento académico

     En el siglo XX las instituciones teológicas tenían clara y definida su misión, no se podían aceptar a todos los candidatos porque no siempre había capacidad para todas las solicitudes y nadie estaba preocupado por obtener un título acreditado por las autoridades del país. Los intereses, las motivaciones y los contextos eran otros, pero en el siglo XXI  la misión de la iglesia se encuentra difusa, las instituciones teológicas están medio vacías, con extrañas excepciones, y los candidatos quieren que sus estudios sean reconocidos no solo por las iglesias , sino por el estado.

     No ha sido fácil para las iglesias protestantes y evangélicas obtener el reconocimiento oficial por los Ministerios de Educación de sus países para los títulos en la carrera de teología, no son muchas las experiencias exitosas en este particular, aunque si las hay, vale la pena mencionar  a la Universidad Metodista de Sao Paulo y la Escuela Superior de Teología en Porto Alegre, ambas en Brasil; la Corporación Universitaria Reformada (CUR), en Barranquilla, Colombia, la Universidad Bíblica Latinoamericana, en San José, Costa Rica, entre otras. Sin embargo, hay que mencionar que este esfuerzo por cumplir las exigencias de la academia, ha chocado, no pocas veces, con las exigencias de las necesidades eclesiales, las cuales son más pastorales que intelectuales. 

Crisis financiera

     Las iglesias del continente históricamente han dependido económicamente del apoyo de agencias o iglesias foráneas, las cuales durante todo el s XX apoyaron no solo con recursos económicos, sino también con recurso humano la obra de la región. Muchas de nuestras iglesias fueron pastoreadas por hermanos misioneros cuyo salario era cubierto por su organización de origen, y  el grueso para cubrir  los presupuestos de los espacios de formación teológica venía de los EE.UU o algún país Europeo. A raíz de una diversidad de factores, pero fundamentalmente el cómo entender la misión de la iglesia, lo cual creo desencuentros entre el liderazgo nacional y los misioneros que se desempeñaban como pastores y profesores de los institutos bíblicos y seminarios, resultando en una progresiva salida de estos últimos a sus países de origen para dejar en manos del liderazgo nacional las riendas de iglesia y sus instituciones.

     Los misioneros se fueron y con ellos, en muchos casos, el apoyo económico que tradicionalmente se recibía de parte de las iglesias hermanas en el extranjero. La iglesia nacional nunca se preparó para asumir con sus propios recursos todo lo que implicaba el sostenimiento de todo los ministerios creados, incluyendo los proyectos educativos, de tal manera que no pasó mucho tiempo, hasta que colapsaron por problemas de financiamiento. La falta de autogestión local, la poca producción de las instituciones encargadas de formación teológicamente al liderazgo de relevo, y la falta de sintonía entre lo que se estudiaba en dichas aulas con lo que acontecía en las iglesias locales, terminó por reducir al mínimo el apoyo de agencias internacionales, que también entraban en sus propias crisis debido al colapso de la economía mundial.

III. Trazos para repensar la Educación Teológica del s. XXI en Abya Yala

- La misión de la iglesia de defender la fe de las doctrinas heréticas que amenazan  la ortodoxia del evangelio y  de establecer, sistematizar y transmitir las doctrinas verdaderas del cristianismo que permitan la vida en el más allá, ya perdieron su vigencia histórica y teológica.

- Las respuestas que la iglesia tiene ya no funcionan para las nuevas preguntas. La misión de la iglesia debería procurar recrear la vida y su sentido

- La teología es un saber entre otros saberes, por lo que la teología ya dejó de ser la reina de las ciencias, para convertirse en un saber  más por lo que hay un imperativo de dialogar con otros campos del saber.

- Fuimos formados para vivir una fe en contexto de certezas y absolutos, hoy el desafío es desarrollar una misión en medios de contextos de incertidumbres y subjetividades. La educación teológica tiene que lidiar con esa nueva realidad

- Es necesario ver más allá de los modelos mercantilistas de misión que hoy proliferan como expresiones religiosas del neoliberalismo, y los modelos reaccionarios que busca refugiarse en los modelos del siglo XX. Para ello hay que tejer espacios de dialogo, de trabajo y de acciones conjuntas que permitan develar en el camino las pistas que el Espíritu Santo nos quiere mostrar.

- Los espacios formativos debería mantener la rigurosidad académica sin perder su conexión con las realidades eclesiales cotidianas y concretas. Es necesario entender y dialogar con los diversos ámbitos e interlocutores de la teología como lo son la academia, la sociedad y la comunidad eclesial.

- Hay que ser creativos en la construcción de nuevas modalidades de estudio para la formación de liderazgos, construir proyectos menos denominacionales y más ecuménicos e inclusivos, sin desconectarse de las nuevas subjetividades emergentes que hoy se posicionan en la sociedad.

- Hace 500 años la Reforma Protestante revolucionó la teología, la Misión de la Iglesia, la educación teológica, donde la imprenta jugó un papel fundamental como recursos de última tecnología para la época, hoy la iglesia tiene que asumir el mismo desafío.