Hace 18 años Venezuela tuvo una inflexión política que
marcó la realidad del país, la cual hizo posible la aparición de nuevas
subjetividades, nuevos contextos, nuevos desafíos y nuevos horizontes cuya
expresión más significativa lo representa la Constitución de 1999, cuya
producción fue el resultado de un proceso Constituyente. A partir de allí,
durante estas dos décadas, el país fue habitado, mayoritariamente, por dos miradas
diametralmente opuestas que se mantendrán en conflicto permanente, las cuales
van desde periodos de alta confrontación verbal, pasando por diferentes
procesos electorales, toma del poder por acciones no constitucionales, y las
mediciones de fuerza en actos públicos con marchas y contramarchas.
Estos dos posicionamientos se han mantenido en una
permanente confrontación cuya dinámica se resume, por un lado, en un grupo que
lucha por mantenerse en el poder y otro que lo hace para desplazar del poder a
quienes lo detentan. Esta realidad, por supuesto, se enmarca también dentro un
escenario de inflexión mayor en Abya Yala, donde en diversas geografías se
experimentan situaciones similares, con las especificidades de cada lugar. Las
visiones hegemónicas que históricamente se establecieron en el continente fueron
desplazadas del poder dando origen a una nueva hegemonía posicionada desde un
discurso de izquierda. Esta nueva configuración sociopolítica también va
reacomodar y recrear las fuerzas y alianzas en el continente por medio de
nuevos escenarios de integración, pero no sin el contrapeso de los
representantes de las históricas hegemonías quienes también se reagrupan y organizan
para neutralizar las nuevas miradas, con la anuencia y visto bueno, como era de
esperar, de los EE.UU.
Por todos es conocido, lo acontecido con gobiernos como el
de Honduras, Paraguay, Argentina y Brasil, en los cuales el poder fue retomado
por visiones políticas más cónsonas con modelos de corte neoliberales y
reaccionarios. Cabe recordar que en algunos casos esta vuelta al poder se dio
bajo manipulaciones jurídicas muy bien ejecutadas, y en otros por vías electorales,
debido a un desgaste y desencanto por parte del electorado de las propuestas de
los “gobiernos progresistas”, quienes, a pesar de lograr importantes avances,
repitieron los errores que ellos mismos cuestionaban cuando no eran gobierno y
no lograron satisfacer las altas expectativas que despertaron en la ciudadanía.
En las elecciones parlamentarias del 2015 la coalición de
los partidos de la oposición venezolana obtuvo la mayoría de los diputados,
después de 18 años de hegemonía del partido de gobierno en dicho ámbito, lo
cual reconfigura el escenario político de los últimos dos años, con un Poder
Legislativo opuesto diametralmente al Poder Ejecutivo, generando nuevas
tensiones y confrontaciones. A partir de esta nueva configuración del Poder
político se incorpora a la realidad de conflictos ya enunciados, un
desconocimiento mutuo por parte de ambos poderes. La diatriba al respecto es
extensa y probablemente en sumo atractiva para juristas y constitucionalistas:
un poder legislativo acusa al presidente de abandono de cargo, el ejecutivo desconoce
al poder legislativo por desacato, el Tribunal Supremo de Justicia emite
polémica sentencia que da poderes al presidente para modificar leyes penales y
aclara que diputados no tendrán inmunidad mientras sigan en desacato, y la Fiscal General declara
que dicha sentencia constituye. una ruptura del orden constitucional.
En las dos últimas semanas ambos grupos volvieron a tomar
las calles para pulsar sus fuerzas y demostrar con “números” que la verdad e
intereses que defienden está legitimada por “la mayoría”. Como era de esperar, dolorosamente
la muerte hizo acto de presencia como en ocasiones anteriores, la violencia
hizo de las suyas, la destrucción a la propiedad privada y pública no
estuvieron ausentes; y las imágenes y videos de “mártires” y de “actos
“heroicos” agudizan las “enfermedades sociales”, que, cual “virus”, se
transmiten de una persona a otra, de una familia a otra, de un grupo a otro, de
un “oficialista” a un “opositor”, de un ciudadano a otro, generando una
pandemia que nos atemoriza y por otro lado alimenta los odios que cual demonios
nos habitan y se desatan en una danza de anarquía orgásmica publica y digital..
El libreto de las responsabilidades sigue pie juntilla lo
que ya hemos vivido antes: “nuestros muertos son mártires, los tuyos se lo
merecían”, “nuestra violencia es por la paz del país”, “no hay ejercicio
desmedido de las fuerzas, hacemos cumplir la constitución”, “los golpistas son
ellos, nosotros no”. La naturalización de estos discursos en la diatriba
nacional se sustenta en esa creencia de ubicar la violencia siempre del otro
lado de la acera en la cual me posiciono, en creer que ser “mayoría” me da
derecho a imponerme a las “minorías”, en circunscribir la categoría “pueblo” a
quienes piensan sólo como yo para hablar en representación de todo un país, y
en sacralizar nuestras acciones en nombre de un “dios” cautivo de miradas
parciales y parcializadas de la realidad marcadas por la urdimbre de fundamentalismos
tanto políticos como religiosos.
Hay una matriz de opinión que se ha ido posicionando en
esta coyuntura desde el interior del país, la cual es también alimentada por
factores internacionales que sostiene que la salida a la actual situación vendrá
dada por un llamado a elecciones generales en el país. La consulta popular
ejercida por los ciudadanos a través de elecciones libres y transparentes es un
mecanismo fundamental en las democracias contemporáneas que sirven para dirimir
las luchas de poder entre los diversos factores que hacen vida en un país; pero
cuando los factores que se disputan el poder no se reconocen como adversarios,
sino como enemigos, no se reconocen como ciudadanos, sino como
“oficialismo”-“oposición”; no se reconocen como interlocutores válidos, sino
como amenaza, entonces no hay elecciones por más transparentes y libres que
resuelvan situaciones como las que hoy atraviesa Venezuela. Esto ha quedado más
que demostrado durante las últimas dos décadas, en las cuales han ocurrido 20
elecciones y en cuyas antesalas se esgrimían los mismos argumentos que hoy
escuchamos: las elecciones es la única
vía para resolver nuestras diferencias. Los precedentes procesos
electorales han desmentido esta afirmación debido a que, en escenarios como los
descrito acá, las elecciones son una “solución” sólo para quienes salen
favorecidos, los otros se atrincheran en un desconocimiento y descalificación
de las autoridades elegidas y el ciclo por expulsar o anular al “enemigo”, a como
dé lugar comienza de nuevo en una macabra danza de nunca terminar
Nos agradan las mentiras que apoyan nuestros puntos de vista Mientras que odiamos las verdades que las contradicen. Cuestionamos las verdades de quienes piensan diferente, pero legitimamos las mentiras de quienes piensan como nosotros. Las verdades de los demás, son mentiras para nosotros, pero nuestras mentiras si son verdaderas. Nuestros insultos y descalificaciones son formas de verdades, los argumentos y razonamientos de los demás son formas de mentiras.
Vivimos nuestras mentiras como si fueran verdades, y las verdades como si fueran mentiras. Violentamos en nombre de nuestras mentiras, porque creemos que son verdades.La verdad siempre está en nosotros y las mentiras en los demás Sé que piensas que esto es mentira, porque tú tienes tu verdad