Los caminos se anidan y bifurcan, como una telaraña entrelazando callejones, calles y avenidas repletas de universos. Los caminantes transitan en todas direcciones con el temor a cuesta. El acecho de los malhechores deambula libre como un huracán. Las historias de despojos, maltratos, violencia y sangre se asilan de boca en boca en cada caserío.
Entre Jerusalén y Jericó
Aquel joven tendido medio muerto, pegado el rostro al pavimento manchado de sangre e impotencia paralizante. En la distancia la huida de sus victimarios casi niños, casi jóvenes, casi hermanos, casi gente. La mirada levita se desvía escapando del encuentro comprometedor, los pasos del sacerdote se aceleran presurosos sin dejar rastro. El samaritano ya no frecuenta estos senderos, demasiados riesgos, exceso de religiosos, superávit de indiferencia.
Entre Jerusalén y Jericó
Los ladrones tomaron la ciudad. Los caídos en los caminos se multiplican. Los levitas son mayoría calificada. Los sacerdotes llenan Centros Comerciales. Los samaritanos, cual minorías, sufren persecución, les arrebataron el aceite y el vino, ya no tienen vendas, su cabalgadura fue confiscada, el hospedaje fue clausurado, las monedas de plata perdieron su valor. El samaritano, víctima del pillaje, ahora yace tirado en el camino.
Entre Jerusalén y
Jericó.