EL SER HUMANO Y EL ORIGEN DE LO SAGRADO
                                                                                                                                                                          02/08/2018

Resumen     

En esta investigación queremos trazar algunas pistas acerca del origen del fenómeno religioso sobre el cual se fundamentan las diversas manifestaciones culturales, cuya preocupación inicial se vincula principalmente a la trascendencia, a lo ignoto que se quiere conocer, para religarnos con la naturaleza y el universo de manera no ‘material’, sino a partir de las emociones, los deseos, vacíos, confusiones y preguntas que no son agotadas por la realidad objetiva que habitamos. En este sentido nos preguntamos ¿cuál es el fundamento sobre el cual descansan o se construyen las diversas manifestaciones religiosas? En otras palabras ¿cuál es el principio constitutivo que les da origen a las manifestaciones religiosas en cualquier contexto? ¿Cuál es el sustento epistémico que las sostiene? La naturaleza y propósito de la investigación que se desarrollará obliga a realizarla bajo el paradigma cualitativo, debido a que resulta el más apropiado, al no pretender este estudio descubrir o probar leyes, sino explicar, comprender y analizar un fenómeno socio cultural, como lo es la genealogía de lo sagrado como piso epistémico de las manifestaciones religiosas que tienen lugar en las diversas geografías con una diversidad de componentes y expresiones. En esta investigación echaremos mano de la síntesis documental, que permitirá el estudio, revisión y organización del contenido que se encuentra en la bibliografía a consultar.  En este sentido, las técnicas de la observación documental, la presentación resumida, resumen analítico y el análisis crítico, permitirán identificar los datos de interés que posteriormente serán analizados con mayor detenimiento a fin de mostrar las ideas y categorías fundamentales, así como también la lógica de los planteamientos en consideración y su valoración crítica. En consecuencia, el método hermenéutico    se convierte   así    en   el    instrumental más   apropiado   para   la   reconstrucción    y    comprensión de    significados   de   realidades polisémicas, entre ellas los complejos fenómenos sociales, culturales y religiosos que forman parte de la vida humana.

Palabras claves: Sagrado, cultura, religión, sentido, mapas

A modo de introducción

Las palabras significan lo que queramos que signifiquen. Las definiciones que otorgan  los diccionarios son cerradas y con sentidos clausurados, por tanto, no siempre satisfacen ni se corresponden con la dinámica social, la diversidad de campos de estudios que exigen especificidad y mayor precisión en el uso del lenguaje. Hay términos lingüísticos que por su naturaleza, evolución y  connotación poseen una riqueza de sentido que se refleja, por un lado, en la dificultad que representa darle una explicación satisfactoria, y por otra parte, por el uso que  en las diversas disciplinas académicas recibe,  dejando al descubierto la polisemia que dicho vocablo adquiere a partir de los diferentes campos del saber, tal es el   es el caso de la palabra cultura, o mejor dicho del fenómeno cultural. 

     Por otra parte, una de las características más universales que constituye el fenómeno cultural está representado por las diversas manifestaciones religiosas que han acompañado al ser humano desde tiempos tan remotos como la humanidad misma; esa necesidad ‘cuasi cultural’ o ‘cuasi natural’ que habita en todos los pueblos de creer en fuerzas y universos que transcienden a lo local y concreto, que orientan la vida, objetivándose en ritos, símbolos y ceremonias cuyas practicas acobijan comportamientos, la moral, la ética e incluso los deseos más profundos del ser humano. No hay un pueblo en este planeta que carezca de este elemento de trascendencia, de espiritualidad, cuya permanencia histórica no han podido erradicar las explicaciones y avances de la ciencia. La ciencia explica el mundo, pero la religión le da sentido y las manifestaciones religiosas la localidad y el contexto.

EL FENÓMENO CULTURAL

     Un día cualquiera, a  principios de la historia de la humanidad, en algún lugar, bajo particulares circunstancias, alzamos la mirada y ella se pierde en el firmamento que nos sirve de sombrero con sus múltiples luceros de todos los tamaños y formas. El universo se abre sobre nuestra diminuta presencia y extiende sus brazos infinitos hasta una ‘eternidad’ que no logramos explicar ni comprender: millones de estrellas, de galaxias, de planetas, cometas, asteroides, lunas, soles, constelaciones y un sinfín de mundos que aun nuestra mirada no puede captar, están allí. El asombro nos sobrecoge y la admiración por lo extraordinario de este hecho, del cual nuestro planeta apenas es un punto, nos inunda de temores y preguntas sin respuestas sobre una realidad que nos contiene y trasciende nuestra capacidad de comprensión.

La naturaleza exige una explicación

La vida nos paraliza con sus  complejas manifestaciones. La reproducción humana  a través  del acto sexual, la presencia de la muerte, la fertilidad de la madre tierra, el diseño del cuerpo humano, de la razón y los afectos levantan un sin número de interrogantes desde hace millones de años. Nos autodenominamos seres humanos y, desde la particularidad de esa realidad,  abordamos nuestra pequeño aldea, la tierra;  y permanecemos embelesados ante el mundo natural que nos acoge con su misterio e  infinitud y con las diversas relaciones humanas que se construyen.

     Habitamos un mundo lleno de mares, ríos, océanos, montañas y misteriosas selvas; millones de seres vivos conviven y llenan el minúsculo mundo que también compartimos con otros seres y diversas formas de vida. El viento sopla en los rostros, el sol calienta el ambiente y los cuerpos, los pájaros multicolores danzan por los aires e inundan con sus melodías el silencio de  las soledades, los verdes visten con sus tonalidades las montañas que emergen como gigantes, y el arcoíris parece bañar con sus colores las plantas y flores que se extienden como alfombra en los diversos caminos.

     El mundo natural está allí como una arcilla para ser moldeado de acuerdo a los caprichos y necesidades de la humanidad que busca integrarlo a sus realizaciones más sentidas, explicándolo con ideas, valores, conceptos de moralidad y cosmologías, a través de aspectos materiales y espirituales que responden a intereses básicos del hombre y a exigencias  intangibles  que terminan siendo expresadas por medio de universos  simbólicos. En otras palabras, los seres humanos transforman el mundo natural y  aparece la cultura, la cual no es más que ese amasar humano de lo natural para la construcción y delimitación de las identidades colectivas (Kuper, 2001).

     Dicho de otra forma, los seres humanos no están programados biológicamente para religarse con el mundo natural por medio de comportamientos unívocos fijados por herencia, como si lo están los animales, lo que  imposibilita que sean agentes culturales como el hombre, quien si es capaz de asumir  comportamientos, valoraciones, estilos de vida que se expresan en la modificación y transformación  del mundo natural. En otras palabras “hay un mundo objetivo de valores, pero hay un mundo de actitudes determinado por aquel”, por lo que el mundo cultural viene dado por las cosmovisiones, cosmogonías  y las actitudes establecidas. (Enrique Dussel, 2006).   Explicar el mundo natural es hacer cultura, e  implica la realización histórica que tiene lugar a partir de procesos permanentes de objetivaciones cognitivas y empíricas, que a su vez colocan los límites de los ciclos apócales atribuyéndole a cada uno jerarquía y valores.

Los seres humanos como seres de sentido

     No es suficiente con tener explicaciones acerca de la naturaleza y la vida, es un imperativo también, para los seres humanos,  darle sentido, respuestas que le permitan entrar al mundo de los deseos, de la felicidad, de la esperanza, de los afectos, de lo sagrado y de lo profano, de las relaciones, de aquello que se valora como propio y como extraño. 

     La cultura es un mapa que sirve para interpretar la vida y las relaciones humanas,  es un faro que devela y oculta situaciones; son el lente que permite  agudizar la mirada en algunas oportunidades y  en otras la tornan borrosa. Es un universo de sentido que se ha organizado en estructuras mentales  de ciertas épocas, cuyo contenido está configurado por las tradiciones, comportamientos, relaciones, valores  y creencias, las cuales se han trasmitido a través de diversos medios que las han  institucionalizado y a partir de ellas hemos aprendido a interpretar el mundo. Porque al fin y al cabo, señala Mosterín, (1993) la cultura implica la transmisión social de información entre los cerebros humanos,  de tal manera que ésta se detecta, procesa, almacena y se transfiere de manera dinámica y diversa.

     En un mundo globalizado, donde el acercamiento cultural se ha hecho tan próximo e inevitable, no es difícil percatarse que hay diferencias notables y contradictorias en torno a las relaciones humanas y su interpretación. Por eso, se asume que culturas distintas tienen  valores y costumbres diferentes,  y en oportunidades lo que es normal para algunos grupos  puede generar rechazo y hasta resultar repugnante para otros.  De allí que un acontecimiento, conducta o fenómeno posee ‘miradas´ diversas, dependiendo del horizonte de sentido desde donde se analice; incluso objetos que tienen un ‘significado’ dentro de un horizonte,  en otro representan otra ‘cosa’. Es lógico pensar que culturas o pueblos diferentes interpreten diferente y hasta de manera antagónica.

     Hay que tener claro que al llegar a este mundo se reciben los horizontes de comprensión de la sociedad a través de la familia, las instituciones educativas,  y el grupo social o religioso al que se pertenece. Es decir, no es un acto genético sino cultural, el cual precede a nuestra llegada; se aprende a ser persona desde allí y a valorizar ética y moralmente al mundo con esos lentes hermenéuticos asignados, lo cuales  se irán desarrollando a lo largo de toda la vida. Entender esto permite preguntarse por el cerco de referencia que ha orientado y da sentido a la vida de las personas y a la manera de relacionarse no sólo con sus semejantes, sino con la naturaleza.

Somos esclavos culturales de los universos que construimos

Todo aquello que no pertenece al mundo natural, forma parte del mundo cultural, del mundo alterado por los seres humanos para satisfacer sus necesidades, del mundo de las instituciones sociales que organizan y legitiman nuestra interpretación del mundo,  nuestros comportamientos y creencias (Berger, 1969). Así que toda realidad sociocultural es producto del ser humano, pero también es un hecho que el ser humano es producto de su realidad sociocultural. He aquí una relación dialéctica y de construcción de mundos que a la vez nos construyen. 

     La cultura viene a estar configurada por  todos los conocimientos, creencias, costumbres, técnicas para hacer algo, usos y hábitos propios de un grupo humano o una sociedad específica, la cual va a expresarse y a objetivarse de manera concreta en ámbitos tales como la religión con su diversidad de manifestaciones culturales,  empleando el mito como modo de explicación; la moral, que  va a regular el comportamiento del individuo identificando lo bueno de lo malo; lo jurídico,  normando las relaciones del grupo social estableciendo sanciones y restituyendo el daño ocasionado; el pensamiento, que muestra la interpretación que tienen los pueblos acerca de sí mismos, del arte , la estética,  su cosmogonía y cosmovisión; el lenguaje, como herramienta de comunicación que permite estructurar el pensamiento de un pueblo, y facilitando la construcción de realidades de  conocimientos e identidad. (Colombres, 2009).

En otras palabras, el hombre  inventa creencias, comportamientos, convenciones, ideales, lenguaje, pone límites,  interpreta la naturaleza de modos particulares, privilegia maneras de organización social, cuestiona otros, establece normas, para después percatarse que es prisionero de todo aquello que creó. La gramática lo hace esclavo de su propio lenguaje, los valores lo hacen esclavo de normas que lo hacen sentir culpable cuando las quebranta y las instituciones creadas por él se convierten en estructuras rígidas de control que le impiden disfrutar de la libertad que tanto desea. 

EL ORIGEN DE LO SAGRADO

Desde tiempos remotos, diversas interrogantes dejaban al desnudo lo ignoto del universo y la vida, por tanto,  era necesario diseñar caminos, pistas, senderos de interpretación; de un mapa que facilitara la construcción de respuestas y orientara el sentido de la existencia como un todo: ¿Qué hacemos aquí? ¿Cómo llegamos acá? ¿Cómo surgió la vida y todo lo que nos rodea? ¿De dónde venimos? ¿A dónde vamos? ¿Qué hay más allá de lo que nuestra mirada y conocimiento pueden alcanzar a ver y comprender? ¿Qué sentido tiene nuestro universo y la humanidad? ¿De dónde procede toda la materia de la que está compuesto el universo? ¿A dónde van nuestros seres queridos al morir? ¿Por qué el sufrimiento y el dolor? ¿Qué fuerzas han actuado para que la vida sea la que hoy conocemos? ¿Tuvo nuestro universo un principio? ¿Cómo fue? ¿Qué había antes? ¿Qué habrá después?

Lo sagrado da sentido al universo y a la vida

     Desde los orígenes de la humanidad, la diversidad y misterio de los fenómenos naturales, provocaron la construcción de explicaciones de carácter mítico a dichas manifestaciones. Por eso, cuando la luna se dejaba ver en sus variadas  presentaciones cada cierto tiempo en el gran firmamento, o cuando el sol aparecía en la aurora y desaparecía al atardecer, o cuando las nubes cubrían el cielo y dejaban caer el agua para que las floreces desplegaran sus aromas, o cuando el arcoíris se levantaba con sus múltiples colores adornando los cielos, o cuando las tormentas con sus truenos y relámpagos rompían el silencio de las oscuras noches, despertaban tanto asombro y alegría, como temor y angustia en los diversos grupos humanos. La repuesta era que había  algo o alguien ‘sobrenatural’ que hace que aquello que no depende de nosotros ocurra, y que además puede ser capaz de protegernos cuando el terror nos invade y haya que enfrentar ciertos peligros y amenazas (Armstrong, 2006, Mo Sung, 2010).

     Por un lado, las culturas sedentarias  comenzaron a atribuirle a la  tierra carácter de sagrada, debido a su capacidad de ofrecer alimentos y de recibir los cuerpos de los seres queridos  al morir. Esta actitud  expresa como ésta en los albores de la historia era considerada como una fuerza sustentadora de todo cuanto la habitaba, cuyo propósito era imposible de controlar, pero con la cual sí era posible entrar en sintonía, religarse. (Gebara, 2008, Johnson, 2008). Y por otra parte, las sociedades más primitivas comenzaron por pensar que habían fuerzas invisibles que estaban por encima de los seres humanos y que regían la vida y el universo, por tanto identificaban como sagrado fenómenos naturales, que no eran fáciles de explicar; lugares que imponían su presencia a través de su altura, ríos que nutrían a las plantas y árboles; apartaron objetos para ser usados en ritos y ceremonias, y lo sagrado iba tomando cuerpo en la medida que el mapa se iba dibujando. Las poblaciones indígenas, de lo que hoy se conoce como América, creían  que los espíritus habitaban todos los elementos naturales que a su vez le daban vida y buscaban establecer alianzas con las fuerzas que habitan en cada elemento porque se consideraban impotentes ante tal sublimidad y  poder (Deiros, 1992).

El ser humano ante la majestuosidad de la vida y el universo quedó prendado de sus encantos y su magia, de sus colores y de sus profundidades y de esa inmensidad que lo rodeaba todo, a la vez que tomaba consciencia de  su pequeñez y fragilidad como interlocutor. El asombro y la admiración por tanto orden y belleza colmaban el espíritu hasta desbordarse en intentos de explicaciones que progresivamente desembocaron en narrativas, ceremonias, ritos, cantos, ofrendas, y valores. Y posteriormente en la designación de los administradores de lo sagrado, de los ungidos que podían entrar en conexión directa con lo divino, con lo superior, con las fuerzas invisibles que controlan todo aquello que nos inquieta. De esta manera aparecen los mitos cosmogónicos con sus particulares formas de explicar el origen del universo, en los cuales los elementos naturales como el agua, el aire, el mar, los cielos, la tierra adquieren un halo de divinidad y se transforman en entidades como poderes que actúan conforme a sus caprichos sagrados.

     De allí que, el sentido de lo sagrado no surgió como una cualidad inherente a las cosas, sino  que éste nace del poder que tienen los seres humanos de “nombrar”, discriminar objetos, espacios, lugares, fenómenos, tiempos, discursos, personas y asignarles ese encanto y jerarquía que hace la vida  menos aterradora al exorcizar los miedos y las incertidumbres de las interrogantes no respondidas. De hacer cultura.  Es un intento, por demás pretensioso de “transustanciar” la naturaleza y el universo, de objetivar los deseos y sentimientos que yacen en las profundidades del ser humano (Alves, 1999). Esta comprensión de lo sagrado, de esas fuerzas externas que nos vigilan y protegen si hacemos lo que ellas exigen, ha ido reconstruyéndose conjuntamente con la historia de la misma humanidad y está estrechamente marcada por las transformaciones que han experimentado la humanidad en las diversas etapas de su devenir de sociedades nómadas, cazadoras y recolectoras, pasando por su establecimiento en organizaciones más sedentarias. 

La religión como mapa de lo sagrado

     Los mapas varían de un territorio o localidad a otra y pocas veces nos preguntamos acerca de cómo, dónde, por qué, o quiénes los construyeron. Muchos de nuestros mapas  de creencias religiosas los hemos heredado de otros tiempos y de grupos que ni siquiera conocimos, sin embargo nos aferramos a ellos porque nos dan seguridad en medio del camino que es necesario transitar. Las diversas religiones, incluyendo el cristianismo, funcionan como un mapa que permite a los seres humanos no andar “a tientas” ante el misterio del universo y de la vida, sino con ciertas seguridades y sentido de orientación. Es un marco de referencia que hace posible organizar la realidad tanto terrenal como espiritual, delimitando fronteras, señalando las zonas exploradas e inexploradas, identificando los sitios seguros de los inseguros, así como aquello que genera placer o sufrimiento. Las religiones, como todo mapa, han sido elaboradas en alguna geografía, bajo ciertas circunstancias y durante un periodo de tiempo, para dar explicación a una diversidad de preguntas, llenar vacíos, calmar los temores y el sufrimiento de los seres humanos.

     Las religiones, cual mapas, se comportan como  representaciones conceptuales y simbólicas que la humanidad se ha hecho, las cuales  ofrecen una guía que da  sentido a la  vida desde el ámbito de la fe y la espiritualidad. En consecuencia, traza líneas entre lo profano y lo sagrado, establece fronteras entre lo que es admisible y lo que no, delimita y nombra territorios, muestra las vías y caminos que los unen, así como también las montañas y ríos que  separan. Dicho de manera más directa, establece verdades, dogmas, señalan lo que es puro e impuro, lo aceptable y lo que no, diseña ritos, legitima enseñanzas y condena otras, promueve creencias y rostros particulares de las deidades, explica el universo, la vida,  las relaciones humanas,  promueve dogmas y fomenta la creencia en ellas como un acto de fe.

     Cada religión es un mapa de lo divino, y como tal tiene como punto de partida, fundamentalmente, el deseo de explicar la belleza del universo que arropa a la vida humana, belleza que no depende de la intervención directa de quienes a lo largo de la historia ha quedado extasiados ante tanto esplendor. El sol, las estrellas, la luna, los animales, la lluvia, los ríos han estado allí con sus propiedades antes de la aparición de la humanidad y seguirán estando después de la extinción de esta. Y así, esa sensación de vacío, de ausencia y de distancia que los seres humanos experimentan, llegan a ser el motor que dinamiza lo sagrado convirtiendo la divinidad ‘en el símbolo máximo del deseo y de la esperanza’, quien a su vez no representa una presencia, sino el reconocimiento de un vacío, de un extrañar,  de un sentido que aún no se experimenta a plenitud, y que aparece para calmar nuestra nostalgia.  (Alves R.  2006, Gebara, 2008). Hay que subrayar que esa sensación de vacío, ausencia, sentido, y nostalgia, no es exclusiva de pocos  pueblos, sino que ha estado presente en todos los grupos humanos, obligándolos, desde las épocas más primigenias, a diseñar sus mapas motivados por las mismas inquietudes, pero dándole matices y especificidades propias de su cosmovisión y manera de organizarse económica y socialmente.

     No hay duda de la presencia universal de la creencia en seres celestes y divinos desde el génesis de la humanidad, dotados de presciencia y control infinito, quienes establecieron  leyes y ritos que debían regir al clan; y que, además,  velan por el fiel cumplimiento de sus preceptos, aniquilando a quienes se atrevan a violentarlos (Eliade, 1981). Al tomar conciencia de sus limitaciones, y de lo insondable de la vida y el universo, los seres humanos buscaron hacer una religación entre su finitud y la infinitud de los seres superiores por medio de la construcción de símbolos, lenguajes y de ceremonias para propiciar dicha relación.  En consecuencia, el mapa debía contemplar plegarías para cuando la lluvia se demorara, altares para calmar la ira de los dioses, ofrendas para diversas épocas del año, fiestas sagradas para agradecer la protección, ceremonias por las cosechas obtenidas y los nuevos nacimientos, ritos para garantizar que los seres queridos al morir descansaran con los dioses, entre muchos otros más. Y, el mapa, también debía ser una guía para clasificar las relaciones y los comportamientos, establecer cuáles son aceptados y cuáles no, es decir, cuáles tienen el visto bueno de los dioses que producen su alegría  y cuáles su rechazo,  y que, en consecuencia, generan su ira. 

La institucionalización de las deidades

     Los seres y fuerzas invisibles que controlan el universo, primeramente se les identifica como un Misterio, para posteriormente realizar los primeros trazos que caracterizarían el mapa de cada grupo humano: nacen las religiones. Entre más iban definiendo los trazos del mapa, el Misterio se iba pareciendo cada vez más a los rostros de aquellos que realizaban la pintura hasta que cada quien pintó la divinidad a su manera (Alves R, 2006). La transición de las sociedades  nómadas hasta llegar a  establecerse  en aldeas y ciudades-Estados, cerca del 3000 ac., hizo que  las explicaciones y vivencias de lo sagrado se tornaran  en sistemas y actividades  más estructuradas y organizadas, lo cual hace de la religión formal un visitante de origen reciente, si se considera que el Homo sapiens apareció alrededor de 100.000 años ac (Johnson, 2008: O'Murchu, 2014). Hasta que finalmente los diversos pueblos y culturas comenzaron a nombrar a sus fuerzas invisibles, a sus divinidades a sus dioses: Aglibel, Ahura, Abu, el Tao, Dharma, Brahma, Krisna, Ashur, Anansi, Dagda, Osiris, Anubis, Bre, Kalunga, Obatala, Brekyirihunuade, Viracocha, Pacha mama, Quetzalcoatl, Inana, Isthar, Marduk, Afrodita, Apolo, Zeus,  Baal, Ah Mun, Elohim, Yahvé, Alá, entre muchos otros.

     Dar nombres ayudaba a organizar e institucionalizar la manera de cómo había que establecer la relación con los seres supremos, pero no a explicar el Gran Misterio en su totalidad, porque él o ella siempre transcendía a cualquier tipo de nombramiento haciéndolo inteligible e imposible de encuadrar en las  coordenadas humanas, por más rigurosos y majestuosos que sean los ritos, ceremonias y ofrendas que le son dedicadas. Pero, ciertamente suministraban respuestas y explicaciones a una gran cantidad de preguntas sobre el universo que superaban la capacidad humana, pero que sí era posible para los seres superiores que habitaban en otras esferas y que intervenían a su conveniencia en la naturaleza.

Los mapas que se diseñaron eran diferentes, de acuerdo a cada grupo humano, pero compartían mucho en común, ellos intentaban responder preguntas, procuraban tener pistas que le dieran sentido a la vida, creían  que la realidad no se agotaba en sus cuerpos sino que los trascendía, coincidían en que era necesario objetivar esos sentimientos en prácticas y resguardar el fiel cumplimiento y transmisión de dicho mapa en sus comunidades, a fin de que tanto las generaciones presentes como futuras se manejaran con las mismas coordenadas. Nace entonces la necesidad de educar, de trasmitir a los otros las explicaciones acerca de  los vacíos y las ausencias de toda existencia humana, y dicha tarea le es conferida a los ancianos,  a los chamanes, al Swami,  al sacerdote y sacerdotisas, cuya sabiduría y legado divino  les ha sido conferida por sus antepasados, quienes a su vez la obtuvieron directamente de sus ancestros y estos directamente de los dioses.

Entonces,  el lenguaje se torna herramienta necesaria para la construcción y transmisión de las historias, de los mitos etiológicos, de cómo fue que las fuerzas divinas que nos rigen se nos manifestaron y nos hicieron distintos de los animales, y poder decir que somos humanos, seres vivientes que representan más que la extensión de su propia corporalidad. La trasmisión oral de las respuestas que dan sentido a la vida manifestadas en una diversidad de explicaciones míticas migraba de generación en generación, calmando los temores y llenando los vacíos de las nuevas y diversas civilizaciones que también experimentaban la ausencia de un no sé qué, que lo llenaba todo. Posteriormente la escritura permitió plasmar, a los diversos grupos humanos,  en piedras y  tablillas las palabras de los dioses, y las explicaciones sobre el origen del universo y de la vida; los signos lingüísticos sirvieron para la fijación y transmisión de los diversos mapas.

UN INTENTO DE CONCLUSIÓN

     El fenómeno cultural representa uno de los acontecimientos que mayor complejidad para las ciencias contemporáneas, entre otras razones, porque cualquier aproximación a dicho fenómeno se convierte por antonomasia en parte del fenómeno mismo, en una manifestación cultural más; todo intento por interpretar o definir la cultura no es más que una manifestación de carácter cultural posicionado desde un saber, una epistemología, e incluso una geografía. Esta realidad se ha ido develando a partir del surgimiento de las ciencias sociales en el siglo XIX, en especial la antropología y la sociología, las cuales han abordado el fenómeno cultural desde sus propias especificidades contraviniendo los monopolios conceptuales que se han querido imponer.

     Aunque claramente hay divergencias en cuanto a lo que es y no es cultura, también hay que destacar que hay coincidencias recurrentes en cuanto a elementos característicos de la misma tales como que la cultura: a) es parte de la vida humana; no es biológica, se aprende; es objetiva y simbólica, es identitaria en los grupos humanos; es dinámica y evoluciona; se puede usar para ocultar y manipular.  De tal manera, que el elemento religioso, como manifestación cultural, refleja también estas complejidades y estas características, a pesar de nuestras intenciones de pensar que el sentido de lo sagrado es un hecho extraterrenal ajeno, en su origen, a  las realidades humanas.

     En consecuencia,  el misterioso territorio geográfico y cósmico que habitamos y que a su vez nos habita, trajo como resultado la relación de la humanidad  con el Gran Misterio, que nadie puede  comprender a plenitud porque trasciende cualquier intento de explicación o enjaulamiento, pero con el cual es posible entablar cierta relación que da seguridades, calma las angustias, orienta la existencia y ahuyenta los miedos que atormentan lo más profundo del espíritu humano.

     El universo de la espiritualidad se diferencia de otros porque no está preocupado en  explicaciones racionales y lógicas acerca de la naturaleza y la vida;  quiere darle sentido  para entrar al mundo de los deseos, de la felicidad, de la esperanza, de los afectos de lo sagrado y de lo profano. Somos, intrínsecamente, seres de sentido, hoy nos recuerdan de manera recurrente las ciencias humanas y sociales. El mapa de los científicos explica de manera matemática y mecánica cómo funciona el universo, pero el mapa de la religión, expresado en una pluralidad de manifestaciones religiosas,  se dibuja conectado a los sentimientos más profundos y complejos del ser humano que se orienta en busca del amor, la felicidad y el sentido de vivir.


LISTA DE REFERENCIAS

Alves, Rubem (2006). Transparencias de eternidad. Mexico, D.F: Ediciones Dabar.

Armstrong, Karen (2006). Una historia de Dios. Barcelona: Paidós.

Colombres,  Adolfo. (2009). Nuevo manual del promotor cultural. D.F., México: Consejo Nacional para la cultura y las artes.

Dussel, Enrique. (2006) Filosofía de la cultura y la liberación. D.F.,  México. UNAM

Eliade Mircea (1981). Tratado de historia de las religiones. Madrid: Cristiandad.

Gebara Ivone (2008). Compartir los panes y los peces. Montevideo: Doble clic-Editoras.

Johnson Elizabeth A (2008). La búsqueda del Dios vivo. España: SAL TERRAE.

Kuper,  Adam. (2001). Cultura: La versión de los antropólogos.  D.F.,  México: PAIDOS.

Mosterín, Jesús. (1993) Filosofía de la cultura. Madrid, España: Alianza Universidad.

O'Murchu Diarmuid (2014) Teología cuántica. Ecuador: Abya Yala.

Sung Jung Mo (2010) Deus ilusao ou realidades? .Sao Paulo : Editora reflexao.