A modo de introducción
Las discusiones acerca de cuál es la etiqueta o el nombre más apropiado para referirse a los territorios conquistados por los europeos han sido inherentes al desarrollo cultural y político de la región desde 1492 hasta la época contemporánea. La confusión no queda exenta ante tantas designaciones, que, como ningún otro continente, son empleadas para identificar lo que hoy formalmente se conoce universalmente como América Latina. Porque el asunto de fondo no es sólo cuestión de un nombre, de una nomenclatura que permita identificar la geografía de estas tierras, es más que eso, es entender que cada identificación nominal va a operar en palabras de Phelan, como ´una proyección simbólica de las ambiciones y designios de las potencias europeas con respecto a los territorios descubiertos por Colón´ (Quijada,1998), pero también como una reacción emancipadora de las víctimas colonizadas y oprimidas ante las agresiones foráneas.
En este ensayo vamos a apropiarnos de la tesis de Phelan para detenernos en algunos hitos identitarios representativos para los fines de este trabajo, y analizar desde ese horizonte una diversidad de proyectos tanto de dominación como de emancipación, los cuales se encuentran detrás de las denominaciones empleadas, las cuales funcionan en esta investigación también con un sentido metafórico y simbólico, más que histórico-cronológico. Tener conciencia de estos proyectos, permite ubicar epistémicamente los discursos y narrativas que hoy se construyen en torno a los estudios culturales en Abya Yala desde los sujetos subalternos.
I. Las identidades de represión asignadas por el Norte Global
Somos un agujero en medio del mar y el cielo quinientos años después una raza encendida negra, blanca y taína ¿pero quién descubrió a quién?
Juan Luis Guerra
Los europeos fueron muy recurrentes en bautizar y rebautizar los territorios dominados: Nuevo Mundo, Indias Occidentales, América Anglosajona, Hispano- lusoamérica, Magna Patria, Tierra de papagayos Colombeia, entre otros más (Herceg, 2010). En este apartado sólo nos detendremos en dos de estas representaciones: el proyecto de la cristiandad representado por la designación de´Nuevo Mundo´ y el del Destino Manifiesto en ´América Latina´
A. El Nuevo Mundo como América (XVI-XVII): el proyecto de la cristiandad
La designación nominal de Nuevo Mundo a los territorios de Abya Yala es atribuida al primer historiador oficial de la Conquista, Mártir de Anglería, quien era sacerdote y encargado de realizar los registros de los hallazgos y experiencias que los españoles llevaban a la corte de Isabel, las cuales son recogidas en su trabajo de las Décadas del Nuevo Mundo, en las que va a reseñar las ´cosas nuevas´ de los ´territorios descubiertos´, y a partir de entonces, el término Orbe Novo comienza a popularizarse, y a posicionarse en las nuevas representaciones cartográficas. (Ramos, 2012). Por ejemplo, Américo Vespucio, en su ya célebre carta de 1503, hace referencia a Mundos Novus, para anunciar que se está ante un mundo diferente al europeo (Roig, 1981). La fuerza conceptual del término, como proyecto, queda en evidencia al mantenerse a lo largo de la historia sirviendo como eje trasversal a las nuevas nominaciones que se van incorporando.
Esta idea del Orbe Novo va a representar para Europa una oportunidad para poder reinventarse como proyecto cultural y construir todo aquello que se desea que sea Europa, pero que no lo es. El Mundo Nuevo terminaría por ser, lo que el Mundo viejo aún no había logrado. Este Nuevo Mundo se contraponía al Mundo Viejo y en ruinas que representaba la Europa del siglo XVI, la cual venía dejando atrás las fuertes estructuras sociales de la Edad Media, donde el teocentrismo era desplazado por un antropocentrismo, y el surgimiento de una nueva clase social, la burguesía se iba imponiendo.
El Nuevo Mundo pasa a ser el territorio de las utopías y de los sueños por realizarse, todo es nuevo, todo está por hacerse, por inventarse y por construirse; resucita la posibilidad de reiniciar todo en un territorio virgen, sin los vicios y problemas del Viejo Mundo, es la oportunidad para superar todo lo malo que ya se ha vivido en la vieja Europa. Es la oportunidad de reeditar las viejas leyendas, las antiguas mitologías referidas a la Edad de Oro, al Paraíso Terrenal, a la Fuente de la Juventud, a la Ciudad de los Césares, a El Dorado, a las amazonas, entre otras. (Herceg, 2010)
Para los españoles el Nuevo Mundo brindaba una gran oportunidad para hacer posible el sueño de un reino cristiano. El mismo Colón interpretaba su hazaña como un cumplimiento de una profecía del profeta Isaías, lo cual le daba a la conquista una justificación teológica, en la cual España estaba siendo utilizada por Dios para “salvar” y “humanizar” a estos bárbaros, que vivían en la plena oscuridad hasta que le llegó a luz a través de este “acto evangelizador”. Los propósitos de Dios y la causa de España son equivalentes, por eso conquista y evangelización pasan a ser las caras de una sola moneda. Colón actúa convencido de que su empresa es una manifestación de los propósitos de Dios para estas nuevas tierras, y que él al igual que España son instrumentos al servicio de los proyectos divinos. La lectura que hace Colón del texto de Isaías es una clara demostración de que las profecías bíblicas se están cumpliendo en su persona. En esta hermenéutica etnocentrista “Las tierras lejanas” están representadas por Abya Yala, “la naves de Tarsi”, se refiere a embarcaciones españolas, por supuesto; y “trayendo de lejos su oro y su plata”, no era más que la clara referencia a la extracción de las fuentes de riqueza, que era un acto litúrgico, “para la honra del Señor”.
Las naciones que históricamente se autonombran como “embajadoras de Dios”, se colocan así mismas como criterio de validación humana. Es decir, entre más te parezcas a ellas más humano se es, pero entre menos te parezcas, más humanización ameritas. Esta realidad se hace evidente en la futura estructura social que se conformaría en el “Nuevo Mundo”. Los nacidos en España ocupan la cúspide de la pirámide, y por tanto la mayor concentración de poder, mientras que los españoles nacidos en América ocupaban el segundo lugar. Los mestizos son los “samaritanos” de la colonia, excluidos de las cuotas de poder, pero por encima de los indígenas y los negros quienes ocupaban los sótanos de la estructura social.
No hay que perder de vista las subjetividades que representa a cada uno de los proyectos implementados en el continente, es decir, a los sujetos que operativizan el desarrollo de los ideales y utopías en cada época. Además de sujetos de carácter geográfico, como lo son España, Portugal, Francia, Inglaterra o los EE.UU, también se tienen sujetos de tipo generacional o epocales, quienes representan intereses distintos a los de sus antecesores. Si en la conquista del Nuevo Mundo del siglo XVI, los sujetos están representados por quienes proceden de España y Portugal, en el proyecto colonial lo representan los hijos de los conquistadores nacidos en el Nuevo Mundo. De tal forma que en el devenir histórico de Abya Yala, por medio del cual esta se va incorporando cada vez más a Europa como centro, aparece un proyecto socio cultural de carácter endógeno y plegados a los ideales de los centros de poder. (Roig, 1981).
B. América Latina (XVIII-XIX). El proyecto del Destino Manifiesto
El nombre de ´América´ hace su aparición en 1507 por primera en un mapa elaborado por unos monjes cartógrafos en un centro educativo de la época, ubicado en la Abadía de Saint Dié, quienes, al revisar los viajes de Américo Vespucio, donde éste había colocado ´Nuevo Mundo’ lo sustituyeron por ´América´, que quiere decir ´Tierra de Américo´, en su honor, a quien erróneamente se le atribuye su ´descubrimiento. De esta manera el ´Nuevo Mundo´ es rebautizado como América, por el religioso Walseemuller y es incorporada oficialmente a la nomenclatura cartográfica de la época en la publicación de la Introducción a la Cosmografía, para sumarse a los tres continentes ya conocidos´. Europa, Asia y África. Así que para el siglo XVIII el término América ya era de uso generalizado y además podía aparecer vinculado a España o Portugal como ´América Española´ o ´América Portuguesa´ para hacer referencia a las especificidades de proyectos que ambos imperios representaban.
Más tarde, en 1787 el término será ´secuestrado´ para identificar solo una parte del espacio geográfico, por los habitantes de las antiguas colonias inglesas de los EE.UU, quienes a partir de allí van asumir como propia dicha nomenclatura, para autonombrarse y auto reconocerse en una clara diferenciación con la otras ´Américas.´ En este caso la lógica imperial de los EE.UU los llevo a actuar de la misma manera que ya lo había hecho España en relación al ´Nuevo Mundo´ donde ella se asumía como totalidad y los territorios dominados como subalternos, en este caso el nombre de un continente pasa a ser el utilizado para identificar a una región que se asume como totalidad y a la cual quedarían anexados el resto de los territorios. (Mignolo, 2009).
Es en 1850 cuando el adjetivo ´latina’ irrumpe para calificar a América, en un contexto marcado por la decadencia de España como imperio y los proyectos expansionistas tanto de Francia como de los EE. UU, de tal manera que la calificación de América Latina no hace referencia a un solo proyecto liderado por una nación, pero si esconde las acciones imperiales que dichos proyectos encarnan. Por un lado, América Latina, primeramente, se posiciona como un ´programa de acción´ francés que buscaba concretar sus aspiraciones expansionistas de Napoleón III a través de la integración de todos los territorios que empezaban a liberarse de la corona española y que eran herederos de una cultural común, fundamentalmente lingüística (Quijada, 1998). Pero, por otro lado, esta nomenclatura también, es asumida por los hispanohablantes para expresar el rechazo de las agresiones imperiales de los EE. UU, representantes de la ´raza anglosajona´ contra la ´raza latina´, tal es el uso que en 1851 le da el chileno Santiago Arcos y el dominicano Francisco Muñoz del Monte (Ardao, 1980). En este caso a la designación de América Latina representa los intereses de los franceses y por otro el rechazo de los hispanoamericanos al expansionismo de los EE.UU, en consecuencia, el término va a adquirir contenidos diferentes dependiendo de qué sujetos lo utilizan. Pero va ser en 1898 cuando el término se asume como proyecto contra hegemónico, a consecuencia de la guerra de los EE.U y España por el control de Cuba y Puerto Rico, interpretada como la última guerra racial entre ´latinos´ y ´anglosajones´, donde los EE.UU se imponen y acaban con el control español en la región. (Quijada,1998).
Si el marco ideológico del etnocentrismo español del siglo XVI estuvo representado por su ideal de cristiandad, es decir una estrecha relación entre el estado y la iglesia, un monismo religioso-político, en el siglo XIX los EE. UU desarrollará su empresa expansionista desde la plataforma del Destino Manifiesto. La doctrina del Destino Manifiesto sostiene que en cada periodo de la historia una nación somete a todo la civilización cultural y políticamente.
La frase “Destino manifiesto” aparece por primera vez en 1845, para referirse a la convicción que tenían los norteamericanos, de raza blanca de que su nación había sido escogida por Dios para guiar al mundo hacia la libertad y el progreso (González, 1987). El concepto está estrechamente relacionado con la idea de que a los EE. UU le ha sido designada por la providencia la hegemonía de los otros pueblos. Por tanto, había que hacer partícipe a las demás naciones de las bendiciones y el progreso que le brindaba a los EE. UU ser una nación de tradición protestante. Ellos estaban convencidos de su propósito de redención mundial, el cual sería reflejado, aun, por los evangelizadores que llegaron al continente procedentes de esa nación. Este condicionamiento ideológico hizo que los misioneros justificaran las diversas manifestaciones de opresión y dominación que el coloso del norte llevó a cabo en el continente. Ahora son los norteamericanos protestantes quienes asumen la misma actitud de los españoles cristianos de la colonia, ante a imposición neocolonial en nombre de Dios.
En consecuencia, Abya Yala fue sometida por segunda vez a una agresión cultural de carácter religiosa que se va a expresar de manera muy concreta en el American Way of Life. Esto no es más que la identificación del evangelio con la cultura occidental, cuyo propósito no es sólo la proclamación del “evangelio”, sino también los patrones y valores de la nación del norte. Esta relación tan estrecha, de acuerdo a esta lógica de pensamiento, no es arbitraria, sino divina. Dios los había llamado para que educaran a las culturas más atrasadas. La relación del evangelio con la cultura norteamericana llegó al punto que los misioneros pretendían que los pueblos convertidos deberían adoptar los patrones institucionales estadounidenses (Padilla, 1986). El American Way of Life es el ropaje cultural que predominó en la predicación del evangelio en América Latina a finales del siglo XIX y todo el XX.
El progreso y desarrollo estadounidense era producto de su manera de vivir la fe, así que, si otros pueblos podían aprender de ellos, el resultado sería que se encaminarían hacia la misma prosperidad que caracterizaba a los EE.UU. Esta tesis que relaciona protestantismo con progreso y desarrollo, sigue viva en el continente y en diversas propuestas de índole político que han surgido en los últimos años en nuestra tierra madura.
II. Las identidades de resistencia y auto representación contra el Norte Global
500 años después del arribo de Colón, América en su confusión hoy vive en un laberinto, Perdimos identidad, hoy solo somos latinos, No somos negros ni blancos, y tampoco somos indios.
Hansel Camacho
Los proyectos hegemónicos identitarios impuestos desde 1492 en el ´Nuevo Mundo´ por diversos sujetos geográficos a lo largo de más de 500 años de historia, no se han ejecutado sin la resistencia de los ´nombrados´, de los ´objetivados´, quienes desde Túpac Amaru, pasando por Bolívar, Martí hasta la época contemporánea se revelan ante identidades que esconden proyectos de sometimiento y opresión socio cultural, y se asumen como sujetos capaces de autonombrarse, de autodefinirse con identidades y proyectos más cónsonos con la naturaleza de su propia historia.
Para los efectos de esta aproximación, es propicio identificar las identidades de resistencia que durante el siglo XIX al XX se han mostrado con mayor fuerza desde estas tierras conocidas hoy como América Latina, cuyos proyectos emancipatorios quedan metafóricamente integrados a las identidades de ´Nuestra América´ y Ábya Yala´.
A. Nuestra América - independencia - Cultura Criolla
El siglo XVIII es escenario por excelencia de los procesos independentistas en América Latina, alimentados por el pensamiento ilustrado francés, la emancipación de las colonias norteamericanas del imperio británico y el debilitamiento hegemónico que ya España experimentaba en sus colonias (Castro-Gómez, 1992). Las figuras de Bolívar y de Martí son parte de una generación emblemática y representativa, de proyectos identitarios contra hegemónicos que encarnan la toma de conciencia contra la barbarie territorial y mental, propiciando la construcción de una narrativa más americanista (Roig, 1981), las cuales van a quedar expresadas en términos tales como La Patria Grande, la Gran Colombia, y la más emblemática ´Nuestra América´.
En el diario personal del venezolano universal, Francisco de Miranda, reposan la construcción emancipatorios de una nueva identidad, que encarnaba un proyecto libertario, de una región que para él era Nuestra América, y así lo dejó escrito en junio de 1783 y en agosto de 1806 (Soler, 1987). Posteriormente, José Martí, en la revista ilustrada de Nueva York el 1 de enero de 1891 Martí, emplea el mismo término ´Nuestra América´, para marcar distancia de la América que no era nuestra, pero sí de los otros y con la cual el apóstol no se sentía identificado y que consideraba una amenaza trágica que había que combatir. Esta misma actitud también se encuentra explicita en los ideales libertarios de Simón Bolívar expresados en las Cartas de Jamaica, donde ya no hay que definirse en relación a España, sino como un territorio vinculado por una geografía, una historia y una lucha común (Roig, 1981)
A finales del siglo XVIII el calificativo ´Nuestra´ va a ser la manera de identificar una nueva manera de comprender y de situarse en la historia desde otra perspectiva que ya no es ni la europea ni la norteamericana, en cuyo caso los sujetos empoderados de conciencias libertarias vienen a resultar ser los criollos que gozaban de ciertos privilegios étnicos, culturales y económicos, eran blancos, dueños de tierras y hablaban español. Es una manera clara y convincente de marcar distancia de la ´Madre Patria´ y sus proyectos coloniales, pero además también de los EE.UU, que no entran en esa designación de ´nuestra´, quedando excluidos de una identidad que buscaba abarcar la totalidad de los pueblos subyugados, y que se oponían a la Doctrina Monroe como expresión de la nueva ´Madre Patria´ (Funes, s/f)).
´Nuestra América´ encarna el sueño emancipador de un territorio de naciones unidas y libres para la construcción de una historia común, en otras palabras, es la ruptura con las representaciones identitaria de carácter foráneo que impiden la apropiación de la realidad y ser parte protagónica de ella, para asumirse como sujeto geográfico histórico que pretende la unidad de las naciones americanas, antes españolas, en la búsqueda de un proyecto bolivariano con las especificidades de lo ´nuestro´, marcado por la pluralidad y diversidad de los pueblos que lo configuraron a partir de la Colonia; los indígenas, los negros y los españoles (Hernández, 1978).
Para el siglo XIX la construcción identitaria ya está por demás bien definida, por lo menos, en cuanto a lo que no se es y a los proyectos de los cuales ya no somos partes. El mestizaje cultural es el caldo de cultivo que ha dado lugar a otro pueblo, a otra cultura a otros proyectos tejidos con hilos indo-afro-europeos y negros, pero entrelazados por ideales de asumir la autonomía no sólo territorial, sino cultural y cognitiva en, manos, hasta ahora de proyectos foráneos hegemónicos. Además, el proyecto también era evidente y la lucha debía enfocarse en superar el dominio extranjero y su poder de de internalizar en el pueblo una interpretación de la realidad que les era ajena y que naturalizaba su condición de dominados
B. Abya Yala – Proyecto decolonial
Los sueños y proyectos de integración e independencia de ´Nuestra América´ dieron cuenta en el siglo XIX de importantes progresos, pero también de terribles fracasos. La independencia territorial no rompió con la hegemonía cultural y económica de Europa y especialmente de los EE.UU. Con la caída del Muro de Berlín el 9 de noviembre del 1989 se ponía fin a los regímenes socialistas europeos para dar paso a un ´Nuevo Orden Mundial´, marcado por el poderío y control militar de los EE. UU, el cual pronto quedó demostrado en la invasión a Panamá un mes más tarde y la intervención en Irak en 1991.
En el año 1992 se conmemoraron 500 años de aquel día cuando Colón se topó con las tierras de Abya Yala, fue un tiempo propicio para repensar la historia de esta región con sus luchas, fracasos, omisiones, contradicciones y esperanzas. Nuevamente retornaron las preguntas acerca de nuestra identidad, de los proyectos, de la unidad latinoamericana, de la liberación como pueblo, de la construcción de una sociedad donde quepan todos y no sólo algunos, aquellos que se han apropiado del poder y excluyen a quienes carecen de este.
Los 500 años también permitió develar la diversidad de sujetos que estaba detrás de cada proyecto histórico que se ocultaba tras las nomenclaturas asignadas, por lo que es claro que el europeo estaba detrás de un proyecto de conquista; que los hijos del colonizador nacidos en dicho territorio asumían proyectos de identidad distintos, que la población criolla del siglo XVIII y XIX, se posicionaba desde horizontes de sentido muy particulares a los que le habían antecedido. En consecuencia, las historias de las identidades asumidas vienen a resultar en el empoderamiento de un sujeto específico que las propone y promueve desde un lugar de enunciación histórica de hegemonía o de sometimiento de dominación o de emancipación. Por otro lado, dentro de los sujetos y proyectos emancipadores, no estaban todo representado, ni todos los grupos dominados se sentían incorporados o identificados con algunas identidades asumidas. Lo pueblos originarios que aún se mantenían en resistencia cultural y los pueblos afrodescendientes, parecían estar invisibilidades en las luchas y nominaciones que históricamente se habían adoptado.
A raíz de esa visibilización, de los llamados sujetos, emergentes, en 1977 el Consejo Mundial de Pueblos Indígenas, por sugerencia del líder Aymara Takir Mamani, decide adoptar el nombre de Abya Yala para designar al continente. Esta denominación es la que históricamente han usado los pueblo Kuna para referirse al continente americano en su totalidad, el cual Abya significa ´madre madura´, madurez plena´, y Yala ´tierra´, ´territorio´. En consecuencia, Abya Yala resulta en ´tierra en plena madurez, y a partir de allí se recomendó usarlo en los documentos y declaraciones. Abya yala no sólo es una nominación folclórica para evocar realidades precolombinas, sino que es el símbolo del surgimiento de nuevas subjetividades, que rehúsan el bautismo de entidades extranjeras, por ser este un acto de sometimiento de la identidad y la voluntad a quienes las han negado históricamente.
A estas alturas de la historia es una necedad negar que los latinoamericanos somos una rica mezcla que se ha ido aderezando en el devenir de estos 500 años con una diversidad elementos culturales, proyectos de opresión y emancipación, hasta llegar a lo que hoy tenemos como continente, aun, en proceso de reconfiguración identitaria de carácter multicultural donde hoy habitan 40 millones de indígenas, y una población afroamericana difícil de precisar, pero de varios millones. (Canclini, 2004).
Los ideales emancipatorios que sustentan la nominación de Abya Yala implican hoy reconocer realidades de enunciación como la interculturalidad y asumir la construcción de narrativas de carácter decolonial, porque los conquistadores del siglo XXI, a diferencia de los del siglo XVI, ya no lo son de territorios , sino de saberes, de tal forma, que todo proyecto de justicia social debe implicar acciones de justicia cognitiva que superen la epistemología de la modernidad que sustentó todos los proyectos hegemónicos desde 1492 (Santos, 2010). La idea ya no es pensar sobre nosotros, sino desde nosotros, dejar de ser objetos de estudio, para convertirnos en sujetos de transformación.
Porque los diversos proyectos hegemónicos, no sólo se edificaron sobre el genocidio de los pueblos originarios, el ecocidio de nuestras selvas, sino también del epistemicidio de sus saberes. El Norte Global impuso su marco teórico para interpretar la realidad, en el cual el único conocimiento válido era el engendrado en el vientre de las ciencias modernas, y la cultura occidental se presentaba así mismo como una totalidad de carácter universal, convirtiéndose de esta manera como el único conocimiento con rigor científico y por tanto “verdadero”, en consecuencia, catalogaba de “superticioso” y “falsos” a todos aquellos saberes que se ubicaban fuera de su horizonte de sentido. Por esta razón, las culturas no occidentales en la modernidad son tratadas como inferiores, atrasadas y sin importancia por el “saber verdadero”, por tanto, los productores de alimentos de nuestros pueblos prehispánicos fueron tildados de cultivadores primitivos de plantas, mientras que quienes ejercían labores de salud, fueron estigmatizados como brujos y hechiceros, y el respeto y sacralidad de la naturaleza interpretada como primitivismo religioso de carácter herético (Bautista, 2014).
Autodefinirnos, es asumirnos como sujetos epistemológicos, es decir, como capaces de representar el mundo como nuestro, en contraposición a sentirse ajeno y exiliado en su propia cultura sin la posibilidad de representar la realidad como propia sino como ajena, incluso hasta llegar a naturalizar las formas de discriminación y opresión que deshumanizan las relaciones humanas y destruyen la naturaleza. En otras palabras, se trata de otro tipo de conocimiento, de otros horizontes de sentido, de otros marcos categoriales con los cuales podamos “hacer inteligible, pensable, querible y deseable lo que la modernidad nos ha enseñado tanto tiempo a despreciar”. Es un conocimiento crítico que no parte de la referencia eurocéntrica, sino desde la exterioridad que este pensamiento siempre ha negado y relegado como irrelevante e inferior (Santos, 2010).
Conclusiones
Soy lo que dejaron, soy toda la sobra de lo que se robaron. Un pueblo escondido en la cima, mi piel es de cuero por eso aguanta cualquier clima. Soy una fábrica de humo, mano de obra campesina para tu consumo Frente de frio en el medio del verano, el amor en los tiempos del cólera, mi hermano. El sol que nace y el día que muere, con los mejores atardeceres. Soy el desarrollo en carne viva, un discurso político sin saliva.
Calle 13
Esta aproximación de la construcción y deconstrucción identitaria que históricamente ha marcado una tensión permanente entre opresión-emancipación, deja en evidencia que la manera de ´nombrarnos´ o de ´autonombrarnos´, no son simples convencionalismos nominales secundarios que carecen de inocencia ideológica, al contrario, cada representación nominal responde a un horizonte de comprensión histórica que alimenta determinados ideales socio culturales en determinados periodos. Por otro lado, pareciera que ninguna de las etiquetas impuestas o autoasumidas, dan cuenta de la totalidad de la realidad geográfica, cultural, utópica, de subjetividades, integración, que la compleja diversidad latinoamericana contiene y reclama.
Es más, los fracasos o por lo menos, las no concreciones de los proyectos de emancipación van creando y profundizando, muchas veces, esos sentimientos y estados de pérdidas identitaria, arrojando a algunas naciones del continente a ser cooptadas por los proyectos e identidades hegemónicas que ofrecen ´seguridades´ a cambio de sometimiento socio económico y político manifestado en propuestas neocoloniales.
La historia de América Latina es la historia también de sus múltiples identidades aún en proceso de construcción, lo cual continua siendo hoy uno de sus principales desafíos en un cambio de época que ha trastocado toda la hermenéutica convencional, todos los saberes, la política, la economía, en fin todo el referente cultural conocido y que ya no da cuenta para ser utilizado en un Mundo Globalizado, donde los conquistadores no necesitan calaveras o apoderarse de los territorios para imponer sus intereses, ahora es posible hacerlo por medio de trasnacionales que son omnipresentes que neocolonizan la aldea global, sin necesidad de movilizarse ni pisar los territorios a conquistar.
Finalmente, hay que decir este proceso identitaria que comenzó en 1492 aún no ha concluido y que se mantendrá a lo largo de la historia de Abya Ayala, hasta que los pueblos indígenas, los afroamericanos, los criollos, y todos aquellos que hacen vida a lo largo y ancho de este gran continente seamos capaces de construir un proyecto identitario multicultural, que respete las diferencias que nos distinguen y que valore las semejanzas que nos vinculan. En palabras de Boaventura de Sousa santos, un proyecto capaz de luchar contra todas aquellas diferencias que nos oprimen y cuestionar todas las igualdades que nos asfixian y descaracterizan como pueblo latinoamericano.
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