UN INTENTO DE COMPRENSIÓN DE LA COYUNTURA VENEZOLANA COMO ÉXODO SOCIOPOLÍTICO
PONENCIA PRESENTADA EN  LA FACULTAD DE TEOLOGÍA Y RELIGIÓN - AETE (LIMA, PERÚ, 14-17 DE NOVIEMBRE DE 2018)

A MODO DE INTRODUCCIÓN

             ¿Qué está pasando en Venezuela? Esta pregunta deambula en la mente no sólo de los que habitamos el país, sino que cual migrante ella salió para habitar también tierras lejanas, sin encontrar una respuesta que la satisfaga plenamente.  La realidad venezolana, de los últimos años ha despertado, no sólo en quienes la respiramos diariamente, sino también en diversas partes del mundo, un sinfín de inquietudes y posicionamientos encontrados que producen una diversidad de reacciones que van desde preocupación, pasando por incomprensión y hasta admiración.

             Hoy las noticias que reporta la prensa internacional sobre Venezuela no son nada alentadoras a causa de las situaciones que describen sobre diversos ámbitos de la vida nacional. Los matices varían, pero en su mayoría coinciden en presentar a la sociedad Venezuela en violencia permanente, casi una guerra civil, con un gobierno “dictatorial” que reprime a sus ciudadanos, con una oposición transformada en “héroes” que luchan por la libertad, con mujeres que dan a luz en la puerta de los hospitales, niños en estado de desnutrición, escasez de alimentos y medicamentos.

          Por otro lado, países como Brasil, Colombia, Argentina, Perú, Ecuador y Chile, han sido receptores de una migración inédita de venezolanos que ronda los 2 millones de personas[1], lo que, a su vez, ha generado en ciertos sectores de estos países, rechazo no sólo por parte de individualidades, sino de gobiernos. Hoy la presencia de venezolanos en el extranjero es calificada, por ciertos grupos, como una amenaza a la tranquilidad, bienestar y seguridad de dichos países. Algunos ciudadanos endosan a esta oleada migratoria el aumento de la delincuencia, pérdida de empleos, indigencia, violencia, prostitución, en sus respectivos países; y hasta los culpan, en algunos casos, del incremento de las rupturas afectivas, entre otras anomalías.

          Por si esto no fuera suficiente, las noticias de los diarios también dan cuenta de las sanciones que el gobierno de los EE. UU ha impuesto sobre una cantidad considerable de funcionarios y ex funcionarios del gobierno y militares, a quienes se les acusa de corrupción, delitos contra los derechos humanos, narcotráfico, entre otros. Las tensiones con el país del Norte han llegado a tal punto que hasta se ha dilucidado la posibilidad de una intervención militar a Venezuela, la cual ha sido aplaudida por opositores radicales al gobierno dentro y fuera. Y mientras escribo estas líneas el presidente Trump ha admitido públicamente que no está descartada el uso de la fuerza, por parte de su gobierno, para deponer al presidente actual de Venezuela[2].

         Ante este panorama, es difícil para quienes somos militantes de la fe en Jesús de Nazaret y su Reino de Justicia, no levantar algunas interrogantes que ayuden a aprehender la realidad, a intentar explicar qué es lo que está aconteciendo en el país de Bolívar: ¿Qué tanto de lo que se dice en los medios y redes sociales es cierto? ¿Es posible tener una explicación que satisfaga a plenitud nuestro deseo de saber lo que realmente nos está pasando? ¿Qué papel han jugado los grupos religiosos en esta coyuntura socio política? ¿Qué han dicho las iglesias y qué han callado? ¿Qué nuevos desafíos han surgido de esta coyuntura sociopolítica para la misión de las iglesias? ¿Cómo hacer una interpretación de lo acontecido que vaya mucho más allá de las redes sociales y el sesgo de los medios de comunicación? ¿Por qué el “caso Venezuela” tiene tanta repercusión internacionalmente, incluso mayor que otros países que atraviesan por conflictos similares y hasta más complejos que el nuestro en algunos casos? ¿Representa la oposición venezolana la salvación a la “catástrofe” que vive el país con este “régimen”?

         El propósito de estas líneas no es responder todas esas interrogantes, pero sí   reflexionar sobre esta particular coyuntura desde el universo teológico que nos habita, para propiciar acercamientos y acciones en dialogo con esa realidad que nos interpela a diario y a la luz del mensaje liberador y de justicia de Jesús de Nazaret.

          Bipartidismo y la “iglesia apolítica”

            Después de la caída de la dictadura de Pérez Jiménez en 1958, la nueva etapa democrática se iba a caracterizar por la hegemonía de dos partidos que compartieron el poder durante 40 años: AD y COPEI. El pueblo venezolano había volcado en esta etapa embrionaria de la democracia todas sus esperanzas de que era posible la construcción de un país alejado de todo lo que significó la dictadura militar y que estuviese marcado por los ideales de democracia, justicia social y el progreso.

        Sin embargo, estos deseos fueron traicionados por los gobernantes de turno: las desigualdades sociales se agudizaron, la violencia se institucionalizó con rostro democrático y el progreso nunca llegó en los términos esperados. El modelo democrático en la primera década, logró un importante crecimiento económico que mejoró relativamente las condiciones de vida de los sectores populares, lo cual le dio un importante nivel de aceptación y legitimidad. Pero en la década de los 70 la sociedad venezolana entra en una acentuada crisis a nivel económico, político y cultural, debido a la reducción de la renta petrolera que le impidió al Estado satisfacer las demandas sociales de los ciudadanos y los partidos hegemónicos se distanciaban cada vez más de los intereses populares y se transformaron en grandes maquinarias electorales signadas por el clientelismo y la corrupción, que excluyen a los sectores populares no sólo de sus políticas sino hasta  de sus narrativas y discursos.

       Ya para la década de los 90 el malestar social era bastante generalizado[3], especialmente, en las clases populares, y el desprestigio del hecho político había caído a su nivel más bajo, perdiendo su legitimidad y el respaldo de las grandes mayorías. La ausencia de una alternativa política marcaba los estados de desesperanza y desilusión, mientras que las propuestas alternativas provenientes de la izquierda eran débiles y no lograban articular ni capitalizar el malestar socio político que habitaba en la mayoría de la población.

            En este estadio sociopolítico marcado por la hegemonía del bipartidismo, la actitud de las iglesias evangélicas se dio en correspondencia con la herencia teológica que se instaló en los imaginarios religiosos de la época. La iglesia evangélica venezolana heredó de las misiones norteamericanas, como casi todas las iglesias de América Latina, un pensamiento teológico de carácter fundamentalista[4] que marcó muchas de sus posturas ante los problemas sociales del país.

      Ante los dilemas y conflictos sociales que caracterizó al bipartidismo la pregunta que teológicamente se hacían los cristianos era ¿cómo vivir en este mundo con nuestra fe sin contaminarnos? O ¿Cómo mantenernos santos en medio de tanta impureza? La respuesta a esta interrogante era obvia: alejándose lo más que se pueda del “mundo”. El mundo se asumía como escenario antidios, y sacar a las personas de allí para trasladarlos al Reino de Dios, el cual se equiparaba a la mismísima iglesia, representaba la razón de ser de la misión. Así que quienes estaban “dentro de la iglesia”, en este caso la evangélica, estaban alejados de lo profano, pero vinculados a lo sacro.  La preocupación no radicaba en discernir la realidad donde la fe toma lugar, sino vivir la fe como “cristianos” más no como ciudadanos, por lo menos no como ciudadanos de este mundo.

        En consecuencia, la “aparente apoliticidad” de la iglesia resultó en un apoyo político a quienes ostentaban el poder. El silencio de la iglesia ante los graves problemas del país la convirtieron en un cómplice político del status quo de la época. Su pretensión de vivir la fe de manera ahistórica y desencarnada no fue más que una forma de sustentar y fortalecer la legitimación en el poder de los grupos políticos que formaban parte del bipartidismo nacional. Las iglesias se mostraban despreocupadas por las realidades terrenas, y eso era evidente en la actitud apática hacia los problemas temporales de la humanidad, su propuesta ultra terrenal de solución, y su interpretación a las calamidades como designios de la voluntad de Dios. Durante 40 años, con muy pocas excepciones, las iglesias construyeron su “misión” de espalda a las realidades sociales del pueblo venezolano, sustentada en una teología centrífuga. Su participación política se limitaba a acudir cada 5 años a elegir un presidente y a esperar con una actitud de resignación social la irrupción de Jesús en la historia por segunda vez para acabar con las tragedias y males de este mundo.

        La teología heredada ubicaba lo político en el escenario de lo profano, mientras que la fe era ubicada en el campo de lo sagrado; así que era imposible, desde esta perspectiva, hacer algún tipo de relación o vinculación entre ellas.      La concepción de política, además, estaba reducida al ámbito de los partidos y no se concebía a un cristiano asumiendo una militancia partidista, aunque hubo excepciones. El reduccionismo teológico heredado generó a su vez una postura reduccionista de la política al anclarla de manera exclusiva a la militancia en AD o COPEI, partidos que monopolizaron y se apropiaron del quehacer político en Venezuela por un periodo de 40 años.

           La teología, entendida de esta manera, se hizo guardiana de “la sana doctrina política”, que no era más que la justificación religiosa del orden vigente y juzgaba y condenaba cualquier otra manera de reflexionar teológica y políticamente. De manera implícita y explicita persiguió y vetó lecturas bíblicas e interpretaciones sociopolíticas que atentaban contra el orden establecido. Así como políticamente condenaba los sistemas que cuestionaban el capitalismo, también descalificaba propuestas teológicas alternativas y liberadoras.

        La inflexión de la democracia y la “iglesia política”

       En 1999 Venezuela experimentó una importante inflexión política con la llegada de Hugo Chávez a la presidencia de la república con una clara victoria electoral que lo colocó como un líder ajeno al bipartidismo. Chávez, un militar que se dio a conocer en el escenario público a través de un fallido golpe de estado[5] en el 1992, y asumió, ante las cámaras de TV, la responsabilidad de lo acontecido en un país donde los políticos nunca asumieron la responsabilidad de sus actos, se convirtió desde entonces en un líder que marcaba distancia de la desgastada manera de hacer política.

          Una vez asumida la presidencia, Chávez, convocó a refundar el país por medio de una Asamblea Nacional Constituyente, la cual fue avalada mayoritariamente por el pueblo con un 88% de aprobación, proceso que culminó el 15 de diciembre de 1999 con el 71% de los votos que legitimaron el texto constitucional de la nueva República Bolivariana de Venezuela. En ese sentido, se diseñó una Nueva Constitución con una amplia participación de los diversos sectores de la sociedad venezolana, cuyo contenido propiciaba un nuevo  marco jurídico más ajustado a las realidades que exigía el país en términos de justicia social y derechos. A partir de allí se desarrollaron políticas y programas que buscaban dar respuesta a la diversidad de problemas que el antiguo modelo no pudo resolver y asumir la deuda social generada desde entonces.

         El nuevo gobierno se caracterizó, entre otros aspectos, por una distribución de la renta petrolera orientada hacia las clases excluidas y menos privilegiadas, lo cual se realizó por medio de políticas sociales ejecutadas a través de las llamadas misiones, las cuales permitieron a un porcentaje significativo de la población salir de su condición de pobreza y hubo una significativa reducción de la brecha socioeconómica, lo cual fue reconocida por la CEPAL y otros organismos internacionales[6].

         Los grupos excluidos por excelencia tales como mujeres, campesinos, asalariados, indígenas, pobres, etc., comenzaron a asumir papeles protagónicos en contra del imaginario ideológico que les asignaba un papel de resignación social y asimilación acrítica de la realidad impuesta. El nuevo marco constitucional les daba herramientas de empoderamiento a los nuevos sujetos que desde las periferias y la base de la pirámide social comenzaron a hacer sentir sus voces, y a fortalecer el movimiento popular, por medio de nuevos espacios de organización y mecanismos de participación. De allí la proliferación, como nunca antes en la historia de Venezuela, de organizaciones de carácter popular de mujeres, indígenas, pescadores, artesanos, obreros, desempleados, amas de casa, etc., como expresión de resistencia y participación se hicieron parte del nuevo escenario político

         Los grupos cristianos evangélicos, a diferencia de lo que ocurrió en el bipartidismo, asumieron posturas de participación diversa ante el nuevo panorama político, lo cual estuvo determinado no tanto por la variable denominacional, sino más bien por el factor socio económico. En Venezuela el arcoíris de las iglesias protestantes pudiera simplificarse de la siguiente manera: 1) iglesias “históricas” tales como luterana, anglicana, presbiteriana, que son iglesias de carácter ecuménico,  cuyo número en el país es bastante reducido; 2) las iglesias evangélicas, de carácter congregacional,  producto del trabajo misionero de los EE.UU en el siglo XX, representadas por una variedad de expresiones de iglesias nacionales de presencia moderada; 3) las iglesias pentecostales, con su amplio abanico, lideradas en número por las Asambleas de Dios; 4) y los movimientos “neopentecostales”, cuyas iglesias se identifican con lo que hoy se conoce como “teología de la prosperidad”, cuya presencia cada vez se hace más contundente.

          En este sentido, el apoyo u oposición al nuevo gobierno estuvo estrechamente vinculado, no a factores, denominacionales, teológicos o ecuménicos, sino al factor socioeconómico. Las iglesias ubicadas en extractos socioeconómicos bajos y de una teología más tradicional interpretaron la llegada de Chávez como un “Mesías”, y otros cristianos de corte más progresista se identificaron con su discurso emancipador como fue el caso de la Unión Evangélica Pentecostal (UEPV);  las iglesias de extractos medio y portadores de una teología menos fundamentalista asumieron una postura contraria identificando a Chávez con un tipo de “anticristo”, o por lo menos con propuestas que atentaban contra sus intereses, alegando su tendencias antidemocráticas, su acercamiento a Cuba y su encendido discurso. En otras palabras, lo que determinaba, en muchos casos, el apoyo o el rechazo, no era la identidad eclesial (presbiteriano, pentecostal, bautista, luterano, etc), sino el lugar donde esas comunidades eclesiales estaban ubicada y la configuración socio económica de sus miembros. Es decir, las que estaban conformadas por personas de clase media y alta, la tendencia era a asumir posturas de oposición; mientras que las clases bajas y más vulnerables, la tendencia era de apoyo.

         En el primer caso, muchas de los locales de reunión fueron abiertos en los primeros años para albergar y desarrollar las Misiones Sociales implementadas por el gobierno, lo que hizo que muchos cristianos se involucraran de manera directa en las mismas. En el segundo caso, estos grupos se plegaron a la línea opositora, creándose un conflicto al interior de las mismas ya que no pudieron manejar la diversidad y la polarización política que comenzó a encubarse al interior de la sociedad venezolana, incluyendo las propias iglesias[7].

         Fue así como la polarización que acontecía a nivel político, también atravesó lo religioso, haciendo que tanto el gobierno como los sectores opositores, cada uno a su manera, tuvieran su propia representación y vocería de carácter cristiano. No era ajena la participación, en actos públicos de cualquier bando, de representantes del mundo eclesial, incluso tomando la palabra o siendo visibilizados por los respectivos líderes políticos. De tal forma que  era recurrente encontrarse con eventos protagonizados por grupos de cristianos que avalaban las políticas sociales del gobierno y otros cuestionando la “dictadura”. Se organizaban vigilias a favor de un cambio político y vigilias para que el Señor "fortaleciera" al presidente; se emitían  documentos plegados a la línea gubernamental y documentos plegados a la línea de la oposición. Mientras unos mostraban su regocijo por la actitud de cercanía del gobierno hacia las iglesias y por el lenguaje “religioso” del presidente, otros expresaban su descontento por la cercanía del gobierno a otras religiones no cristianas, acusándolo incluso de haber hecho pactos con “santeros” y otros grupos para mantenerse en el poder.

 El desierto político y el desierto eclesial

     A partir del 2013 el país entró en una profunda crisis tanto política como económica con sus respectivas consecuencias sociales y culturales. Dos factores sobre los cuales se había apoyado el nuevo proceso político desaparecen casi de manera simultánea: la persona de Chávez y los altos precios del petróleo. El 5 de marzo del 2013 el presidente Chávez fallece en Cuba a causa de un cáncer y se convocan elecciones para elegir al nuevo presidente. El 5 de abril de 2013 se realizan las elecciones y Nicolás Maduro obtiene la victoria por un escaso margen (50,61% a 49,12%) a Henrique Capriles. Mientras que el precio del barril de petróleo que oscilaba en un promedio de 100 USD, comenzó una caída libre, incluso llegó a 26 USD para el 2016, situación que ya no permitía mantener los mismos niveles de importación, lo cual repercutió en los escases de medicamentos, alimentos, repuestos para vehículos y una inflación que cabalgaba a velocidades nunca antes vivida en el país. Hay que adicionar, además, el decreto emitido por el presidente Barak Obama, el 9 de marzo de 2015[8], en el cual calificaba a Venezuela como una amenaza inusual para la seguridad de los EE.UU y cuya orden  ejecutiva también se renovó en 2016. Las implicaciones de este decreto son de carácter político, económico y dejaba muestras claras de el posicionamiento del coloso del Norte ante uno de los países con mayores reservas de petróleo del mundo.

          En consecuencia, el modelo de país plasmado en la Constitución del 99 se fue desdibujando progresivamente, motivado por factores tanto internos como externos, y los acuerdos socio políticos que fueron incorporados en el nuevo “pacto social” no se evidenciaron en la realidad como muchos esperaban y los logros alcanzados en su primera etapa comenzaron a desaparecer, y los conflictos a agudizarse. Las altas expectativas que se habían levantado en un significativo número de la población no fueron satisfechas por la práctica política, dando lugar a un profundo  desencanto, ya que las acciones del gobierno distan mucho del proyecto original que se plasmó en dicha constitución. Además, la aguda polarización en los últimos años no ha permitido resolver los urgentes problemas que aquejan a la población, al contrario, los ha profundizado. La diatriba política a la par de las acciones de confrontación directa entre quienes luchan por mantenerse en el poder a toda costa y de quienes desean desplazarlos de la misma manera ha permeado toda la sociedad venezolana.

         Por otro lado, el gobierno mantiene un control cambiario de divisas[9], que en la práctica ha sido un distorsionador de la economía y un generador de dinámicas de especulación y corrupción. Los niveles y ámbitos de corrupción se han elevado y democratizado a tal punto que la percepción, para muchos, es que ha superado a lo que ocurría en la llamada IV república. Hay una economía paralela que es mucho más atractiva y rentable, en términos de supervivencia, que hace que todos entren directa e indirectamente en su lógica, lo cual ha hecho que este flagelo se haya generalizado y quien tiene un puesto de poder alto, medio o bajo lo usa para beneficio personal. El gobierno terminó por cometer los mismos errores que le cuestionaba al bipartidismo: populismo, rentismo petrolero, clientelismo político, nepotismo, control social, abuso de poder, corrupción, ineficacia. Y además repitió los errores del socialismo del siglo XX, al querer ejercer el poder al estilo castrense, homogeneizar el pensamiento social, estatificar empresas y debilitar la inversión privada, entre otros. Por otra parte, la injerencia externa del Norte Global, ante la retórica anti imperial del gobierno venezolano y su vanguardia en la configuración de un continente menos plegado a sus intereses geopolíticos y económicos en la conformación de organismos de integración sin la presencia de los EE. UU, no se ha hecho esperar en el reacomodo de bloques de mandatarios, alineados con los intereses del norte,  que se posicionan en contra del gobierno venezolano en diversos espacios de la geopolítica mundial

         Ante estos nuevos escenarios las iglesias y los cristianos en general se encuentran en un tipo de desierto tan complejo y confuso como lo es la misma realidad socio política que experimenta el resto de la sociedad. Es común encontrar sectores cristianos que han radicalizado sus posturas tanto de los que apoyan al gobierno como de quienes lo adversan. Los primeros atribuyendo la crisis a agentes externos, han absolutizado el actual proyecto político, mientras que los segundos han sacralizado el status quo y acusan al gobierno de ineficaz por decir, lo menos. Mientras unos maximizan los aciertos, los otros los minimizan; mientras unos minimizan las falencias, los otros las magnifican y cada uno es capaz de encontrar textos bíblicos para sustentar su "racionalidad".  Estamos entonces ante la divinización de posturas de naturaleza temporal y constantinianas cada una a su estilo y no pocas veces el elemento religioso sale a relucir para lavar la cara de alguno de los grupos en solidaridad automática.

              Esta realidad ha demostrado y visibilizado que el cristianismo que se vive en el país también está en crisis, tanto como la teología que los sustenta. En la actual coyuntura las iglesias no han estado a la altura de las exigencias sociopolítica que les ha tocado vivir y mucho menos han sido capaces de admitir o de percatarse de ese hecho. Hay un desencanto generalizado que embarga a los grupos religiosos de ambos bandos, porque el liderazgo que seguían no satisfizo las expectativas que se habían levantado: unos de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos y los otros de derrocar al gobierno. Esto ha hecho que sectores cristianos afines al gobierno se hayan replegado del espacio político y se refugien en un evangelio de carácter reaccionario y de apatía a todo aquello que implique compromiso con los problemas de la sociedad y han desempolvado la actitud de “espectadores sociales” que caracterizó a la iglesia en la época del bipartidismo. De igual forma los grupos cristianos de oposición, se han refugiado en una lectura reaccionaria de la historia venezolana, alegando que es necesario regresar al país que se tenía en la era del bipartidismo como modelo de sociedad, y otros aún más radicales abogan por un regreso a la época de la dictadura.

         Las iglesias no han sido capaces de transcender la polarización política y no han sabido manejar la misma a lo interno de sus espacios. Mientras la crisis afecta directamente a sus propios miembros, las radicalizaciones políticas, sustentadas en la fe, han tomado lugar también a su interior. Mientras que, en otros, la decepción y la frustración de ver sus esperanzas truncadas en el fracaso del proyecto político, se han replegado en su participación adoptando posturas de resignación. Además, se hacen exigencias a los actores políticos que ellas mismas no son capaces de cumplir y, además,  le cuestionan a la ciudadanía en general, acciones y actitudes que las mismas reproducen a su dinámica interna. Exigen dialogo y reconocimiento de las diferencias de los actores políticos, cuando las organizaciones eclesiales son incapaces de sentarse con grupos que no están alineados a sus posturas, cuestionan la intolerancia y el odio político, mientras muchos de sus discursos están plagados de violencia religiosa contra quienes creen o piensan diferente. La iglesia cristiana no católica de Venezuela le pide al país lo que ella no ha sido capaz de hacer: sentarse a dialogar con quien piensa diferente. El antiecumenismo nacional es una clara evidencia de ello. 

         La situación ha hecho que algunos líderes cristianos retomen con más fuerza un mensaje de carácter apocalíptico y catastrófico, interpretando la crisis como parte del designio divino y evidencia de los últimos tiempos; mientras que grupos de corte más neo pentecostal se atrevieron apostar por sacar provecho de la situación ofreciendo asistencia social con fines proselitistas, que finalmente se tradujo en la candidatura de un pastor a la presidencia de la república en las últimas elecciones. Es un hecho que a las iglesias le ha costado entrar en sintonía con las angustias y el sufrimiento que aquejan a la población venezolana y con los fenómenos que la crisis sociopolítica ha hecho emerger a la superficie del debate público: derechos humanos, pobreza, exclusión, corrupción, violencia, migración, xenofobia, injusticia social, abuso de poder, entre otros[10].

         Pareciera que los únicos temas que logran movilizar a las iglesias a posicionarse en el ámbito público, y tomar acciones de incidencia política son los vinculados a la despenalización del aborto, el matrimonio igualitario y la equidad de género, asuntos hacia los cuales expresa un rechazo capaz de llevarles a crear alianzas hasta con sectores del mundo católico con quienes históricamente han mantenido distancia o  a claudicar a su afinidad al gobierno o a la oposición, dependiendo de cómo estos se ubiquen en estos debates.

 A modo de conclusión

        La sociedad venezolana cambió acelerada y drásticamente. El espacio político y social está marcado por nuevas realidades que se pasean por todo el escenario Cuando el mundo está en crisis y además en rápidos y profundos cambios, entonces toda la vida lo está de una u otra forma, de tal manera que las iglesias no pueden considerarse un ente extra mundano que no es afectada por las convulsiones socioculturales que se experimentan en la actualidad. Las iglesias están en crisis sencillamente porque la misión de las mismas ya no da cuenta de las nuevas realidades y subjetividades, porque las preguntas cambiaron y las respuestas desde la fe no resultan tan sencillas de dar (Mr. 2.21, 22; Mt. 5.1-48).

         Si algo ha caracterizado estos últimos años ha sido la incertidumbre política que embarga a la población, pero también la incertidumbre teológica que hay en las comunidades eclesiales en el sentido que las preguntas y realidades que hoy emergen desde diversos espacios han desbordado la capacidad de comprensión a partir de la fe tradicional. La teología anquilosada no da cuenta de los acelerados cambios sociales y de los conflictos políticos contemporáneos tanto locales como regionales (Luc. 4.14-21).

         Para las iglesias cristianas es muy fácil admitir el colapso de los modelos políticos, pero está negada a asumir y a reconocer su propio colapso. No se cuenta con un andamiaje teológica y epistémico que permita abordar la realidad desde la fe de manera profética y critica. En su mayoría las iglesias siguen ancladas en responder preguntas que ya nadie se hace y a pasar por alto las interrogantes de las nuevas realidades. La realidad sociopolítica cambió las preguntas, pero las iglesias no cambiaron las respuestas: ¿Cómo entender la misión profética de la iglesia en el s. XXI de tal manera que podamos ser fieles al Evangelio de Jesús y a las demandas socio históricas en contextos de incertidumbres y nuevas subjetividades? Esta pareciera ser una de las interrogantes que con mayor urgencia exige que se ponga atención y trabajo

         Finalmente, las iglesias no deberían darse el lujo de evadir su responsabilidad histórica asumiendo actitudes escapistas, reaccionarias o de asimilación acrítica. El desafío hoy para los cristianos y cristianas de Venezuela es superar la sorpresa que generan los rápidos cambios sociales, discernir e interpretar los gritos y preguntas de quienes están en necesidad y articular una participación política pertinente en la cual el Evangelio del Reino no se diluya ni domestique, sino que mantenga la misma fuerza y pertinencia expresada en la praxis de Jesús de Nazaret.

 

NOTAS

[1] https://robuenosaires.iom.int/. Organización Internacional para las Migraciones, institución asociado a la ONU.

 [2] https://elpais.com/internacional/2018/09/26/estados_unidos/1537986168_632660.html

[3] En 1989 llega al gobierno Carlos Andrés Pérez, por segunda vez, y anuncia un paquete de medidas, exigidas por el FMI, que le permitiera al gobierno obtener dinero fresco para poder cancelar los compromisos presupuestarios y sociales, cancelar los pagos de la deuda externa y solventar la grave crisis socio económica. La reacción popular no se hizo esperar y el 27 de febrero ocurre un estallido social conocido como el Caracazo, donde los sectores populares se lanzaron a la calle protagonizando saqueos y protestas por varios días en las principales ciudades del país, el gobierno reacciona con una brutal represión dejando centenares de muertos y desaparecidos. El impacto social de estas políticas de ajustes fue devastador para los trabajadores y las clases populares: rebaja en los salarios, incremento de los niveles de pobreza, las desigualdades sociales se profundizaron, deterioro de la calidad de vida en un alto porcentaje de la población, y se incrementó el desempleo.

[4] Estamos conscientes que el término fundamentalista tiene tantas interpretaciones como intérpretes. En este ensayo se identifica con todos aquellos grupos producto del trabajo misionero de principios de siglo XX, que hacen un acercamiento literalista al texto bíblico, que reducen la misión de la iglesia a la salvación “supraterrenal”; que asumen un sistema teológico dispensacionalista, que expresan apatía hacia la participación socio-política; que sostienen una cosmovisión dualista del ser humano, y manifiestan un rechazo y cuestionamiento a todo lo ecuménico; y además no siempre están conscientes de estos posicionamientos. Este tipo de fundamentalismo considera a la Biblia como un libro con respuestas preestablecidas por Dios desde la eternidad sin ningún tipo de vinculación socio histórica, promueve el capitalismo como el mejor sistema político, privilegia una interpretación funcionalista de la sociedad e interpreta el Reino de Dios como realidad exclusivamente escatológica y pregona una concepción apocalíptica y catastrófica de la historia.

[5] La decadencia política de entonces era tal que gran parte de la población le dio legitimidad al “fallido intento de golpe”, dándole el visto bueno a lo acontecido y no pocos lamentaron que no se haya concretado. A partir de ese momento el liderazgo de Chávez, quien estuvo encarcelado por dos años, aumentaba de manera exponencial. Las largas colas que se hacía los fines de semana para visitarlo era una expresión de que la política tradicional y sus representantes había colapsado y que un nuevo sujeto político se estaba gestando y que un militar, de alguna, manera comenzaba a encarnar las aspiraciones y esperanzas de cambio de una sociedad dónde status quo ya no daba más.

[6] https://www.aporrea.org/actualidad/n193922.html

[7] La iglesia católica experimentó un fenómeno parecido, las parroquias que se encontraban en zonas populares, tendía a apoyar al gobierno, mientras las que se encontraban en zonas más privilegiadas asumían acciones de rechazo y cuestionamiento. La Conferencia Episcopal Venezolana expreso en diversos momentos y documentos su rechazo al gobierno por considerarlo autoritario y amenazar la estabilidad del país. Ha sido público y notorio el posicionamiento de oposición de los jerarcas católicos, a tal punto que, en el golpe fallido de 2002 contra Chávez, un representante de la CEV firmo en el Palacio Presidencial el Decreto que “legitimaba” al nuevo gobierno. Es evidente que en la medida que el gobierno cuestionaba a los jerarcas de la iglesia de manera pública, y la CEV arremetía contra algunas políticas del gobierno, los grupos evangélicos se fortalecía más, y no pocos cristianos evangélicos ocuparon cargos de alto nivel y en diversos espacios de la administración pública y del alto gobierno.

[8] https://www.aporrea.org/tiburon/n266663.html . Carta – Declaración de Emergencia Nacional con Respecto a Venezuela

[9] Control cambiario: Desde el 2003 se han implementado 7 modalidades de control cambiario, maduro ha implementado 5- CADIVI, SIMADI, SIMADI 2 SICAD, SICAD 1, DICOM.

[10] La mayor presencia se ha visto en que algunas han organizado acciones de asistencia social recolectando medicamentos, alimentos, haciendo jornadas de salud, entre otras para atender necesidades puntuales en la población.



























































































































































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