Las dunas de la existencia se sublevan pandémicamente trazando montañas de vacíos y topografías inesperadas. Vacilaciones tenebrosas, una y otra vez, se abren paso tras la hecatombe y el ausente airecillo de esperanza. El horizonte muta sin tregua ni armisticio desnudando los famélicos optimismos de un presente infinito.
El ímpetu de las posmodernas tormentas desvirtúa los átomos de arena en funestos misiles. Se alojan sin misericordia en los cuerpos expuestos a la intemperie tatuados de pesar y rabias. El polvo se aviva con la borrasca de miradas pérdidas Que secan el espíritu y ahogan el alma de sin sentidos
Los ojos anubarrados, los pies enterrados y la vida amparada en el antebrazo protector de calamidades. La cartografía desértica carece de nortes y sures, de arriba y de abajo, de sentido y dirección. Los médanos disipan la realidad aprehendida redibujado mapas con fronteras y trochas nefastas.
Las piedras que orientaban los caminos, Los árboles que administraban los vientos, Los ríos que demarcaban territorios, Los pájaros que anunciaban las estaciones y Las lluvias que refrescabas las fatigas Yacen mal heridas en el inframundo de lo inefable.