EL BACHACO FUNDILLÚO
                                                                                       08/09/2015

     Los acontecimientos acaecidos a causa del cierre de la frontera colombo-venezolana han suscitado no pocas reacciones tanto de acá como de allá, las cuales no escapan a la polarización patológica que hoy nubla la mirada de la racionalidad, tanto de los habitantes de este lado de la orilla como los de la otra orilla. En particular, ambos gobiernos se acusan de las situación de inseguridad, contrabando, pobreza, nacionalidades compartidas, desempleo, inestabilidad económica, paramilitarismo, corrupción, escases e inflación, falta de viviendas, centros de salud y pare usted de contar. Por otro lado, los ciudadanos han asumido posicionamientos que no están determinados por las causas que generan la crisis, sino por los intereses políticos y la "miopía" de los horizontes de interpretación que cada uno ya posee sobre la ‘realidad’ y que son inamovibles e incuestionables.

     Los problemas en las fronteras son complejos, pero en este momento reflejan con mayor agudeza la incapacidad histórica de ambos países de dignificar el espacio geográfico que comparten: por un lado, muestra el desamparo que sufren los colombianos por sus propias autoridades, que los obliga a buscar alternativas de sobrevivencia de este lado de la orilla, que en esta coyuntura económica, se ha hecho mucho más rentable y atractiva que desempeñar cualquier actividad laboral "legal" en su país de origen. La anarquía cambiaria que tiene Venezuela, con un dólar oficial que no rige nada y uno paralelo que lo domina todo, productos subsidiados, hiperinflación e impunidad es un caldo de cultivo para que en la frontera ocurra una dinámica económica super atractiva para todos los que allí habitan, desde los ciudadanos comunes y corrientes, pasando por militares, familias enteras, y las mafias que institucionalizan esta irracionalidad económica que luego se hace racional. Lo que acontece hoy en la frontera colombo-venezolana desnuda la incapacidad de ambos gobiernos en garantizar, por medio de mecanismos y políticas binacionales, derechos fundamentales de quienes conviven en las "orillas" de ambos países.
 
     Es lamentable cómo una coyuntura como la actual despierta la serpiente de la xenofobia que todos y todas llevamos en nuestro código político-religioso, cuyo veneno socializamos democráticamente y con alta dosis de eficiencia disparamos torpedos lingüísticos tan destructivos como un arma nuclear. Quienes ayer se indignaban por la llegada de haitianos al país a consecuencia del terremoto del 2010, hoy lo hacen porque los colombianos no son ‘acogidos’ en la frontera; y quienes ayer se mostraban xenófilos y solidarios hoy justifican que los seres humanos se les catalogue de ilegales. Quienes han acusado al presidente Maduro de "maldito colombiano" y le exigían que regresará a su país, son los que hoy se rasgan las vestiduras por los actos "xenofobos" del gobierno y vitorean a Uribe; los que históricamente alzaban la bandera de la Patria Grande y de la Gran Colombia se complacen con imágenes de personas regresando a su "orilla", donde su gobierno, causante de su desplazamiento a "esta orilla", les promete lo que nunca ha cumplido.

     El canto de Alí sigue vigente, lamentablemente;

"Estos grupos se desgatan
Mientras los que apoyan al bachaco fundillúo
Gozan una y parte de la otra
Pero mientras esto pasa
Los carajitos con tenia (alias solitaria)
Oyen: el hierro y que es nuestro
Mientras se mueren de anemia."

Alí Primera