LA XENOFOBIA NO ES SÓLO GEOGRÁFICA: EL CONOCIMIENTO TAMBIÉN CRUZA FRONTERAS Y LO ENJAULAN
                                                                                                                                                                   11/07/2018

La indignación que ha generado el maltrato que sufren los venezolanos que han emigrado a países vecinos en busca de mejores condiciones de vida, así como los niños “hispanos” enjaulados en los EE.UU, visibiliza esa actitud de rechazo, que habita en diversos grupos humanos por todo aquello que es ajeno a su geografía, a su color de piel y a sus creencias. En fin, hay grupos humanos que se han convertido en el baremo universal cultural y valoran a las sociedades y personas de acuerdo a este criterio de racialidad: este es el caso de Europa y los EE.UU, pero también de países de América Latina que han asimilado esta actitud xenofóbica que cuestionan para sus coterráneos en el Norte Global, pero la repiten en sus países hacia ciudadanos de otras naciones, como ocurre ahora con los venezolanos.

¿A qué se debe este tipo de actitud? ¿Por qué hay grupos humanos que nos generan más rechazo que otros? ¿Qué hace que aceptemos a unos seres humanos y menospreciemos a otros? ¿La xenofobia es sólo un asunto de carácter geográfico? ¿Es posible hablar de xenofobia religiosa o política? Podemos levantar más interrogantes y así complejizar, aún más, este fenómeno cultural que hoy se posiciona con mucha fuerza en el mundo global, pero por los momentos estas son más que suficientes.

La xenofobia no es sólo un problema de geografía originado por grupos humanos que  se desplazan a otros territorios donde son menospreciados y violentados por considerarlos una amenaza y un peligro por la cultura receptora; la xenofobia también es política y religiosa, la xenofobia también tiene que ver con el conocimiento, con lo epistémico, con lo moral, con la sexualidad y el género. Por eso, todos de alguna manera, somos xenófobos, porque aunque somos capaces de cuestionar y hasta de combatir algunas actitudes de esta naturaleza, sin embargo, defendemos y promovemos otras, consciente o inconscientemente. Todos tenemos un Hitler interno que aflora de manera recurrente en muchas situaciones de nuestra vida y en la manera de cómo nos relacionamos con el resto de las personas.

La xenofobia es miedo a la inseguridad, a las amenazas, al desplazamiento, a las diferencias; nos gusta estar seguros, estables donde todos seamos “iguales”, por eso cuando la migración ocurre a nivel cognitivo/epistémico el temor se acrecienta. Nos aterra el hecho de ver nuestras certezas cuestionadas.  El cristianismo por más de 500 años se ha instalado en Abya Yala con su geografía y su territorialidad cognitiva; le es propia una cosmovisión, unos dogmas y doctrinas que le dan sentido a su mapa, que se ha ido ensanchando en la medida que su presencia ha traspasado los territorios religiosos de otros pueblos.

El cristianismo, especialmente en sus rostro más fundamentalista, tiende a promover  una xenofobia cognitiva que se expresa de manera muy evidente en la actitud que asume ante fenómenos socio-culturales que traspasan las fronteras doctrinales tradicionales y se instalan en  territorios habitados históricamente por interpretaciones “univocas y universales”. El cristianismo no ha escapado a la tentación de la cultura occidental de presentarse como la religión de referencia universal desde donde el resto de las expresiones religiosas deben valorarse, lo cual hace que el  mapa epistémico del cristianismo se convierta en el territorio a salvaguardar de cualquier amenaza externa y además se procura la extensión de sus fronteras..      

      Las personas no son las únicas que migran y son estigmatizadas, las ideas también traspasan fronteras y son perseguidas como ilegales en los territorios donde sólo se admite un conocimiento/creencia única. La sociedad contemporánea cada vez se hace más compleja y el elemento religioso juega un papel crucial en la interpretación que se hace  acerca de las nuevas realidades conceptuales que emergen como migrantes, como forasteras, como extrajeras, con  desafíos que cuestionan y ponen en tela de juicio las seguridades y certezas que históricamente nos ha proporcionado de la geografía de nuestro conocimiento, la geografía del cristianismo.

Los muros que hoy impiden el libre tránsito de los seres humanos por el mundo, y las jaulas que aprisionan al “diferente” confinándolo a submundos que le impiden convivir en una sociedad, de por sí, diversidad y heterogénea, no sólo es un desafío en el ámbito de lo geográfico, sino también de lo religioso. El cristianismo no debe tolerar este tipo de xenofobia geográfica, pero además debe distanciarse de cualquier tipo de xenofobia, para ello es necesario derrumbar los muros fundamentalistas que impiden el libre tránsito de las ideas  y abrir las jaulas que tienen de rehén al Espíritu de la convivencia y la diversidad. 

       No hay territorios ni creencias, ni ideas puras, al contrario la vida se va tejiendo con una variedad de hilos de diferentes colores y texturas lo cual no debe ser calificado como una amenaza, sino una oportunidad para crecer como cristianos y enriquecer la fe en Jesús, quien fue migrante en Egipto y cuyas ideas rompieron las jaulas de la xenofobia epistémica de los líderes religiosos de su tiempo.