Felicidad, libertad y encuentro: cuando la caminata se torna difícil y los pasos se hacen cortos
En una oportunidad, cuando mi hija menor tenía entre 4 y 5 años me sorprendió con una pregunta: “papá tú eres feliz”. La interrogante era por demás provocadora debido a su procedencia y a las implicaciones de la misma. No recuerdo que le dije exactamente, pero sí que desvié la conversación como buen adulto. ¿Qué es la felicidad? El presidente “Pepe” Mujica, en la inauguración de la Primera reunión de la Conferencia Regional sobre Población y Desarrollo de América Latina y el Caribe, levantó esta pregunta y su respuesta fue: “yo no sé qué es la felicidad, pero sí sé que la felicidad pasa por la libertad”. Felicidad y libertad parecen ser rostros de una misma moneda y por tanto elementos que determinan nuestro horizonte de sentido como personas y nuestra razón de ser como movimientos sociales que apuestan por otro mundo posible, por un mundo más feliz, más libre, menos triste, menos esclavo.
Si la felicidad es lograr más libertad, entonces nuestra sociedad es cada vez más infeliz, porque a diario estamos sometidos a nuevas formas de esclavitud, incluso, con nuestro propio consentimiento. Da la impresión que somos esclavos de manera voluntaria y hasta “lo disfrutamos”. Por otra parte, millones de personas siguen muriendo de hambre, la violencia en todas sus manifestaciones ha tomado lugar en nuestras vidas, los países industrializados destruyen el planeta en nombre del “progreso”, el estigma y la discriminación se acentúan por razones de etnia, género, orientación sexual, religión, políticas, entre otras; la tecnología nos oprime haciéndonos creer que nos libera, nos sentimos cada vez más inseguros en una sociedad donde ya ni en la privacidad se puede ser libre, no se permite el amor entre la paz y la justicia, por eso aún no se han besado (Sal 85.10).
¡Libertad, libertad! Es el clamor de los pueblos, es una forma de visibilizar nuestras esclavitudes y por tanto nuestra infelicidades. En una sociedad globalizada y “tecnológicamente comunicada” vivimos cada vez más distantes. Acción Ecuménica este año arribará a sus 37 años con su propósito de trabajar por la libertad, la justicia, por la felicidad de las personas más vulnerables. En este tiempo ¡cuántos errores, cuantos aciertos! ¡Cuánta desesperanza y cuánta esperanza!. En un mundo de tantos desencuentros, como institución estamos apostando por más encuentros, encuentros con el otro, con la otra, con el diferente, con quienes generan temor y rechazo.
La sociedad nos etiqueta y coloca los grilletes modernos para clasificarnos, el evangelio nos escandaliza diciendo que la “verdad nos hará libres” (Jn 8.32), la verdad que libera es la que el sistema opresor oculta para deshumanizarnos en nombre del “progreso” (Rom. 1.18). Trabajar por la libertad pasa por encontrarnos con la mirada de los que sufren, los excluidos, los que son lanzados a la periferia de la vida para que los dueños del capital sean “libres”. La libertad comienza por allí, por reconocer la alteridad, admitir que el otro es tan humano como yo, la libertad se inicia cuando somos capaces de mirar a los demás, al prójimo más allá de su condición social, sexual, étnica, política o religiosa. La libertad toma lugar cada vez que somos capaces de relacionarnos a partir de nuestra condición humana, sin máscaras y desde nuestra vulnerabilidad. Ser libres es ser cada vez más humanos, ser cada vez más humanos implica encontrarnos con el prójimo y su realidad como que si fuera la nuestra y dejar que la compasión nos posea para brindarnos momentos humanizantes que nos impulsen hacia nuevos encuentros que liberen y nos liberen.