Apareció un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino el testigo de la luz. De su plenitud, todos nosotros hemos participado y hemos recibido gracia sobre gracia: porque la Ley fue dada por medio de Moisés, pero la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo. Nadie ha visto jamás a Dios; el que lo ha revelado es el Hijo único, que es Dios y está en el seno del Padre.
Este es el testimonio que dio Juan, cuando los judíos enviaron sacerdotes y levitas desde Jerusalén, para preguntarle: «¿Quién eres tú?». Él confesó y no lo ocultó, sino que dijo claramente: «Yo no soy el Mesías». «¿Quién eres, entonces?», le preguntaron: «¿Eres Elías?». Juan dijo: «No». «¿Eres el Profeta?». «Tampoco», respondió. Ellos insistieron: «¿Quién eres, para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado? ¿Qué dices de ti mismo?». Y él les dijo: «Yo soy una voz que grita en el desierto: Allanen el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías». Algunos de los enviados eran fariseos, y volvieron a preguntarle: «¿Por qué bautizas, entonces, si tú no eres el Mesías, ni Elías, ni el Profeta?». Juan respondió: «Yo bautizo con agua, pero en medio de ustedes hay alguien al que ustedes no conocen: él viene después de mí, y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia». Todo esto sucedió en Betania, al otro lado del Jordán, donde Juan bautizaba.
Jhon Mackay nos dejó una metáfora donde ilustra dos maneras de ver la realidad y por lo tanto de abordarla e interpretarla. Una es la del balcón, la de la distancia, la del espectador y a otra es la del camino, la del peregrinaje, el riesgo y la incertidumbre. El balcón es el punto de vista clásico, y, por tanto, el símbolo del espectador perfecto, para quien la vida y el universo son objeto de contemplación y estudio. En cambio el camino “es el lugar en que la vida se vive tensamente, donde el pensamiento nace del conflicto y el serio interés, donde se efectúan elecciones y se lleva a cabo decisiones.
Esta metáfora también puede a ayudarnos a ubicar desde dónde estamos desarrollando la tarea pastoral en relación a las personas que viven con VIH y grupos vulnerables y ha de replantear constantemente la ubicación de dicho abordaje. En el texto del evangelio se plantea esta misma disyuntiva, por un lado Juan el bautista con una pastoral del camino y los sacerdotes y levitas con una pastoral ejercida desde el balcón.
I. ¿Jerusalén o el Jordán? V. 19. “Éste es el testimonio de Juan, cuando los judíos [le] enviaron desde Jerusalén sacerdotes y levitas a preguntarle quién era”
Los judíos están preocupados por la actividad que Juan realiza en las afueras de Jerusalén (Betania-Jordán), y encargan a los máximos representantes religiosos para que indaguen al respecto. La ubicación geográfica que el texto asigna a los personajes del relato es por demás significativa: los judíos y sus enviados están en la metrópolis, Jerusalén, mientras que Juan y sus seguidores/as se encuentra en la periferia, del otro lado del Jordán. En Jerusalén residía no sólo el poder político, sino también el poder religioso con sus respectivas instituciones que regulaban la vida de los ciudadanos. Como en cualquier ciudad moderna, la cercanía o lejanía de ella estaba determinada por una serie de factores no sólo socioeconómicos, sino también religiosos. En este caso quienes residían en las afueras no eran las personas consideradas con mayor “pureza”, o valoradas como grupos con igual dignidad que los que habitaban en la ciudad.
La preocupación de los fariseos y levitas radica en la legitimidad de la pastoral que Juan está desarrollando, la cual se ubica al margen de la ciudad, al margen de la institucionalidad religiosa que valida o no cualquier discurso sobre Dios. En otras palabras, Juan se convierte en un sospechoso religioso al no encuadrarse dentro de los patrones institucionales establecidos, cuya legitimidad está determinada por el templo y todo lo que gira en torno a él como símbolo de la única presencia de Dios.
II. ¿Desde mis preguntas o desde la voz que grita?
Los enviados de los judíos traen un cuestionario previamente elaborado para aplicárselo a Juan: “¿eres Elías?... ¿Eres el profeta?... ¿Quién eres? (V. 19-22) “. No estamos ante un dialogo entre personas que se consideran iguales, es más ni siquiera es un dialogo en este primer momento. Es claro que juan está siendo sometido a un interrogatorio para sacar pruebas que luego permitan justificar posibles acciones en su contra. Pero no lo logran. Juan responde a todas estas pregunta con un rotundo ¡no!. Las preguntas de los fariseos y levitas responden a un interés dogmático, institucional; no parten de la realidad en la cual si está inmerso Juan. Su preocupación no es la necesidad o pertinencia del ministerio de Juan, sino si dicha actividad entra dentro del horizonte de sentido religioso que ellos ya tienen preestablecido.
El encuentro cambia cuando los interlocutores de Juan hacen la pregunta que debieron hacer desde el principio: ¿Quién eres?... ¿qué dices de ti? Ahora pasamos del interrogatorio al dialogo. Hay una diferencia en la manera de como Juan responde las primeras preguntas y como responde estas, lo cual indica que estamos ante una nueva manera de relación. No responde con monosílabos ni con frases. La razón es que al no conseguir sus objetivos en el interrogatorio, ahora transforman las preguntas y ya no las plantean como si el otro fuera un objeto sino como sujeto, y solicitan que el mismo se autodefina: “Yo soy la voz del que grita en el desierto: Enderecen el camino del Señor”. Juan asume el carácter profético de su ministerio desde realidades descritas como desiertos, donde los caminos preestablecidos y las preguntas pre-elaboradas no existen.
Algunas conclusiones
- Una pastoral hacia las personas vulnerables al VIH muchas veces es una afrenta a la institucionalidad religiosa, lo cual puede acarrear ser catalogados como sospechosos/as.
- No se puede desarrollar una pastoral hacia las personas con VIH desde nuestra comodidad institucional, es necesario ir “más allá del Jordán” donde los grupos vulnerables se reúnen y conviven.
- Tenemos que aprender a desarrollar ministerios no desde las preguntas preestablecidas y elaboradas en cada una de nuestras iglesias, sino desde las preguntas que nacen en “los caminos, los desiertos, y las riveras de los ríos”.
- Una pastoral con carácter de inclusividad siempre será “una voz en el desierto”, no será muy atractiva para quienes tienen la responsabilidad de salvaguardar la institucionalidad, pero también será anuncio del ministerio liberador de Jesús.
Preguntas para la reflexión personal y comunitaria:
1. ¿Qué grupos se ubican hoy en la periferia de nuestras iglesias y cuál es nuestra actitud ante ellos y ellas?
2. ¿Por qué razón es más fácil desarrollar ministerios desde el poder y no desde la periferia?
3. ¿Qué desafíos plantea el ministerio de Juan el Bautista a nuestras iglesias hoy en el contexto del VIH y sida?
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