PARTICIPACIÓN POLÍTICA Y QUEHACER TEOLÓGICO
EN LA VENEZUELA BOLIVARIANA              
Ponencia presentada en la Consulta Teológica   “Entre el Poder Político y el Poder de Dios”, organizada por MUEVE los días 19 al 21 de abril 2007 en Campo Carabobo - Venezuela

 

A modo de introducción 

Un hombre volaba en un globo y de pronto se percató de que estaba perdido. Maniobró y descendió, divisó a un hombre en la calle y le gritó:

- ¡Disculpe! ¿Podría ayudarme? prometí a un amigo que me encontraría con él a las 2:00, tengo media hora de atraso y no sé dónde estoy...

- Claro que puedo ayudarle. Usted se encuentra en un globo de aire caliente, está a unos 15 metros encima de la calle. Está entre los 35 y los 40 grados de latitud sur y entre los 55 y los 60 grados de longitud oeste.
- ¿Usted es un teólogo, verdad?
- Sí señor. ¿Cómo lo supo?
- Porque todo lo que usted me ha dicho es técnicamente correcto, pero aún no sé que hacer con la información que me dio y el hecho es que continúo perdido.
- ah..! Usted debe ser  político.
-En efecto lo soy. ¿Cómo se dio cuenta?
- Muy fácil. No sabe ni donde está ni para donde va. Hizo una promesa que no tiene idea de como cumplir y espera que ahora otro le resuelva el problema. De hecho, está en la misma situación en que se hallaba antes de encontrarnos. Pero ahora, por algún motivo, dice que la culpa es mía.


En Venezuela, históricamente la fe evangélica y la política han asumido actitudes de recelo y sospecha mutua. La iglesia se consideraba “apolítica y asexuada”, ya que ambos temas no formaban parte de sus agendas, y cuando se abordaban se hacía desde una postura adversa y de recelo. Pero, aunque las iglesias se esforzaban por valorar más su ciudadanía celestial que la terrenal, y además vivir teóricamente como los ángeles, que “ni se casan ni se dan en casamiento”, tanto la política como la sexualidad si se ocupaban de ella y de sus prácticas. Gracias a la presión de los complejos fenómenos sociales de la última década el pueblo evangélico venezolano ha comenzado, y de que manera, a no solo ser cristianos sino también “ciudadanos”. 

Así como para la fe sería una insensatez preguntarse si Dios existe, también lo seria la pregunta de si hay alguna relación entre teología y política. Es posible que haya política sin teología, pero no teología sin política: No puede haber teología sin política, sin geografía y sin economía. De allí que partimos del hecho de una vinculación inherente. En palabras del Mártir de América, Arnulfo Romero:

Debemos estar claros desde el principio de que la fe cristiana y la actuación de la Iglesia siempre han tenido repercusiones socio-políticas. Por acción o por omisión, por la convivencia con uno u otro grupo social los cristianos siempre han influido en la configuración socio-política del mundo en que viven. El problema es cómo debe ser el influjo en el mundo socio-político para que ese influjo sea verdaderamente según la fe.

   Por su lado, Boff (1980) nos ha recordado que “Toda teología se constituye a partir de dos lugares: el lugar de la fe y el lugar de la realidad social dentro de la cual se vive la fe.”, en consecuencia, la pregunta no es si la teología y la política tienen una vinculación, sino más bien cómo se da dicha relación.  ¿De qué manera se afectan ambos ámbitos? ¿Cómo se ha dado dicha convivencia en el caso venezolano? ¿Qué tipo de teología y de política necesitamos como pueblo? ¿Cómo hacer para que nuestra participación política sea una expresión emancipadora de la encarnación del Reino de Dios? El presente ensayo pretende reflexionar sobre estas interrogantes haciendo una lectura desde una ubicación evangélica, pastoral y la actual coyuntura sociopolítica que vive el país.

En Venezuela tenemos tres escenarios teológicos que han determinado la participación política de la iglesia en los últimos cuarenta años y en esta coyuntura.  No se pretende presentar una taxonomía donde todos y todas se sientan identificados, pero considero que el mundo evangélico venezolano, en un gran porcentaje, podría ubicarse en uno de estos estadios que aquí presentamos. La dinámica política y teológica en estos momentos es sumamente voluble, de allí que más que un esquema cerrado pueda verse también como un proceso abierto, por cuyas etapas muchos cristianos y cristianas han pasado, y un gran porcentaje en la actualidad están experimentando profundas tensiones y contradicciones al pasar de un estado a otro.


La politización de la teología: La “apolíticidad” como sustentadora del status quo en el contexto de la IV república

La iglesia evangélica  venezolana ha heredado de las misiones norteamericanas, como casi todas las iglesias de América Latina, un pensamiento teológico fundamentalista que ha marcado su postura ante los problemas sociales del país. El término fundamentalista tiene tantas interpretaciones como interpretes. En este ensayo se identifica con todos aquellos grupos producto del trabajo misionero de principios de siglo XX, que hacen un acercamiento literalista al texto bíblico, que reducen la misión de la iglesia a la salvación “supraterrenal”; que asumen un sistema teológico dispensacionalista, que expresan apatía hacia la participación socio-política; que sostienen una cosmovisión dualista del ser humano, y manifiestan un rechazo y cuestionamiento a todo lo ecuménico. 

En este sentido, la teología nos llegó politizada y parcializada y se nos hizo creer que era apolítica y neutral, pero en el fondo no era ni lo uno ni lo otro, al contrario, legitimaba y sustentaba el sistema establecido. La teología se reducía exclusivamente al manejo de ciertos contenidos considerados fundamentales para la fe; de allí que la enseñanza teológica en nuestros seminarios, institutos e iglesias radicaba en la transmisión de doctrinas y dogmas que a su vez tenían que ser reproducidos en otras y otros. Curiosamente los contenidos sobre participación social, derechos humanos, justicia, Reino de Dios, pobreza, etc., no formaban parte de los currículos, ni de las clases dominicales. La educación teológica tanto formal como informal preparaba y graduaba para la “huelga social evangélica”, para la no participación, para el “mas allá”, pero no para el “más acá”. Hace 30 años, en 1986, Rene Padilla advertía del peligro de reducir la salvación, 

como salvación futura del alma, en la cual el sentido de la vida temporal se agota en la preparación para el “ultramundo”. La historia es asimilada por una escatología futurista y la religión se convierte en un medio de escape de la realidad presente. El resultado es el total desentendimiento de los problemas de la sociedad en nombre de la separación del mundo. Esta es la tergiversación del evangelio que  ha dado pie a la crítica marxista de la escatología cristiana como el “opio del pueblo” 

La teología heredada ubicaba lo político en el escenario de lo profano, mientras que la fe era ubicada en el campo de lo sagrado; así que era imposible, desde esta perspectiva, hacer algún tipo de relación o vinculación entre ellas. La concepción de política, además, estaba reducida al ámbito de los partidos y desde este punto de vista no se concebía a un cristiano asumiendo una militancia partidista, aunque hubo excepciones. El reduccionismo teológico heredado generó a su vez una postura reduccionista de la política al anclarla de manera exclusiva a la militancia en AD o COPEI, partidos que monopolizaron y se apropiaron del quehacer político en Venezuela  por un periodo de 40 años. Para esta época la mayoría del pueblo evangélico eran simpatizantes del partido Acción Democrática, el cual se había opuesto en su momento a la firma del concordato del gobierno venezolano con la Iglesia Católica en 1964, propuesta que fue avalada y defendida por el partido Social Cristiano COPEI. Desde ese momento la mayoría del pueblo evangélico, se cuadró con AD y se declaró en oposición a COPEI.  

La  teología politizada se hizo guardiana de “la sana doctrina”, que no era más que  la justificación religiosa del orden vigente y juzgaba y condenaba cualquier otra manera de reflexionar teológicamente . De manera implícita y explicita persiguió y vetó lecturas bíblicas e interpretaciones sociopolíticas que atentaban contra el orden preestablecido. Así como políticamente condenaba los sistemas que cuestionaban el capitalismo, también descalificaba propuestas teológicas alternativas y liberadoras. 

Esta manera de concebir la teología considera a la Biblia como un libro con respuestas preestablecidas por Dios desde la eternidad sin ningún tipo de vinculación socio histórica. Esta teología promovió el capitalismo como el mejor sistema político, privilegió una interpretación funcionalista de la sociedad, interpretó el Reino de Dios como realidad exclusivamente escatológica y pregonó una concepción apocalíptica y catastrófica de la historia. La pregunta que teológicamente se hacía era ¿cómo vivir en este mundo con nuestra fe sin contaminarnos?  ¿Cómo mantenernos santos en medio de tanta impureza? La respuesta a esta interrogante era obvia: alejándose lo más que se pueda del “mundo”. El mundo se asumía como escenario donde Satanás se movía y donde él es señor con autoridad, por eso la importancia de sacar a cuantas personas se pueda del mundo para trasladarlos al Reino de Dios, el cual se equiparaba a la mismísima iglesia. Así que quienes estaban “dentro de la iglesia”, en este caso la evangélica, estaban alejados de lo profano, pero vinculados a lo sacro.  La preocupación no radicaba en discernir la realidad donde la fe toma lugar, sino vivir la fe como cristianos más no como ciudadanos, por lo menos no como ciudadanos de este mundo.

En consecuencia, la “aparente apoliticidad” de la iglesia resulto en un apoyo político a quienes ostentaban el poder. El silencio de la iglesia ante los graves problemas por lo que pasaba el país la convirtieron en un cómplice político del status quo. Su pretensión de vivir la fe de manera ahistórica y desencarnada no fue más que una forma de sustentar y fortalecer la legitimación en el poder de los grupos políticos que formaban parte del bipartidismo nacional. La neutralidad política que, desde la fe, conscientemente se imponía desde afuera llegó a ser, a la final, inconscientemente una parcialidad política. 


     La teología articulada de esta manera, reproducía el mismo error de la iglesia colonial, pero ahora con rostro evangélico: aliarse con el poder de las clases dominantes, despreocupada por las realidades terrenas, en consecuencia, una actitud apática hacia los problemas temporales de la humanidad, y en su lugar proponía una solución ultraterrena e interpretaba las calamidades humanas como designios de la voluntad de Dios, quien exige resignación y paciencia. Durante 40 años, con muy pocas excepciones, la iglesia  desarrolló su “misión” de espalda a las realidades sociales del pueblo venezolano,  sustentada en una teología centrífuga. Su participación política se limitaba a acudir cada 5 años a elegir un presidente y a esperar con una actitud de resignación social la irrupción de Jesús en la historia por segunda vez para acabar con las tragedias y males de este mundo.


La teologización de la política: Teología ingenua en el contexto de la   revolución bolivariana.

     No sólo la teología se puede politizar, sino que también es factible hablar de una política teologizada. En este caso la pregunta teológica no es ¿Cómo vivir en este mundo con nuestra fe sin contaminarnos?, sino ¿Cómo hacemos como cristianos para ocupar espacios de poder…?  ¿Cómo conquistamos los espacios de poder en manos del enemigo para controlar lo político y lo económico? El poder, y en especial el poder político surge como un elemento a conquistar como factor fundamental para distribuirlo entre quienes compartan la misma fe. El pensamiento teológico, en este caso, se basa en una interpretación concordista de la Biblia en la cual se pretende encontrar modelos  bíblicos  políticos que puedan aplicarse a nuestra realidad.

     La vinculación histórica de la Iglesia Católica con el estado garantizándole ciertos espacios de poder y privilegios, ahora pretende ser asumida por la iglesia evangélica,  la cual criticaba esta relación, pero que ahora la justifica porque es ella, la que de alguna manera comienza a recibir apoyo gubernamental .  

La ingenuidad de la participación en este caso se expresa a través de la fragilidad de la argumentación teológica que se esgrime, por un fuerte impulso emocional y por la sustitución de dialogo por la polémica y la confrontación. La sociedad se interpreta como un campo de batalla donde los poderes del mal y del bien libran una lucha espiritual que tiene sus repercusiones en el ámbito terrenal. La lucha por el poder político no es más que el reflejo de la lucha entre "las huestes de Satán" y las "huestes de Dios". En otras palabras, “El lenguaje militar le comunica al creyente una dimensión de fuerza que balancea el terror proveniente de saber que está viviendo en un cosmos plagado de fuerzas demoníacas.”  (Solano. 1998: 57).Hay una estrecha relación entre el lenguaje bélico- militar que usa el presidente de la república y esta cosmovisión de demonios territoriales y conquistas de territorios que es propia de una teología sustentada en la llamada “guerra espiritual”, la cual han adoptado un gran porcentaje de las iglesias venezolanas.

La lucha de parte de los cristianos por ocupar espacios de poder, está motivada a la idea constantiniana, en cuanto a que si más evangélicos logran lugares estratégicos más beneficios podrán brindar a sus iglesias y a la propagación del evangelio.  Miguez Bonito nos recuerda que:
Demasiado bien sabemos lo que ha significado (incluso para nuestra libertad de culto) el uso que ha hecho la iglesia católica Romana de su poder político. No nos engañemos a nosotros mismos diciendo que nosotros no sufrimos esa tentación, sino que todo lo hacemos para el avance del evangelio. Para eso nos bastarían nuestras iglesias. Si los evangélicos participamos en la política debe ser para el bien despueblo de nuestros países, no para obtener beneficios, privilegios o facilidades especiales para las iglesia. 

Se corre el riesgo de pensar que el solo hecho de ser creyentes nos inmuniza contra la corrupción del poder y que entre más creyentes asuman puestos de liderazgo será más factible depurar el mundo político de sus demagogias y fraudes. Estamos ante una situación muy similar a la ocurrida en el siglo II de nuestra era cuando  “ya los cristianos no eran perseguidos sino que gozaban de privilegios, los emperadores edificaban iglesias y presidían deliberaciones ecuménicas acerca de la trinidad…” (Yoder.1998: 9)  Son claras las diferencia históricas que tiene estos eventos pero también es evidente la similitud en cuanto a la actitud de quienes ostentan el poder hacia los evangélicos, los cuales hasta hace pocos años atrás eran grupos minoritarios discriminados política y religiosamente, pero  esa situación hoy ha cambiado notablemente en Venezuela. 

La iglesia que asume esta postura teológica y en consecuencia define su participación política desde ese escenario, termina promoviendo una teología populista en el sentido que no establece un compromiso claro con los grupos excluidos y sus intereses, aunque muchas veces su  labor asistencial pueda parecerlo. En este caso, se asume la interpretación funcionalista de la sociedad que promueven las clases dominantes, quienes argumentan que la sociedad es un todo organizado cuyas partes se complementan mutuamente. Esta idea sustentada desde el poder, no admite cambios estructurales, sino que los beneficios irán llegando paulatinamente a las masas desde las élites. La participación no promueve cambios de fondo, sino de forma, y la iglesia se conforma con ser protagonista de acciones reformistas, pero no va más allá, dejando las estructuras sociales intactas. 


         El poder mediatiza nuestro acercamiento a la realidad y al conocimiento y la tendencia es a que la fe se diluya hasta desaparecer en medio de los conflictos sociales. Otto Maduro afirma que:
“…frecuentemente nos dejamos deslumbrar por el brillo del poder y tendemos a copiar, a imitar los hábitos, valores, ideas y teorías y, sobre todo, lo más superficial de todo esto: los gestos y las frases de quienes están “más arriba” en nuestra sociedad. Tomamos así “prestado” nuestro conocimiento de grupos cuya experiencia de la realidad es profundamente diferente de la nuestra. Y así nos relacionamos con nuestra realidad de maneras profundamente inadecuadas, irrelevantes, “alineadas” En el caso venezolano, los movimientos neopentecostales, cuya teología se alimenta casi exclusivamente de la literatura que se produce e importa a nuestro país desde los EE.UU., han asumido una posición de participación activa a favor del proyecto político bolivariano, lo cual genera una cierta tensión y contradicción entre su teología y su participación política. En otros tiempos sería iluso imaginar iglesias con este trasfondo teológico apoyando posturas políticas tan directas y proyectos de esta naturaleza. Pero pareciera que en tiempos de postmodernidad estas situaciones se han hecho más comunes que en otras épocas. Si hoy los partidos más radicales de la izquierda  se han aliado con los partidos más radicales de la derecha en contra de lo que se conoce hoy en Venezuela como la revolución bolivariana, no es extraño toparse con iglesias de corte conservador apoyando al actual proceso político. Bandera Roja es un caso interesante, de un partido de la izquierda radical del país, donde muchos de sus miembros vienen de grupos armados que lucharon en contra de los gobiernos de AD y COPEI, y que fueron reprimidos violentamente por dichos gobiernos. Hoy se vinculan y relacionan con partidos de ultraderecha, incluso con los partidos que les perseguían, para oponerse al gobierno. 

En este escenario, la participación se interpreta  como una oportunidad de poder servir y subsanar las consecuencias de los graves problemas estructurales. La preocupación no son las causas que genera la pobreza, la injusticia, el hambre etc., sino como mitigar esas realidades a través de obras sociales que se pueden promover desde el poder conquistado. El concepto de pecado se reduce a lo individual y se pasa por alto las estructuras de pecado en las cuales se vive y que hay que transformar. Ingenuamente se cree que es suficiente con ser cristiano para poder desarrollar tareas políticas con eficacia, de allí que una vez en el poder el espacio se comparte con otros que se identifican confesionalmente con la fe evangélica. En este estadio de reflexión teológica el sujeto es menos abstracto, pero se reduce exclusivamente a la iglesia evangélica y sus intereses. La iglesia deja de ser espectadora y de hecho entra en un activismo muy intenso de corte social con la creencia que es suficiente ser cristiano evangélico para desempeñarse con eficacia en los escenarios políticos.  Miguez Bonino afirma que:  

Es también una (ingenuidad) creer que basta con ser honestos y bien intencionados para ser buenos cristianos en la vida política…Es necesario que sepa lo que hace. Con escasa excepciones los evangélicos no nos hemos preparado para eso. Claro tampoco lo han hecho muchos otros políticos, precisamente por eso, nuestra responsabilidad es mayor. Y requiere una doble tarea: por una parte, tratar de comprender mejor como se relacionan el evangelio – la enseñanza bíblica, el mensaje de Jesús, la enseñanza apostólica, la experiencia de veinte siglos de la iglesia cristiana- con los temas y cuestiones que tiene que tratar la política. Por otro, la propia ciencia de la política, de las relaciones de poder, de la economía. Si no lo hacemos resultaremos “idiotas útiles” (o tal vez peor, “inútiles”) de cualquier tipo de tendencia a la que nos afiliemos responsables de sus resultados.  

La clara oposición que ha hecho manifiesta la jerarquía de la iglesia católica hacia los nuevos actores políticos, los reiterados ataques del gobierno hacia los obispos y la inclusión a espacios de poder de un gran número de evangélicos, dio lugar a un escenario más que propicio para dejar atrás la apatía política que históricamente había marcado la vida de las iglesias evangélicas. Mientras la iglesia católica ha ido perdiendo espacios de poder, la iglesia evangélica se ha ido posicionando y posesionando de espacios políticos que en todo tiempo fueron ocupados por la iglesia católica. Aunque el poder de la iglesia católica y su influencia siguen siendo acentuados, los evangélicos en esta coyuntura han cobrado una relevancia y privilegios que no habían tendido en gobiernos anteriores. 

Los riesgos que se corren en esta nueva relación, son los mismos que antes se le criticaba a la iglesia católica. Los privilegios que se reciben tienden aanular la capacidad de juzgar criticamente las propuestas políticas y se tiende a justificar los errores y desaciertos de los nuevos actores; se minimizan las grandes fallas y se magnifican los pequeños aciertos. La tendencia es a opacar la capacidad de juzgar la política a la luz de la fe y las exigencias del Reino de Dios.

 Todo es político, pero lo político no lo es todo : Teología profética y encarnación del evangelio

La pregunta que esta detrás de esta vinculación entre teología y política es ¿Cómo el evangelio de Jesucristo puede transformar sustancialmente el mundo en el cual vivimos? O ¿Cómo hacemos para que el Reino de Dios comience aquí y ahora? ¿Qué intereses defiende nuestra teología? La motivación vas muchos más allá de asumir posturas de servicios y asistencia social. La preocupación no sólo está en las consecuencias de miseria e injusticia que viven los pueblos, sino que quiere trabajar en eliminar las causas que generan dichas realidades. En esta perspectiva el pecado no solo es personal, sino que también es social y estructural y por tanto exige respuestas de fe en ambas dimensiones. El pastor y teólogo Pedro Arana lo expresa así: “Si creemos que Cristo es el señor de toda la vida, nuestro mensaje debe relacionarse también con la totalidad de la vida del individuo y de la sociedad".

El ámbito social es el escenario por excelencia donde la política se desarrolla y tiene lugar. La política en este sentido, no se reduce al ámbito de la militancia partidista o la búsqueda del poder, sino que además de incluir las acepciones anteriores, se considera como el lugar teológico por excelencia desde donde se hace al fin y al cabo la teología. El quehacer teológico en este sentido no se considera neutral ni ahistórico, y menos apolítico, ya que se convierte en un acto de acción y reflexión desde una realidad muy concreta que pretende ser transformada.

La teología profética y encarnada es entendida como una herramienta que contribuye a orientar, desde la fe cristiana, la participación en los procesos de transformación que hay que dar en la sociedad. Es una teología que hace opciones y participa de manera consciente y crítica en los procesos políticos. No es mimetizada por las ideologías en pugna, pero tampoco sacraliza ningún movimiento político. El anuncio del evangelio va estrechamente ligado a la denuncia de la injusticia. En este caso la teología se deja interpelar por los conflictos sociales y a su vez las realidades políticas son juzgadas desde el crisol del Reino de Dios y su justicia.  

Las opciones no son ingenuas ni inconscientes. Hay una clara interpretación de la realidad y de sus complejidades. Echa mano de las herramientas sociales para interpretar con mayor precisión los acontecimientos socio-políticos, no se deja manipular por los quienes detentan el poder. En palabras de Leonardo Boff;
Para obtener un acceso más objetivo de la realidad, dentro de la cual ha de pronunciarse e discurso de a fe, es preciso recurrir a las ciencias sociales y humanas, tales como la antropología la sociología, la psicología, la politología, a economía y la filosofía social. Estas ciencias nos ayudan a descodificar la complejidad de lo real, los mecanismos del poder y de a producción de a riqueza y la pobreza, y el modo como están constituidas las clases con sus intereses antagónicos.   Es necesario hacer exégesis no solo del texto bíblico sino también de la realidad política, y para ello es indispensable valerse de los recursos que la ciencia, en especial de las ciencias sociales, nos ofrecen. El acercamiento al texto Bíblico no pretende buscar modelos económicos o políticos para copiar, no interpreta para proteger y sustentar dogmas o doctrinas; el acercamiento busca pistas, orientaciones que iluminen la participación política de los discípulos y discípulas de Jesús en una realidad con características muy particulares, y la mayoría de las veces diferente al contexto bíblico. 

Esta postura teológica interpreta el poder como herramienta al servicio de los más débiles para facilitar el empoderamiento social de los más necesitados y como instrumento para potenciar la vida y la justicia, jamás para promover estructuras de pecado y privilegios. Desde esta perspectiva el pensamiento teológico llega a ser un acto político en el sentido que procura transformaciones sociales y estructurales desde una opción específica, en este caso la fe, el Reino de Dios. En este caso la teología es una herramienta de liberación que “se expresa en una opción muy concreta que no es ni reformista ni progresista, sino precisamente liberadora y que supone una ruptura con el status quo vigente. (Boff 1980: 28)

En este escenario la teología no es un acto consumado en el sentido de ser estática e inmutable, al contrario, la teología va generando una dinámica dialéctica entre la fe y las realidades políticas. Los escenarios de alguna manera siempre harán que la teología articule nuevas propuestas a fin de romper con las estructuras de opresión y exclusión que se manifiestan de diversas formas y maneras. Las realidades políticas plantean preguntas, inquietudes y desafíos, y es tarea de la teología dar respuestas, no las evade, ni las sataniza, sino que a partir de allí se formulan las orientaciones y acciones de fe que se considere oportuna asumir.  

En consecuencia, no se puede hablar de teología de espaldas a las realidades sociopolíticas que se viven. La encarnación de la iglesia y de los cristianos y cristianas es un paso fundamental para poder ejercer una participación profética desde las mismas entrañas socio históricas que nos ha tocado vivir y no desde el margen.  Los riesgos y retos que esta opción acarrea no son obstáculos para evadir la responsabilidad de alzar la voz por los que no tienen voz, por denunciar el pecado en cualquiera de sus manifestaciones, por comprometernos con procesos de cambio que se acercan o coinciden en algún momento con la propuesta del Reino de Dios. 

La teología profética no se casa con ningún sistema a tal punto de absolutizarlo; ella entiende que todos los sistemas políticos están bajo el juicio de Reino de Dios. Pero tampoco esto nos impide trabajar a favor de la paz y la justicia, cuando así los signos de los tiempos no los exijan.  Para la teología profética el único líder que tenemos es Jesús de Nazareth y su ejemplo de ministerio en los polvorientos caminos de Palestina al lado de leprosos, pobres, prostitutas, y publicanos. Cuando nos sumamos y nos unimos a despertares y procesos que abogan a favor de la justicia, entonces tenemos compañeros de camino que no nos marcan la senda a seguir, sino que nos acompañan en el caminar. 

La tensión entre el “ya” y el todavía no” del Reino de Dios establecen las dos realidades entre las cuales el cristiano se mueve. Por eso, conscientes de que el Reino ya comenzó, trabaja a favor de la justicia desde los pobres y excluidos, no se cruza de brazos ante la complejidad y desafíos de la realidad socio política, pero tampoco absolutiza la realidad presente como estadio último de la historia.  Leonardo Boff define de esta manera la misión de la teología con carácter profético:

Es de su competencia no solo enjuiciar y teológicamente la realidad social, sino también sugerir los pasos concretos que hagan viable, en articulación con otras fuerzas sociales, la opción preferencial por la liberación de los pobres. En este sentido la teología ha de tener en cuenta las condiciones históricas objetivas, así como la correlación de fuerzas de las clases sociales y la coyuntura del sistema global y geopolítico.  

La teología profética define quien es el sujeto de su quehacer de fe: es el pobre con sus diversos rostros y manifestaciones. En el caso de Venezuela, los indígenas sometidos por más de 500 años, las mujeres oprimidas por el sistema patriarcal, los campesinos desterrados de sus campos, los niños y niñas de la calle que regatean la vida en cada semáforo, los obreros que desgastan sus cuerpos por un pírrico salario, los jóvenes esclavizados a la droga y al consumismo que los devora, en fin, a los excluidos y excluidas de la vida por un sistema deshumanizante, pecaminoso e idolátrico


Reflexiones Finales

Hace unas décadas los evangélicos venezolanos miraban con cierto recelo y sospecha los fenómenos socio-políticos que ocurrían en Centroamérica, y sobre todo la participación explicita que muchos grupos de cristianos asumieron en dicha coyuntura. La bonanza económica, la supuesta estabilidad democrática que teníamos, y una teología que condenaba la participación sociopolítica, impedían tener una interpretación objetiva de los fenómenos sociales en el continente y en nuestra propia patria.

Con la irrupción de los nuevos actores políticos y el fenómeno que se ha denominado revolución bolivariana, tuvo lugar un cambio radical en la actitud política de la mayoría de las iglesias evangélicas que hacen vida en el país. De hecho, son minorías las que aun se mantienen en el estadio de la “apoliticidad”, y de la apatía social; un gran porcentaje de cristianos y cristianas han optado por una participación a favor del proceso sociopolítico que vive el país. Muchas iglesias y hogares se han abierto para acoger las diversas misiones educativas impulsadas por el gobierno; así como también las misiones de salud. No son pocos los evangélicos que participaron como facilitadores y facilitadoras en el programa de alfabetización y otros que se inscribieron para ser alfabetizados. No hay una misión impulsada por el gobierno donde la presencia de los evangélicos no se haga sentir de manera activa. Es más, también se les encuentra en gobernaciones y alcaldías ocupando cargos, o en las comunidades como dirigentes y animadores sociales. Por supuesto, la participación no es monolítica, también hay evangélicos que participan, pero adversando al gobierno y sus políticas. 

La iglesia venezolana, en su gran mayoría, se puede ubicar en el estadio de la participación ingenua, lo cual tarde o temprano creará profundos conflictos de fe y tensiones sino no se logra alcanzar una teología profética, tanto para los que se oponen al gobierno como para los que lo apoyan. He aquí una gran debilidad y una gran amenaza que tenemos como evangélicos, ya que la teología heredada no nos ha ayudado a reflexionar críticamente sobre nuestras practicas políticas, y no se conoce otra manera de hacer teología que no sea la tradicional. Es más, en Venezuela no contamos con escenarios educativos que promuevan una teología contextualizada, que ayude a la iglesia en su quehacer de fe. Los seminarios e institutos siguen siendo replicas de instituciones teológicas con sede en los EE.UU. En este sentido, es urgente crear espacios de reflexión teológica serios, y escenarios de lectura popular de la Biblia, donde la teología no solo sea la elaborada por profesionales, sino también por y con la participación del pueblo, de los hermanos y hermanas de la iglesia. Para ello es necesario, gestar un movimiento bíblico y teológico que facilite este proceso. 

La participación de los evangélicos en el escenario político ha levantado no pocos comentarios, y es que, al irrumpir en este ámbito, es convertirse en blanco de los ataques que se generan en la dinámica de los intereses sociales y las diversas maneras de entender la realidad. Para quienes reciben el apoyo de los grupos evangélicos, lo ven como una actitud loable y plausible, pero para quienes no son objetos del apoyo, lo interpretan como una aberración religiosa y una distorsión de la misión de la iglesia. Las reflexiones al respecto de Miguez Bonino, son más que esclarecedora: 

… creo que debemos alegrarnos de este despertar de los evangélicos a su derecho y a su responsabilidad en el ejercicio del poder y el servicio mediante la participación política. Insisto en las dos cosas: derecho y responsabilidad. Nadie puede objetar esa participación: somos ciudadanos de nuestros países y no podemos aceptar que se pretenda descalificarnos, por cualquier razón o pretexto- y menos aun por una discriminación religiosa- de un derecho que nos corresponde . 

No hay que escandalizarse y menos ruborizarse por la participación de los cristianos en la política. Asumir compromisos   para la búsqueda del bien colectivo, o militar en un movimiento o partido es una opción legitima de cualquier creyente comprometido con su fe. Pero este derecho legítimo implica a su vez una gran responsabilidad. Miguez nos sigue orientando en este sentido, al agregar que:
Como personas, recibimos de la vida política una serie de servicios: protección, leyes que ordenan la convivencia social, servicios de diverso orden. No podemos simplemente dejar que “otros” se ocupen por nosotros de todo eso. Pero como creyentes tenemos convicciones acerca de la vida, la justicia, el bien, la verdad, de las que tenemos que dar testimonio. Y el campo político es uno de los que mas necesita ese testimonio. Los evangélicos latinoamericanos le hemos negado por demasiado tiempo nuestro aporte a la sociedad en este aspecto. Gracias a Dios parece que hemos comenzado a reconocerlo.. 

El desafío es salir de la participación ingenua, que se expresa tanto en la absolutización del status quo como en la sacralización de los procesos de transformación y para ello es imprescindible que se genere también una revolución a nivel bíblico teológico de manera que se pueda contribuir, desde una fe bien fundada y con una voz profética, a la transformación estructural de nuestro país, y minimizar las asimetrías sociales que son escandalosas y pecaminosas. 

Además, una teología profética asume riesgos y tentaciones. Se le tildará de "gobiernera" cuando avale las acciones que contribuyan al empoderamiento legitimo de los excluidos y excluidas históricamente; y se calificará de "antirrevolucionaria" cuando juzgue críticamente propuestas oficiales que contradigan el Reino de Dios y su justicia. Y además también puede optar por otras actitudes menos bíblicas y más irresponsables tales como las que describe Leonardo Boff:

“… o se mantiene en un soberbio aislamiento, insensible a los gritos del oprimido, cultivando su fe, celebrando sus liturgias circunscribiéndose a las prácticas religiosas, o se compromete de tal modo con la liberación social que lega a perder la identidad, la conciencia cristiana y el sentido globalizante que la liberación (leída a la luz de la fe) supone. En ambos casos a fe se pervierte: en el primer caso como una ideología religiosa; en el segundo, como una ideología profanizada.  

La teología profética ayuda a discernir para que no nos pongan a administrar el agua y nos quiten el acceso a la fuente. A no construir pirámides para el faraón que luego terminan esclavizándonos. Ahora es un imperativo y un gran desafío para la iglesia y la teología reflexionar críticamente sobre problemas tales como el terrorismo, las asimetrías sociales, el empoderamiento de los grupos excluidos, los fundamentalismos con sus diversos apellidos, la crisis ecológica, el neoliberalismo y el socialismo de siglo XXI, el latifundio y la propiedad privada, la equidad de genero, entre otros. Esto si queremos ser fieles seguidores de la encarnación de Jesús de Nazareth como hecho político y salvífico tanto en lo personal como en lo estructural. Dios nos ayude.