LA IGLESIA ANTE LOS DESAFÍOS DEL VIH Y SIDA
                                                                                                                       24/03/2010

 LA REALIDAD DEL SIDA

     La iglesia cristiana ha tenido que enfrentar diversos desafíos a lo largo de todo su peregrinaje en la historia de la humanidad. Esto es parte de su naturaleza, si consideramos que el fundador de esta comunidad de fe, Jesús, dedicó todo su ministerio a enfrentar los diversos retos que la sociedad de su época planteaba al proyecto de Dios, encarnado  en  su  persona. 

     La iglesia como fiel seguidora de la fe y el ministerio de Jesús, no puede hacer menos que estar abierta para dar respuesta a las innumerables interrogantes que la compleja cultura postmoderna sugiere a la fe. Queramos o no, la iglesia es la esfera, aunque no la única donde y desde Dios opera. Aunque para los cristianos, diríamos que es un espacio, por excelencia, donde de manera consciente se hacen esfuerzos por ver el mundo como Dios lo vería, de trabajar por las cosas que Dios trabajaría, vivir como Dios quiere que vivamos.

     En otras palabras la iglesia estará llamada a ser los ojos, pies, brazos, manos y corazón de Dios puestos al alcance de los  seres humanos. Esto no quiere decir que la iglesia tiene privatizado a Dios, y que Dios sólo actúa a través de ella. Pretensiones de  esta naturaleza están muy lejos de estos planteamientos. Pero, para los cristianos militantes, la iglesia se convierte en el escenario, ideal para desarrollar los planes de  Dios.

     En este sentido la iglesia tiene que afrontar  hoy  un  nuevo  desafío.  El  SIDA:

  • 40 millones de personas viven con el VIH/SIDA.
  • 17.000 personas adquieren el VIH diariamente.
  • 5 jóvenes cada minuto entre 14 y 24 años.
  • Más de 70 mil personas en Venezuela según  fuentes  conservadoras.
  • No habrá, aparentemente una vacuna, a corto  plazo.
  • El SIDA plantea retos a la iglesia como pueblo: la sexualidad, la exclusión, homosexualidad, la muerte, el sufrimiento, etc.
     ¿Cómo y qué va a hacer? ¿Qué va a    decir? ¿Qué posturas va a asumir ante esta realidad? Y la pregunta más importante de todas: ¿Se ha dado cuenta la iglesia que está siendo desafiada por el SIDA, y que éste ya  está dentro de ella? ¿Qué lugar ocupa el tema del SIDA en nuestras iglesias? ¿Cuánto saben nuestros líderes acerca de esta situación? ¿Qué lugar ocupa el tema en las agendas de trabajos de nuestras iglesias? Estas preguntas como cualquier inquietud que surge desde las realidades de vida, no tienen respuestas, sino a partir de una inserción consciente en dichas realidades. En otras palabras no se pueden dar respuestas desde el escritorio. Juan Mackay nos hablaba de la teología del camino en contraposición de la teología del balcón. El camino es la realidad misma que   nos da una perspectiva desde adentro; el balcón, es la pretensión de dar soluciones preelaboradas, sin contacto con la realidad. Jesús fue el mejor teólogo del camino que conocemos; los fariseos los mejores exponentes  de  la  teología  del  balcón.

     Después de insertarnos en el  trabajo con personas que viven con el VIH intentamos con estas rayas, esquematizar teológicamente un intento de respuesta. No la respuesta, es sólo un balbuceo de lo que creemos debería  ser la base de nuestra acción en relación al problema del SIDA. Por eso estamos conscientes de las limitaciones de nuestras respuestas; de las preguntas que aún no hemos respondido; de las que no entendemos, y de las que entendemos y no podemos responder. Pero a pesar de toda esta complejidad, estamos conscientes de que nuestra responsabilidad como pueblo de Dios es de estar al lado de los  que no tienen voz, y son excluidos de toda posibilidad de vida y esperanza. Y que al hacerlo estamos haciéndolo al mismo Jesús.

EL PUNTO DE PARTIDA: EL AMOR DE  DIOS

     No hay duda que para afrontar los desafíos del VIH/SIDA, nos vemos en la obligación de partir de la realidad del amor de Dios como don a la humanidad. Amor que se hace  presente como acto de gracia, y que tiene como fuente al creador, quien pone al alcance, de todos y todas,  su misericordia. Amor que no es abstracto, sino que toma forma en la historia humana de diversas maneras, y se hace concreto y manifiesto en la vida de los seres humanos. La Biblia nos presenta una infinidad de rostros de Dios. El SIDA nos invita a resaltar la encarnación del amor de Dios a través de la Vida,  la  solidaridad,  y  la  inclusión.

A. EL DIOS DE LA VIDA (Génesis. 1, 2, 6, 22).

     La  Biblia no conoce otro Dios, sino el Dios que promueve y facilita la vida de los seres humanos. En el proyecto original de Dios, la humanidad fue creada para la vida, la cual recibió como un don de parte de su creador. Dios preparó todo de tal manera que los      seres humanos pudieran crecer plenamente   en relación, no sólo con su creador, sino mantener un trato de equidad entre ellos, y la creación en general. La vida era mucho más   que la capacidad de respirar. Tenía que ver con un estado de relaciones saludables de las criaturas con su creador y con su entorno.  En consecuencia Dios les había dotado de vivienda, alimentos, salud, trabajo, y compañía, necesidades fundamentales que deben estar satisfechas para poder vivir; y por si fuera poco, todo esto en un marco de justicia, paz y solidaridad, valores indispensables para la vida plena. No hay  duda, que Dios nos creó para la vida, y no para  la muerte. Ante la realidad del SIDA, Dios sigue insistiendo a favor de la vida. Ni el SIDA ni ninguna otra enfermedad son parte del proyecto de Dios para la humanidad. No obstante, Dios sigue ofreciendo la vida con todos sus componentes, como  al  principio.

B. EL DIOS DE LOS QUE SUFREN (Génesis 16; Éxodo 3.1-14; 1 Samuel 2 ; Isaías 53)

     Dios no se complace con el sufrimiento de los seres humanos. El sufrimiento se ha encarnado en la historia de la humanidad, asumiendo diversos rostros, pero siempre generando dolor, angustia y desesperación, para quienes lo padecen. ¿Por qué razón tenemos que  sufrir? ¿Dios nos creó acaso para el dolor? Estas han sido, si se quiere las interrogantes que todo mortal  se ha hecho. Pero, es evidente que el proyecto original del creador no contemplaba el sufrimiento como elemento incorporado a la creación. Este toma lugar como consecuencia de la opción en libertad que hizo el ser humano de independizarse de su creador, al declarar su autonomía   y autosuficiencia. No obstante el Dios de la vida, no abandonó a sus criaturas, a    pesar de la opción que tomaron. Dios se hace solidario con el dolor de las personas, independientemente de cual sea su origen. Ante el sufrimiento de la humanidad Dios   abre sus brazos para calmar el dolor y el sufrimiento. Y la solidaridad de Dios va   mucho más allá de un sentimiento o un deseo. Dios literalmente sufre con quien sufre. La que nos dibuja el profeta Isaías, así no los revela: “…era un hombre lleno de dolor, acostumbrado al sufrimiento. Como alguien que no merecía ser visto… Y sin embargo el estaba cargado con nuestros sufrimientos, estaba soportando nuestros propios dolores…” Dios no le tiene miedo a los gritos de angustia y desesperación que desde nuestras penurias alzamos. Dios no le da la espalda a quienes padecen del VIH/SIDA. Padece juntamente con ellos de   sus angustias y les acompaña a pesar de las diversas historias de vida que cada afectado pueda  tener. 

C. EL DIOS DE LOS EXCLUIDOS (Lucas 1.26-38; 5.12-16, 8.40-55, 14.1-6, 17.11-19, 18.15-17)

     Una de las consecuencias de la declaración de autonomía del ser humano de su creador, tiene que ver precisamente con la pretensión de algunos de creerse más que otros  y otras, a la luz de criterios establecidos por la misma cultura de la muerte. Como resultado, quienes ostentan el poder determinan quien  es digno y quien no lo es. Quien es persona y quien no. La sociedad adopta una conformación de grupos incluidos y grupos excluidos.   En este sentido los últimos son relegados social, económica, y religiosamente. Marginados de toda posibilidad de vida y esperanza.  A vivir de las migajas que caen de las mesas    de quienes se sienten dignos y aceptados por  el  sistema. 

     La historia que nos narra la Biblia, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, está protagonizada por grupos excluidos de y por la sociedad. El mismo pueblo de Israel hunde sus raíces en un grupo de personas esclavas al servicio de faraón en Egipto. Excluidas de toda posibilidad de vivir con dignidad y libertad. Sometidos por sistema    que los colocaba al margen de la vida, y al servicio de un sistema que se creía superior a los demás. En el Nuevo Testamento Dios se hace parte de los seres humanos en Jesucristo para denunciar los valores de la sociedad de su tiempo que marginaba a un gran número de personas por razones de tipo moral, religiosas, sociales, económicas, culturales, etc. Los ciegos, los cojos, los leprosos, las mujeres, los niños, los   extranjeros y los pobres se convirtieron en los receptores por excelencia del proyecto de vida encarnado en Jesucristo. A quienes la sociedad excluyó y marginó de toda posibilidad de vida, Dios los ha colocado como los que van delante en el Reino de Dios. Toda persona que hoy vive con el VIH sufre, por lo general, del rechazo de la sociedad, lo cual muchas veces se inicia en el seno familiar, pasando por los amigos, vecinos,   aún, los mismos centros asistenciales y educativos, e iglesias. El mensaje del  Evangelio repercute hoy con la misma fuerza que cuando Jesús caminaba por la polvorienta Palestina, para anunciarles a quienes viven con VIH, que Dios no los excluye, sino que quiere ofrecerles nuevas posibilidades  de  vida  y  de  rumbos.

LA IGLESIA: SACRAMENTO DE VIDA

      Entendemos sacramento en este contexto como un don y un imperativo de Dios. La iglesia como regalo a la humanidad para servir, y facilitar la vida como mandato expreso del creador a todos sus hijos/as. La iglesia es agente de la vida que Dios nos ha dado en Cristo, y como resultado ella se ofrece en diaconía a todos los hombres y mujeres. Este accionar de la iglesia debe encarnarse por lo menos de tres maneras, que a su vez, se complementan y enriquecen mutuamente: La iglesia como comunidad terapéutica, prójima,  y  de  esperanza.

 A.        LA IGLESIA COMO COMUNIDAD TERAPÉUTICA  (Juan  8)

     La iglesia no es un tribunal, ni un patíbulo que se encarga de enjuiciar y sentenciar a quienes por diversas razones se ven cara a  cara con el sufrimiento. La iglesia está conformada por seres humanos que también sufren y que también buscan ser sanados.     Por tanto nadie está más sano que otro, sino que en comunidad buscamos caminar hacia     la vida que sólo Dios puede ofrecer y dar, y que ésta no le pertenece ni la da la iglesia; su función es sólo facilitarla y acompañar a todos  los  que  la  necesitan.

     Para ello la iglesia debe propiciar un ambiente de aceptación e inclusión, y no de rechazo y marginación, donde todas las personas, independientemente de su condición de salud, o económica o cultural,  pueda sentirse parte de la comunidad de fe.Y hablamos de comunidad con todas las implicaciones que el término encierra entorno a relaciones, solidaridad, convivencia, compañerismo, participación, etc. Y no un grupo de personas que se reúnen, pero sin los elementos antes mencionados. Es decir, la iglesia no puede ser sanadora, si antes no es comunidad. La aceptación se realiza a la luz de la dignidad de la persona, como criatura de Dios, y no de su comportamiento.

     En este contexto el perdón surge como   una necesidad, no sólo para la persona que vive con el VIH, sino también para la misma iglesia. Todo ser humano necesita ser y  sentirse perdonado, además de ejercer también el perdón hacia otras personas. En otras palabras la iglesia debe ser un escenario donde el perdón tome forma en  todas las direcciones que sean requeridas. Y facilitar, sin imponer el proceso de reconciliación, de los afectados por el VIH, con Dios, con los demás seres humanos, consigo mismo. De esta manera la iglesia, no sólo facilita el proceso del perdón, sino que también  perdona  y  pide  perdón.

     Finalmente, la comunidad continúa acompañando para ayudar en el proceso de reconstrucción de la vida. Las personas que viven con VIH, por lo general, como cualquier ser humano, arrastran una serie de desajustes familiares, emocionales, espirituales que han marcado su vida de manera muy particular. La iglesia debería propiciar un camino hacia la restauración de la persona en su totalidad. No hablamos tanto de ayuda profesional o especializada, aunque no se descarta, sino de las consecuencias sanadoras que la convivencia fraternal genera en todos los que participan de dicha comunidad o son alcanzados por esta koinonia del Espíritu en acción. En conclusión la iglesia es terapéutica en la medida que es consciente de su  propia enfermedad y se abre como comunidad, al accionar del Espíritu que la impulsa a  aceptar,  perdonar  y  restaurar.

 B.        LA IGLESIA COMO COMUNIDAD PRÓJIMA  (Lucas  10.25-37)

     La parábola del Samaritano nos cambia la idea de prójimo que muchas veces justifica nuestra apatía ante las necesidades humanas. En este pasaje el prójimo no es el otro ni la    otra. El prójimo es quien toma la iniciativa de acercarse para servir. Por tanto la pregunta no es quién es mi prójimo, sino de quién es la iglesia prójima. Formulada de esta manera las posibilidades de respuesta son mucho más comprometedoras, pero también mucho más  desafiantes.

     La iglesia tiene por obligación y por obediencia a la voluntad de Dios, que hacerse próxima (prójima) a todos aquellos que sufren por diversas razones y sin distinciones de ningún tipo: Ni sociales, ni económicas, ni sexuales, ni religiosas, ni culturales, ni raciales. La iglesia tiene por vocación y por obligación la tarea de ponerse al alcance de todos y    todas para servirles, más no para juzgarles. Imagínense al samaritano de la parábola acercándose al hombre asaltado y diciéndole  lo  siguiente:     

“Oye, tremenda paliza que te dieron. Casi te matan. Bueno pero quien te manda a andar solo por estos caminos y a estas horas. Tú sabes como están las cosas de peligrosas. Por cierto ¿tú eres judío o samaritano? Tienes pinta  de judío. A lo mejor si te ayudo, ni me     lo vas a agradecer, ustedes son más malagradecidos. Dime una cosa, te han atracado otras veces o esta es la primera vez. Perro, amigo, tremendo chichón tienes ahí en la frente. Y te dejaron sin ropa. Está bien bueno que  te pasó eso. Cómo se te ocurre pasar por estos caminos y desarmado, y sin nadie que te acompañe. Eso te pasó    por descuidado, compañero. Bueno, que se puede esperar de un judío. Ustedes son tan tercos. Me da la impresión que Dios te está castigando por algo que hiciste, así que mira lo bueno de esto, a lo mejor es una prueba que Dios te envió para hacerte mejor judío. Bueno te dejo, no vaya a ser que regresen los diablos esos y me asalten a mí también. Ah, toma este sencillito para que alquiles una mula y llegues a tu casa, y esta es la dirección del monte Gerizin, por si algún día quieres ver cómo se adora de verdad. Nos  vemos.”

      Verdad que este dialogo suena fuera de tono e ilógico, sin embargo esta ha sido la actitud de la iglesia, generalmente. Que interesante que el Samaritano no hace preguntas, no está interesado en quién es la persona en desgracia, no pide detalles, sólo se acerca para servir. No hay juicios, no hay condenas, no hay castigos. Jesús nos enseñó que quien no tiene prejuicios, ni se cree mejor o superior a los otros, representan los     mejores samaritanos. El levita y el sacerdote  no pudieron hacerse prójimo porque sus actitudes legalistas y prejuiciadas se lo impedían. Actitudes que Jesús rechazó a lo largo de todo su ministerio, por ser inhumanas  e  injustas.

     Las personas que viven con el VIH,   también han sido asaltadas en el camino y experimentan el distanciamiento de muchas personas, por considerarlos una amenaza o simplemente para que no los relacionen con ellos. El VIH no discrimina como nosotros,     por eso encontramos en el camino a  homosexuales, prostitutas, drogadictos, alcohólicos, amas de casa, estudiantes, niños, mujeres, hombres, con diversos rostros y diversas historias. ¿Qué actitud va a tomar la iglesia? ¿Va a seguir de largo? O ¿se va detener a hacer preguntas y a condenar? O ¿se va a poner al alcance de todo los que sufren, elemento indispensable para abrirnos  camino a la vida eterna, según las palabras de  Jesús?

 C.  LA IGLESIA COMO COMUNIDAD DE ESPERANZA  (1  Pedro  1. 2-12)

      Comencemos con unas palabras de  André  Dumas  quien  señala  que:

“La esperanza es la palabra más importante de la vida. Esperar significa, etimológicamente y vitalmente, respirar. Pero es también la palabra  más peligrosa. Porque cesár de  esperar es realmente ahogarse. Debemos manejar esta palabra con extrema prudencia, con gran fuerza y extrema  discreción.”

     El caos en el cual se encuentra sumergida   la sociedad contemporánea, con todas sus implicaciones y rostros, incluyendo la pandemia del SIDA, atenta contra los sueños y utopías de la propia humanidad. La iglesia ante los diversos problemas que el mundo presenta no puede ser optimista,  porque esta actitud se fundamenta en las circunstancias y en las capacidades de los seres humanos de salir adelante a partir de sus propios esfuerzos. No podemos ser optimistas, pero si podemos tener esperanza, porque ésta no está sujeta a las circunstancias ni a las buenas intenciones de los hombres por mejorar el mundo. Tener esperanza es ver mucho más allá de las circunstancias y de nuestras propias posibilidades. Es ver, reflexionar y actuar desde la perspectiva de Dios. Y Dios trasciende a toda nuestra   realidad. La esperanza nos exige ser  pacientes, más no pasivos ante las tragedias  de  la  sociedad  postmoderna.

     La iglesia como comunidad de esperanza, entonces, ejecuta su misión en el mundo,  desde la óptica de Dios, de lo que Dios puede y quiere hacer, más no desde sus propias intenciones y posibilidades como comunidad de fe. En este sentido para quienes viven con el VIH la iglesia se abre como escenario que les ayuda y enseña a caminar en y con la esperanza que nace en el proyecto de Dios para todos los seres humanos. La esperanza cristiana nos enseña que Dios es quien siempre tiene la última palabra. Y la  última palabra de Dios la impuso en la resurrección de su Hijo Jesucristo, como símbolo y manifestación del poder de la vida sobre la muerte. De la vida plena y auténtica que proviene de la gracia de  Dios. Vida que no sólo es para disfrutar en la eternidad, como consumación máxima del proyecto de Dios, sino aquí y ahora, a pesar de las circunstancias. En palabras del apóstol Pablo.

     La desesperanza no es exclusiva de quienes padecen el SIDA, pero ellos más que otras personas experimentan de manera muy especial el derrumbe de su presente y su futuro. Las personas que mueren a causa  del SIDA, entierran sus esperanzas mucho antes de que les hagan el sepelio. La desesperanza es más mortal que el virus.  De hecho la desesperanza, en diversas  ocasiones, no le da tiempo al VIH de actuar y se le adelanta generando tragedias existenciales muy complejas. La iglesia debe acompañar desde, en y con esperanza a todas aquellas personas que ya no tienen razones para vivir y seguir luchando. La esperanza no defrauda, porque la esperanza  es Jesús, el Jesús que camina con los más necesitados.

CUANDO LA IGLESIA TIENE SIDA

     El Virus de la Indolencia Humana (VIH), es el agente causante del Síndrome de la Indiferencia Dócilmente Adquirida (SIDA), la cual padecen un gran número de iglesias cristianas.

¿Cómo actúa  el  VIH?

     Una vez instalado en la iglesia el VIH comienza a destruir los mecanismos de defensa de la comunidad que la protegen de los antivalores que la sociedad expone y reafirma como “valores”. El sistema inmunológico de la iglesia está conformado, entre otros, por la solidaridad, la misericordia, la esperanza, la comunión, el amor, el perdón, la inclusión. El VIH ataca especialmente estos aspectos de     la iglesia, dejándola expuesta a una serie de actitudes y comportamientos oportunistas, que terminan por matar su misión como agente del  Reino  de  Dios:  Ser  sal  y  luz. 

¿Cuáles son los síntomas de una iglesia  con  SIDA?

     La sintomatología varía de una iglesia a otra, pero por lo general presentan las siguientes  creencias:

     A. EL SIDA ES UN CASTIGO DE DIOS: Quienes asumen esta actitud, están pensando en un Dios que está esperando que sus hijos/as se salgan de una línea preestablecida para darle con el látigo. La imagen de Dios que se tiene es la de un verdugo o juez cuyo propósito es ejecutar la sentencia aplicada a un convicto. El razonamiento es que si alguien tiene SIDA, es que está recibiendo el castigo por algo    malo que hizo. Esta manera de pensar se ha reforzado con el mito de que fue en los grupos homosexuales donde se originó la enfermedad. El asunto está en que si Dios actuará con esa lógica, entonces todos/as tendríamos SIDA, porque de una u otra manera todos/as noso-tros/as erramos en nuestros comportamientos. ¿Cómo creer en un Dios que castiga niños sin ni siquiera haber nacido? Esta actitud no es ajena al texto bíblico, y Jesús tuvo que enfrentarla en una oportunidad cuando los discípulos al ver a un hombre ciego de nacimiento le preguntaron sobre quién había pecado para que él naciera ciego,  si  él  o  sus  padres.

     La respuesta de Jesús fue que la situación de este hombre era una oportunidad para hacer presente la misericordia de Dios. Hoy cuando estamos ante alguien que vive con el VIH o que tiene SIDA, pensamos en qué malo debe ser esa persona para recibir tan semejante castigo. Esta es la actitud ni de Jesús, sino de los errados  discípulos.

     B. A LOS CRISTIANOS NO LES DA SIDA: Esta actitud presupone que los cristianos   están vacunados contra enfermedades tan horrorosas como esa, y que a ellos jamás tendrán que enfrentar situaciones de esta naturaleza. El SIDA como cualquier otra enfermedad no discrimina a la hora de actuar. Nadie está a salvo, ni puede considerarse inmune ante esta enfermedad. Nos guste o no todos estamos expuestos directa e indirectamente. El mito de que la fe cristiana nos da inmunidad contra el SIDA nos coloca por encima de los demás seres humanos, y nos da una posición de superioridad que Jesús jamás avalaría. Estas actitudes son confrontadas y transformadas de manera muy dolorosa cuando nos percatamos que el SIDA ya no es asunto lejano, sino que se hace cercano en nuestra vida cuando tenemos que enfrentar que alguien muy próximo a nosotros, incluyéndonos, han contraído la enfermedad: un vecino, un sobrino, un primo o un hijo.

     C. LA SEXUALIDAD ES PECADO: Esta actitud nos ha perseguido a lo largo de toda       la historia de la iglesia. El SIDA por ser una enfermedad ligada, en gran medida a la sexualidad,  hace que esta actitud se refuerce   y se revitalice en muchos casos. El hecho de que un mal ejercicio de la sexualidad termine  en SIDA, no significa que la sexualidad es pecado. Esta es un regalo de Dios, que debe  ser ejercida en un marco de respeto y responsabilidad mutua. Y por más que alguien haya adquirido el virus por una vida sexual desordenada, no excluye a la iglesia de llevar   a cabo su ministerio diaconal, por medio de la encarnación de la misericordia y el perdón. El tema de la sexualidad no siempre ocupa las agendas de nuestras congregaciones. Eso no es importante. Y cuando se aborda el tema, se hace con timidez y fariseismo, porque nos ha costado encarar el tema con responsabilidad     y franqueza. He aquí una gran tarea que tenemos  por  delante.

     D. INTERPRETACIONES LEGALISTAS  DE LA FE: El texto bíblico no es un libro de reglas, ni de normas. Aunque en él podemos encontrar reglas y normas, que respondieron a un contexto histórico y cultural determinado, no quiere decir que la fe es una suma de leyes que debemos cumplir. Al principio Dios suministro 10 mandamientos a un pueblo, quienes hicieron a partir de allí más de 600.

     En el Nuevo testamento Jesús, paradigma por excelencia de la fe cristiana, resumió el asunto a sólo dos. Pero parece que el ser humano y en especial la iglesia asumen posturas que pretenden mejorar lo propuesto por Jesús. Los fariseos eran unos excelentes expositores de la legalidad religiosa de la época.  Para ellos los seres humanos estaban subordinados a las leyes y no viceversa. Por eso se molestan con Jesús cuando sana en sábado y quieren apedrear a la mujer encontrada en adulterio. En ambos casos  Jesús coloca al ser humano por encima de las leyes y normas, no importa que sea de carácter religioso. La única ley a la cual echa mano el Hijo de Dios es la ley del         amor. Hoy nuestras iglesia están más preocupadas por sus leyes, sus normas, sus reglas; y la gente, especialmente las que tiene SIDA deben ajustarse a esa constitución religiosa. Las palabras de Jesús siguen sonando en nuestras iglesias: Quien esté libre de pecado que arroje la primera piedra; y su amor nos sigue convocando: Yo tampoco te  condeno,  vete  y  no  peques  más.

Y dirá el Rey a los que estén a su derecha:                                                                                  “Vengan ustedes los que han sido bendecidos por mi Padre;                                                      reciban el reino que está preparado para ustedes                                                                      desde que Dios hizo el mundo:                                                                                                          Pues tuve hambre y  ustedes me dieron de                                                                                      comer; tuve sed, y me dieron de beber; anduve como                                                              forastero, y me dieron alojamiento.                                                                                                  Me faltó ropa, y ustedes me la dieron;                                                                                            estuve enfermo y me visitaron;                                                                                                        estuve en la cárcel, y vinieron a verme                                                                                          (tuve SIDA, y me aceptaron).

                                                                                            Mateo. 25.34-36