Introducción
La
sexualidad humana representa uno de los aspectos antropológicos de mayor
complejidad, despertando a lo largo de la historia diferentes reacciones en relación a los comportamientos ligados a su práctica y
por su papel fundamental en la reproducción de la especie. En este ensayo nos
interesa indagar acerca de las prácticas no heterosexuales, en el contexto de
las culturas prehispánicas, en cuanto a su diversas manifestaciones y la
actitud de estos pueblos ante todo aquello que estaba al margen de los patrones
heteronormativos, para valorar dichos comportamientos a partir de las prácticas
sexuales del siglo XXI.
La
investigación es de carácter documental e implica aproximarnos a los rastros que han
dejado tanto los propios pueblos prehispánicos como las huellas vertidas en los registros escritos elaborados por
los cronistas españoles. En este sentido, vamos a seguir el camino que ya ha
trazado el antropólogo e historiador brasileño, Luis Mott (1994), quien afirma
que para poder estudiar la homosexualidad en el "Nuevo Mundo", se tienen tres
fuentes básicas, a saber: 1) las cerámicas y esculturas con representaciones homoeróticas 2) algunos mitos tanto orales como escritos y 3) los registros de los españoles en su
primer contacto con los pueblos de Abya Yala.
Hay
que reconocer, de entrada, las limitaciones y los riesgos que presenta esta aproximación al tema,
empezando por el hecho que al ser una investigación documental, el acceso será
a fuentes secundarias, lo cual nos coloca a la merced de los datos y de la interpretación de sus autores, así como
sus preconcepciones sobre la sexualidad mediada por sus creencias religiosas;
por otra parte, las categorías desde las cuales nos acercamos responden más a
la epistemología cultural del siglo XXI
que a los horizontes de sentido de la época prehispánica, pudiendo llevar esto
a que se valore a una cultura desde el baremo de la cultura propia.
Por
tanto, estamos conscientes de las
mediaciones culturales desde las cuales hacemos la aproximación al estudio,
valorando la necesidad de utilizar categorías de análisis contemporáneas que, sin duda,
iluminan las miradas hacia el pasado. Nos referimos a categorías como género,
sexodiversidad, homosexualidad, homoafectividad, bisexualidad, dualidad, queer;
pero también estamos atentos a los riesgos que representa la distancia cultural que nos separa de los marcos
conceptuales prehispánicos, para evitar incurrir en anacronismos hermenéuticos.
Por
ser este trabajo sólo una “aproximación”
al tema, la tarea se orientará en rastrear las “pistas”, identificarlas,
visibilizarlas y dejarlas en la superficie, con la intención que puedan servir
de punto de partida para investigaciones subsiguientes. La estructura a seguir
tiene como punto de partida el esfuerzo de los estudios contemporáneos por
entender la sexualidad humana y sus complejidades que servirá de encuadre conceptual; luego se procurará identificar “desde adentro” la valoración de
los propios indígenas de las conductas de la diversidad sexual; nos interesa
saber también la opinión de los españoles al respecto, para finalmente expresar
algunas precisiones a modo de conclusión.
Una aproximación a las categorías sexuales contemporáneas
La sexualidad es un elemento
inherente a la vida, ella es protagonista del misterio de la fecundación y el
placer, así como de la construcción de los tabúes sociales más extravagantes. En
la época contemporánea ella ha venido a ocupar la atención de las diversas
disciplinas del saber, fomentando nuevas
y atrevidas investigaciones que hoy por
hoy han ampliado significativamente los marcos conceptuales tradicionales que
permiten en la actualidad acercamientos más ajustados a la complejidad que
reviste el asunto.
Las culturas occidentales se han caracterizado, por lo menos en lo formal, en legitimar la conducta
heterosexuales, convirtiéndola en parámetro obligatorio para juzgar cualquier
comportamiento de carácter sexual, juzgando como errado o condenable las
conductas que salen de dicho patrón. No obstante, esta percepción de la
realidad sexual, no niega la presencia de otras manifestaciones, sino que las
rechaza como ilegitimas y las condena.
Los estudios contemporáneos plantean
que los seres humanos no están determinados biológicamente en cuanto a su
orientación sexual o identidad de género. ¿Qué significa esto? Quiere decir que
todas las personas biológicamente nacen con genitales definidos, bien sea penes
o vaginas, (o ambos en algunos casos), pero que los comportamientos que las
personas asumen en el desarrollo de su vida, no están determinados
necesariamente por los mismos. Es decir, una persona que nace con un pene, no
quiere decir que su conducta obligatoriamente va a regirse por los estereotipos
asignados cultualmente a lo que es masculino; de la misma forma, con una
persona que nazca con una vulva. La asignación de conductas y roles que cada
cultura hace en base a la fisionomía biológica de cada individuo, es lo que se
conoce como género, y tiene que ver con todo aquello que se aprende socialmente
en relación a lo que debe ser masculino o femenino (Stolcke, 2000).
Todas la sociedades construyen su marco teórico dentro
del cual se valora, juzga, castiga o premia lo que es propio de un hombre o de
una mujer: vestido, modo de hablar, actividades de trabajo, espacios de poder,
ámbito de acción, comportamiento público y privado, estética corporal, entre
muchas otras. Cuando un individuo sale de los patrones biológicos deterministas
es cuestionado y se convierte en un transgresor o transgresora de género. Si una niña prefiere los juegos o
actividades culturalmente asignados a los niños o viceversa, las familias
entran en pánico, la sociedad se pone en alerta ante el cuestionamiento
evidente del modelo hegemónico convencional que asigna un tipo de conducta a
cada individuo de acuerdo a sus genitales (Henríquez, 2015).
Además, los genitales tampoco determinan los afectos de
las personas, como muchos tienden a creer. En un modelo heteronormativo es
lógico pensar que las mujeres son atraídas por los hombres y viceversa, no hay
cabida para otra variante dentro de este modelo de carácter binario. No
obstante, la orientación sexual, es decir, por quien se siente uno atraído o
atraída afectivamente no tiene obligatoriamente una relación
genital-biologista. Por eso, en todas las culturas es posible encontrar
personas con pene que sienten atracción por otros varones, de la misma manera
ocurre con las mujeres.
En
este momento es importante, ir delimitando y definiendo las categorías de
identidad sexual, que tiene que ver con el cómo me siento yo en relación a ser
hombre o mujer, y en algunos casos ambos; y por otra parte, entender la
orientación sexual, es decir, hacia quien siento atracción física y afectiva,
quién me atrae los hombre o las mujeres. Ni la identidad, ni la orientación
sexual son producto de la cultura, es decir, no son constructos sociales, sino
que son elementos inherentes a los seres humanos.
Todo este marco teórico se ha ido construyendo en las
últimos 60 años, gracias a las
investigaciones gestadas en las diversas disciplinas de las ciencias humanas, posibilitando
miradas más agudas que facilitan la comprensión de la sexualidad (Gómez, 2015),
lo que a su vez permite preguntarnos
acerca de la sexualidad dentro de las culturas prehispánicas y en este caso, de
la diversidad sexual dentro de los pueblos de Abya Yala: ¿había prácticas
sexuales entre personas del mismo sexo en los pueblos prehispánicos? o ¿estas
prácticas fueron traídas por los españoles? ¿Cuál era la actitud de la
comunidad ante las mismas? ¿Qué tanta aceptación o rechazo producían estas
prácticas? ¿Qué tipo de comportamientos no heterosexuales tenían lugar en estos
pueblos? ¿Qué similitudes o diferencias había entre la manera como los
indígenas ejercían su sexualidad en el periodo prehispánico y los
comportamientos contemporáneos?
Una aproximación a la sexodiversidad desde los pueblos
prehispánicos
Los datos e información acerca
de las prácticas no heteronormativas en las culturas prehispánicas vienen dadas
fundamentalmente, por los rastros que las mismas han dejado en el lenguaje,
especialmente en los vocablos para designar lo diverso, en relatos, poemas y
también en la iconografía procedente de la época.
Las huellas dejadas
en el lenguaje
El lenguaje es una de las herramientas culturales que delimita
las fronteras entre lo “humano y lo animal”, nos ayuda a construir, a
representar la sociedad con sus complejidades y especificidades, a expresar las
ideas, conceptos e imaginarios compartidos o no; por medio de él “nombramos”,
“identificamos”, “caracterizamos”, “visibilizamos”, “definimos”, el mundo del
que somos parte y que a su vez nos habita. Dentro del léxico de las culturas
prehispánicas es posible encontrar una variedad de vocablos utilizados para
hacer referencia a comportamientos de tipo sexual que salían del patrón
heterosexual, y por tanto develaban relaciones, conductas e identidades que
transcendían a las asignadas al patrón binario hombre-mujer.
Luis Mott, en su trabajo sobre Etno-historia de la
homosexualidad en América Latina, al cual ya hemos hecho referencia, da a conocer varios de estos vocablos, que revelan
que las prácticas “homosexuales” no eran desconocidas en la región de Brasil y
América del Sur antes de la llegada de los portugueses, al contrario eran
socialmente aceptadas y según Mott, hay abundante evidencia que sustenta dicha afirmación,
señalando que en dicha región, el pueblo
Tupinambá empleaba la palabra tibira,
para identificar a los hombres que sentían atraídos por otros hombres, y usaban cacoaimbegira, en el caso de las
mujeres que se comportaban de manera semejante. En algunos grupos, Guaicuru y Xamicos, que habitaban lo que hoy es el territorio de
Paraguay, se identificaba con la palabra cudinhos,
a los hombres que asumían roles culturalmente identificados con las
mujeres, en este caso no sólo son hombres que eran atraídos por otros hombres,
sino que se vestían y asumían comportamientos socialmente considerados
femeninos: tenían marido al cual siempre llevaban agarrado del brazo, orinaban
agachados, fingían tener la menstruación cada mes, se adornaban como mujeres,
entre otras cosas. El pueblo Cuicateco de México, nos recuerda Eva Hunt, se
referían a las personas homosexuales con la frase “caminantes invertidos”, como metáfora que describía la manera
contraria de cómo estas personas se conducían, a la vez que esta descripción
también implicaba que “su caminar” estaba signado por los excesos sexuales.
Los Mayas le decían patlaches,
a las mujeres que se vinculaban afectivamente con otras mujeres, literalmente
significa “hacerlo una mujer a otra”,
o “mujer que tenga conocimiento carnal
con otras mujeres”, (Montejo, 2012), lo cual es una clara referencia a lo
que en la sociedad contemporánea llamamos lesbianas. En la población zapoteca se
encuentra el término muxes, para
hacer referencia a un grupo de varones
que se visten como mujer y que asumen papeles femeninos de comportamiento y
actitudes, lo cual es considerado por los estudiosos contemporáneos como un
rastro actual que evidencia una faceta de la homosexualidad en esta región prehispánica,
la cual fue aceptada y tolerada hasta hoy (Borruso, 2010)
Los
Rarámuris, de la sierra tarahumara, empleaban los términos ropekes, usado mayormente para identificar a las mujeres atraídas
por otras mujeres y nawikis (el que
canta), para designar a los homosexuales varones. En cada caso respectivamente,
estas personas asumen las actividades socialmente asignadas tanto a hombres
como a mujeres, llegando incluso a modificar sus nombres para adaptarlos a su
identidad de género. (González, 2013).
Vale la pena destacar la presencia, en diversos pueblos
prehispánicos, de personas con características “duales” o “andróginas”, que en
cuanto a su identidad y orientación sexual podían ser hombres o mujeres en apariencia
y en comportamiento. En este sentido se vestían y asumía las tareas femeninas y
masculinas, las cuales cohabitaban de manera simultánea en una misma persona, quien
no pocas veces, ejercía actividades de carácter sagrado, terapéuticas,
económicas y hasta guerreras dentro de su comunidad, lo cual expresa la
aceptación y el respeto del cual gozaba.
Estas personas “dos espíritus”, como
también se les ha dado a conocer, integraban en un solo cuerpo las identidades
y comportamientos de lo femenino y lo masculino, lo cual le daba dentro de su
pueblo la capacidad de realizar funciones que no podían realizar ni el varón ni
la hembra. Hay una variedad de palabras que se emplean para nombrar a este tipo
de individuos dentro de las diversas culturas prehispánicas, se tiene que los
dinéh (navajos) los llaman nàdleehé,
“el que se transforma”; los mayas “antzil
xinch´ok”, que quiere decir literalmente femenino/masculino (Montejo, 2012).
Las huellas
dejadas en el arte
La existencia de una variedad de esculturas,
iconografías, estatuillas, vasijas que han sido datadas en la época
precolombina en distintos pueblos, en las cuales la concepción de la sexualidad constituye un elemento
característico, arroja pistas significativas a la hora de indagar sobre
sexualidad prehispánica y sus variantes.
La cultura mochica peruana es conocida por las piezas de
cerámica delicadamente acabadas, conocidas como huacos, de las cuales un
importante porcentaje están dedicados a la actividad sexual, y aunque sólo dos
piezas podrían atribuirse a la actividad homosexual entre hombres, es claro que
dicha actividad era practicada en esta cultura. Las pocas piezas dedicadas a
las prácticas homosexuales encontradas, para algunos investigadores, se debe no
a la poca atención que se le podía prestar a esta práctica, sino a personas que
condenaban y rechazaban los comportamientos expresados en las cerámicas, entonces
procedía a destruirlas por considerarlas conductas aberrantes. Luis Mott señala que en esta colección mochica cuyo
origen se remonta a 1000 a.c, el 3% de las piezas representan escenas de
penetración anal, y concuerda con la idea de la destrucción de muchas piezas
por parte de los españoles que derritieron piezas en oro que representaban
comportamientos homoeróticos, invisibilizando
los rastros de estas prácticas en dichas culturas.
En las famosas cuevas de Naj Tunich, en Guatemala, donde los Mayas dejaron sus huellas en
pinturas rupestres, hay una en especial que ha llamado la atención de los
investigadores: dos personas, aparentemente hombres ambos, se encuentran
abrazados de frente y es claro la presencia de un pene erecto entre ellos. Mientras
para algunos la representación es una clara expresión del afecto homosexual,
para otros es una expresión heterosexual. La diferencia de opiniones radica en
cómo identificar a la persona del lado izquierdo que aparentemente es más joven,
para algunos es un muchacho y para otros
una doncella. De la misma manera, en los grabados encontrados en lo que se
conoce como Rancho San Diego, en Yucatán, hay uno donde aparecen dos jóvenes y
uno está
estrangulándose y manifiesta una clara erección, lo que para algunos es
evidencia de relaciones homoafectivas (Montejo, 2012).
Es común también encontrar figuras de barro y vasijas que
presentan una ambigüedad de género, difícil muchas veces de ubicar dentro de la
clasificación binaria occidental de la sexualidad, como es el caso de piezas
que presentan vagina, pero carecen de pechos femeninos, o a la inversa con pene
y pechos femeninos. Varios cronistas hacen referencia a un pendiente usado por
los indígenas en su cuello con un ídolo de oro donde se aprecia un hombre
cabalgando sobre otro, en una clara
relación sexual homoafectiva.
Las
huellas dejadas en la religión
La sexualidad de las culturas prehispánicas está
constituida y representada en una estrecha relación con lo sagrado, en
consecuencia con los ritos, ceremonias y festividades religiosas, en las cuales las deidades asumen
características antropomórficas de los comportamientos sexuales del pueblo, o
por lo menos de su comprensión de la misma. Una de las características que vale
la pena destacar es la dualidad de género que algunas deidades expresan, en las
cuales lo femenino y lo masculino cohabitan con una realidad totalizante e
integradora.
La cultura Maya, por ejemplo tenía a Itzamná, una de sus deidades principales, la cual ha recibido
múltiples interpretaciones de su papel dentro del campo religioso de entonces,
ya que ella conjuga la complejidad de la dualidad como elemento inmanente a su
ser que incorpora los opuestos cósmicos, como lo femenino-masculino, de tal
manera que su manifestación se da en ambos géneros, haciéndola a una especie de
deidad andrógina. Lo mismo ocurre con el dios del maíz, Yam Kaax, el cual asume indistintamente tanto roles femeninos como
masculinos o ambos. Este mismo fenómeno de la “bisexualidad divina” se
encuentra dentro de los nahuas que tienen a Ometéotl,
el dios de la dualidad, el cual se puede manifestar tanto como masculino como
femenino (González, 2013). Los Incas, a su vez se refieren a una deidad creadora de carácter andrógino, denominado Chuqui Chinchay «guarda de los hermafroditas e indios de dos
naturas » o Viracocha, una de las
principales deidades, a la cual se le atribuye una dualidad sexual.
Por otro lado, en el panteón azteca, la diosa Xochiquetzal, según Mott, representa una
divinidad hermafrodita, cuya función era la de proteger el amor y la sexualidad
sin fines reproductivos, llegando a ser considerada por algunos investigadores
como una divinidad de las relaciones no heterosexuales o padre del afecto entre
hombres, lo cual ejercía en su manifestación tanto masculina como Xochipilli, haciéndolo una
deidad de carácter intersexual. (Abya Yala). Para los mayas, de acuerdo a Mario
Humberto Ruz, las personas podían ser hombre, mujer, bisexual u homosexual, y
la diosa luna también era considerada con características duales.
De acuerdo a lo planteado por (el matrimonio homosexual)
en su tesis sobre el matrimonio homosexual, las divinidades de los pueblo
originarios del Ecuador, podían ser tanto femeninas como masculinas: Dios Sol,
Dios Luna, Madre Tierra, Madre Naturaleza, Padre Volcán, y no mostraban rechazo
por la bisexualidad, quienes de acuerdo a su interpretación de la sexualidad,
exigían que para desempeñar el alto cargo religioso de Chaman, la persona tenía
que representar tanto lo femenino como lo masculino, símbolo de sabiduría, integrado en un solo individuo por lo que lo
homosexual venía a ser requisito para ejercer dicha función dentro de estas
culturas.
Una aproximación a la
sexodivesidad desde los conquistadores
La llegada de los ibéricos al
territorio de Abya Yala, los colocó ante una nueva realidad totalmente
desconocida para los europeos, quienes la van a reflejar, entre otras maneras,
a través de las crónicas y diversos escritos elaborados en la época colonial,
que dejan ver la interpretación y actitud de los “visitantes” ante unas
sociedades que no se organizaban ni actuaban dentro de la lógica de la cultura
española. La sexualidad y el comportamiento no heterosexual es manifestado por
los conquistadores desde sus propios horizontes de sentido e intereses, pero aun
así sirven de rastros a seguir en la aproximación a las prácticas homoeróticas
de los pueblos originarios.
El cronista. Gonzalo Fernández
de Oviedo va a registrar prácticas sodomitas,
las cuales incluye dentro de una lista
“descriptiva” de los habitantes del golfo de Urubá, donde también los
califica de “comer carne humana” y de personas crueles. Vincular el canibalismo con la sodomía va a ser una
constante no pocas veces empleado por los españoles. En relación a las
prácticas no heterosexuales, señala que “el pecado nefando contra natura”,
refiriéndose al contacto sexual entre dos hombres, es bastante común en
diversas regiones, incluyendo a los líderes que tienen ese “maldito pecado” con
muchachos jóvenes. Oviedo también apunta que hay varones jóvenes que se visten con prendas de mujeres
y además asumen las tareas de barrer y fregar como otras actividades exclusivas
de las mujeres. Estas personas, de acuerdo al cronista, son rechazadas por las
mujeres, quienes no lo expresan abiertamente; sin embargo cuando un indio
quiere ofender a otro usa el término “camayoa”, para referirse a su
comportamiento “afeminado” (Quiros, 2003). Reseña también Oviedo, la costumbre en algunos hombres de usar un collar con una figura en
relieve finamente labrada en oro que
mostraba a un hombre sobre otro en una evidente y clara relación homoerótica,
la cual la calificó de diabólica.
La primera
carta que envió Hernán Cortés al emperador Carlos V en 1519, contiene referencias
acerca de la práctica de la “homosexualidad” en las comunidades, quien las
cataloga como propia de todos los indígenas de Veracruz, se refiere a ella, como
va a ser costumbre, empleando el término sodomitas
y lo califica como “aquel abominable pecado”. El religioso Fray
Bernandino de Sahagún en sus escritos de 1560 se refiere a las personas que
tenían prácticas homosexuales, como “abominable, nefando y detestable”, quienes
producen asco por sus comportamientos afeminados, lo cual lo hace digno de ser
quemados. (Jiménez, 2007)
En el caso
de Bartolomé de las Casas, se encuentra un intento por dar una explicación de
carácter “sociológico“ a las prácticas sodomitas,
cuando advierte que en la región que hoy es Guatemala, los padres consideraban
una falta muy grave dicha conducta de la cual protegían a sus hijos, pero que
al ser enviados a los templos cristianos de la época, para ser instruidos en la
fe, eran corrompidos por jóvenes mayores en “aquel vicio” del cual era
imposible rescatarlos. Las Casas al referirse a los muxes los presentan como
mozos que se visten como mujeres, quienes a su vez realizaban ritos y
ceremonias a sus dioses exponiendo sus cuerpos “movidos por los diablos”. De la
misma manera se refiere como una “monstruosidad” a los hombres que mantienen
relaciones sexuales con otros hombres y que viven como esposos.
Relatos similares presenta Alvar Núñez Cabeza de Vaca, describiendo a
individuos en las Costa de la actual Florida, al describir un naufragio que
tuvo en dicha región.
Garcilaso
de la Vega subraya que los Incas “rechazaban” los actos sodomitas y que
promovían la captura de tales individuos para ser quemados vivos en las plazas,
al igual que sus casas y los arboles de sus heredad “arrancándolos de raíz”
para borrar de la memoria tan abominable “cosa” y evitar que otros cayeran en
el mismo delito, ya que el pecado de uno podría acarrear consecuencias para
todos (Molina, 2010). No obstante, se advierte que en tiempos del Inca Yupanqui
había jóvenes que eran preparados para atender sexualmente a los guerreros, lo
cual contrasta con lo planteado por de
la Vega.
El Fray
Domingo de Santo Tomas narra que en el Perú, había hombres encargados de los
templos, cuya vestimenta era femenina,
la cual había adoptado desde niños, así como modo de hablar, actuar muy
vinculado a ceremonias y practicas ligadas al aspecto religioso incluso
contactos sexuales. Es muy popular la pintura de Theodorus de Bry, que muestra
a unos indígenas “homosexuales”, vestidos de mujer, siendo despedazados por perros en el territorio que hoy es
Panamá, acusadas de ser aficionados o practicar el “terrible pecado nefando”,
aplicando un juicio a todas ilegal, como lo denuncia el propio Bartolomé de las
Casas, quien no avala dichos comportamientos, pero tampoco el procedimiento
seguido para el castigo aplicado. (González,
2013).
En
relación a los indígenas que asumían conductas de carácter andrógino, que
posteriormente lo estudiosos popularizaron como “berdaches” o “dos espíritus”, Bernal
Díaz del Castillo, convirtió a este “tercer sexo” en prostitutos y los presentó
ante Cortés quien aceptó la idea con beneplácito. Del castillo, al igual que el
resto de los españoles, se refería a estos individuos como “diabólicos” y
“abominables”, a la vez que sostenía que todos los pobladores de tierras
calientes como las costas eran “sodomitas” que se vestían con atuendos
femeninos. (Mérida, 2007).
Si la
pretensión de querer ser exhaustivos, más si representativos nos vamos a apoyar
en el trabajo de Fernanda Molina (2010) sobre Crónicas de la sodomía: representaciones de la sexualidad indígena a
través de la literatura colonial, para ampliar este resumen panorámico de
las actitudes de los hispanos colonizadores ante las practicas que salían del marco heteronormativo de los
indígenas y de las cuales dejaron
registros escritos.
López de Gómara quien estuvo
al servicio de Hernán Cortés en la década de 1540 en su Historia General de las Indias, señalaba
que los habitantes del nuevo mundo […] no conocen al verdadero Dios y Señor,
están en grandísimos pecados de idolatría, sacrificios de hombres vivos, comida
de carne humana, habla con el diablo, sodomía, muchedumbre de mujeres y otros
así.
Para 1579, el arzobispo de
México, Pedro Moya, propuso una estrategia evangelizadora a Felipe II, a través
de la cual: […] se evitarian ydolatrias y
borracheras y peccados nefandos [...] porque son tan misserables, holgaçanes y
baxos de entendimiento, que es neçessario apremiarlos y neçesitarlos á hazer lo
que á ellos mismos les conviene como á menores.
Los cronistas peruanos hacían
menos referencia a la sodomía de los indígenas que los cronistas de Mesoamérica,
sin embargo los calificativos empleados por el religioso José de Acosta para
caracterizar a los indígenas incluían “salvajes”, “bárbaros”, “fieras”, y
además acotaba, se diferencia[ba]n poco
de los animales: andan también desnudos,
son tímidos y están entregados a los más vergonzosos delitos de lujuria y
sodomía. El dominico Reginaldo de Lizárraga refiriéndose a los pobladores
de la región de Guayaquil, especialmente a los Yungas y Chonos escribe: […] sobre todas estas
desventuras [los habitantes de los llanos] tienen otra mayor: son dados mucho
al vicio sodomítico, y las mujeres estando preñadas fácilmente lo usan. Y agrega que a ello se sumaba la […] mala
fama en el vicio nefando; el cabello traen un poco alto y el cogote
trasquilado, con lo cual los demás indios los afrentan en burlas y en veras;
llámanlos perros chonos cocotarros. En ese orden de ideas también
a los chiriguanos, habitantes de las zonas bajas del actual territorio
boliviano, recibieron acusaciones similares: No guardan un punto de ley natural; son viciosos, tocados del vicio
nefando, y no perdonan a sus hermanas…
Es clara la postura de condena
recurrente y similar, no pocas veces “exageradas” por parte de los cronistas
acerca de lo que para ellos representaba un pecado nefando, es decir, repugnante, no digno de ser ni mencionado,
aborrecible, detestable, horroroso y contra la naturaleza.
La sexualidad prehispánica: hallazgos
Esta
aproximación inicial a los
comportamientos que salen del patrón heterosexual permite hacer algunas
inferencias y precisiones sobre la presencia y el papel que desempeñaron dichas
prácticas por los pueblos prehispánicos, lo cual ayuda a construir una visión
menos prejuiciada y un tanto más cercana sobre la sexualidad de los pobladores
de Abya Yala, antes de la llegada de los europeos
- Lo
primero que hay que señalar es que la heterosexualidad, entendida como las
relaciones afectivas entre un hombre y una mujer, no eran las únicas conductas
sexuales que tenían lugar dentro de las culturas prehispánicas. Las evidencias
encontradas tanto en el arte, mitos, religión, como en lo aportado por los
cronistas españoles, derrumban la idea, posicionada en el imaginario de muchos,
que las prácticas de la homosexualidad eran desconocidas para estos pueblos y
que fueron incorporadas como parte del contacto con los conquistadores
europeos, que no sólo trajeron nuevas patologías sino también nuevos comportamientos
sexuales.
- La presencia del homoerotismo en los pueblos originarios, podríamos
decir, que ha estado tan presente en la vida de dichas culturas como la misma
religión, donde las festividades religiosas sirven de contexto para visibilizar
el homoerotismo y donde la diversidad sexual se expresa como una manifestación
de las deidades. En otras palabras las prácticas no heterosexuales ya tenían
lugar en estas tierras mucho antes de que Colón pisará Abya Yala, haciendo de
esta práctica un fenómeno de larga data dentro de la historia de la humanidad.
- Otro
señalamiento que hay que desmontar es la falsa creencia y los esfuerzos de
algunos grupos contemporáneos que luchan por los derechos de las personas
sexodiversas, de hacer creer que la homosexualidad era una práctica tolerada
por todos los pueblos aborígenes a diferencia de la intolerancia que hoy tiene
lugar en muchas sociedades. Así como hay que admitir que esta práctica se podía
encontrar en casi todos los pueblos prehispánicos, también hay que decir que la
actitud de los mismos ante dicho comportamiento no era homogénea y variaba de
un grupo a otro. En algunos casos, da la
impresión que hay mayor tolerancia, incluso respeto por estas personas, quienes
gozaban de aceptación y cuya identidad sexual les otorgaba cierto status dentro
de las comunidades, mientras que en otros, la desaprobación y el rechazo son
evidentes, hasta el punto que algunos pueblos
castigaban con la muerte talos actos.
- Por
otra parte, no hay que obviar que dentro
de los pueblos indígenas no sólo tenía lugar una diversidad de orientaciones
sexuales que trascendía al patrón binario heterosexual, tales como la
bisexualidad y la homosexualidad, sino que también era posible
encontrar una diversidad de identidad de género, que no siempre están
vinculadas a dicha orientación, tal como ocurre en la sociedad contemporánea.
Este el caso de hombres que tienen relaciones con otros hombres, pero no se
consideran a sí mismo homosexuales, al contrario entienden este comportamiento
como una manera de consolidar su hombría; o el caso de hombres que asumen
comportamientos y roles femeninos; mujeres con apariencia masculino que también
asumen los hábitos de los varones, es clásico el caso de las “amazonas”,
conocidas por sus destrezas para la guerra. E incluso, no pocas personas en
algunos pueblos mantienen una identidad de género andrógina, de carácter dual,
donde lo femenino y lo masculino se bifurcan como un todo en un solo individuo,
el cual no es fácil ubicar dentro de las categorías binarias occidentales.
- Los
rastros dejados por los cronistas españoles, en su mayoría religiosos, revelan lo que ya hemos apuntado, la
incuestionable presencia de prácticas no heterosexuales en los pueblos
originarios, pero también el profundo rechazo y aborrecimiento que estas
prácticas despertaba en los conquistadores, quienes no dudan en descalificar en
sus escritos con expresiones por demás recurrentes en casi todos, como “pecado nefando”, “sodomitas” y “contra
natura”, argumentos que también vinculaban la práctica de “antropofagia” e “idolatría”, usados para
justificar el sometimiento a la fuerza de los indígenas. Estas posturas se han
mantenido en el tiempo posicionándose tanto a lo largo de todos estos 500 años,
tanto así, que estas y otras expresiones son utilizadas en el siglo XXI para
referirse de manera antagónica a las realidades sexodiversas. Tomando como punto de partida esta pista
histórica colonial, no es difícil intuir que las actitudes de homofobia y de
condenación que hoy cohabitan en las sociedades latinoamericanas, han sido
alimentadas por la aversión expresada desde su llegada al continente por los españoles invasores, quienes volcaron su
valoración religiosa a tales conductas.
Un intento de cierre
Finalmente hay que recordar que la sexualidad
humana se manifiesta con sus
complejidades tanto en las culturas prehispánicas como en cualquier otra, y
todas comparten la variedad de prácticas como la diversidad de actitudes ante
las mismas. Toda cultura valida comportamientos, censura otros, establece
normas y castigos que expresan el cómo se percibe y vive la sexualidad humana
en un contexto y tiempo determinado, con sus certezas y ambigüedades, e incluso
sus propios tabúes. La vivencia y
valoración de la sexualidad no es estática, es dinámica dentro de
cualquier grupo humano, de allí que no es extraño encontrar que en ciertos
momentos de la historia algunas cultura expresaron menos o mayor tolerancia,
más o menor aceptación hacia cierto tipo de prácticas, o encontrar valoraciones
antagónicas dentro de una misma sociedad.
Lo
que sí es evidente es que los diversos comportamientos e identidades sexuales, así como las
diferentes actitudes ante los mismos han estado presentes tanto en las culturas
prehispánicas como en las culturas contemporáneas, de tal manera que el desafío
en una mundo globalizado y multicultural es el respeto y la tolerancia hacia
todo “lo otro”, que no soy "yo" ni se comporta
como "yo", y cuyo universo de sentido es diverso al propio; es decir, el desafío es a reconocer y a apostar por la
convivencia de las alteridades humanas.
LISTA DE REFERENCIAS
Borruso, Marinella.
(2010) Entre lo local y lo global. Los muxe en el siglo
XXI. Encuentro de Latinoamericanistas Españoles: congreso internacional,
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