En el contexto del año bicentenario es
válido recordar lo ocurrido el jueves santo del 19 de abril de 1810, cuando el
Padre Madariaga asume un papel protagónico al solicitar al pueblo que rechace
el gobierno de Vicente Emparan como representante del Rey de España. El 4 de abril se
conmemoraron 42 años del asesinato del pastor bautista Martin Luther King,
reconocido activista defensor de los derechos civiles de las comunidades
afrodescendientes de los EE.UU. Y para mencionar un caso más reciente vale la
pena recordar al arzobispo anglicano Desmond Tutu, quien en los años 80 se
destacó por su lucha contra el Apartheid en Sudáfrica. En el marzo
se conmemoraron los 30 años de la muerte de San Romero de América, cuya siembra
fue el resultado de su opción política por los más pobres y sus homilías eran
fuertes críticas al sistema de represión que vivía el pueblo salvadoreño.
En América Latina sobran los ejemplos de religiosos que han irrumpido en el
ámbito político y que en su momento gozaron de la admiración de la izquierda y
no de sus críticas. Madariaga, Romero, King, Tutu, son en muchos casos
personajes religiosos que inspiran la lucha de movimientos políticos en la
actualidad.
En otras palabras el problema no es si se
participa o no, sino el cómo se participa, a quien defiende la
participación, a qué grupos, qué intereses, qué modelo de sociedad. Es allí
donde debe centrarse la discusión, porque si no, tenemos que cuestionar con la
misma fuerza y vehemencia la participación de sacerdotes y pastores que
abiertamente defienden el proceso revolucionario. ¿Cuál es la diferencia entre
unos y otros? Pareciera ser que los religiosos que apoyan al gobierno si pueden
hacer política, pero los que lo adversan están inhabilitados para ello. Si insistimos en que los religiosos no pueden
participar en política, entonces presidente guarde su crucifijo, elimine el
lenguaje teológico que ud. maneja, porque estaría cayendo en el mismo error que
está cuestionando: meterse en un ámbito que por “naturaleza” no le compete, el
religioso.
Uno de los aportes más significativos de este proceso es haber democratizado la participación y el interés por lo Político en el pueblo venezolano, así que la participación es un derecho que ha sido fortalecido por esta revolución, por tanto no intentemos detenerla, llevemos el debate no a este terreno sino al cómo, por qué y desde dónde nos introducimos en el ámbito político.
Yo estoy convencido que es necesario que los religiosos, no importa de que iglesia, deberían participar, desde sus convicciones enraizadas en el evangelio a favor de los más pobres y los excluidos; luchar contra toda opresión y a favor de una sociedad menos injusta. Este proceso ha dado signos orientados hacia ese horizonte, de tal manera que estamos obligados a fortalecer dichos signos, pero también a alzar nuestra voz profética contra cualquier desvío o contradicción en el mismo, es decir, ser parte de la contraloría social, jurídica, teológica e ideológica.